Eva Yerbabuena | Bailaora y coreógrafa

"La palabra 'flamenquito' me duele en el alma; le resta importancia a este arte"

  • La artista granadina despide (desde este jueves hasta el día 29) el ciclo 'Lorca y Granada en los Jardines del Generalife' con su espectáculo 'Carne y hueso' en muy buena compañía

Eva Yerbabuena, en los jardines del Generalife de la Alhambra.

Eva Yerbabuena, en los jardines del Generalife de la Alhambra. / Jesús Jiménez

El flamenco la escogió para convertirla en una de las grandes bailaoras de nuestro tiempo. Eva María Garrido García (Fráncfort, 1970), Eva Yerbabuena para el público, es desde hace muchos años una coreógrafa consagrada dentro y fuera de las fronteras españolas. Un animal escénico capaz de emocionar al público con tan sólo un zapateo. Su vocación se despertó cuando era aún una niña. La mecha prendió cuando vio a Concha Vargas actuar en el Festival de Ogíjares, cerca de Granada. Su profesora Angustillas La Mona le influyó mucho durante su formación. También lo haría Carmen Amaya desde que tuvo uso de razón.

La artista despedirá el ciclo Lorca y Granada en los Jardines del Generalife desde este jueves –y hasta el 29 de agosto– con su espectáculo Carne y hueso. Definido como "flamenco en estado puro", el montaje se presenta como un auténtico tour de force en diferentes palos y coreografías, incluyendo farruca, alegrías, bulería, fandango de Huelva y una mágica petenera compuesta por su pareja el soberbio guitarrista Paco Jarana. Estará acompañada del propio Jarana; un cuerpo de baile formado por Mariano Bernal, Ángel Fariña, Fernando Jiménez y Cristian Lozano; los cantaores Alfredo Tejada, Miguel Ortega, Antonio El Turry; y los percusionistas Antonio Coronel y Rafael Heredia.

La artista granadina atiende al teléfono largo rato y de buen humor como acostumbra. "De momento estoy muy bien, con muchísima ilusión y con muchas ganas de parir hoy", reconoce entre risas cuando se le pregunta por la presentación de Carne y hueso en el Teatro del Generalife, un espacio que conoce prácticamente al dedillo. Entre sus próximos retos hay una nueva obra, que verá la luz en 2021. "Al igual que tú se podrá ver en febrero si Dios quiere. Estamos creando con la incertidumbre de qué pasará el año que viene. Ojalá vaya todo bien...", dice.

–La pandemia lo paralizó todo, incluido el sector cultural. ¿Cuánto les ha afectado a las primeras figuras del flamenco la crisis del coronavirus?

–Nos ha afectado en todos los sentidos. No es nada fácil. Es una situación que no hemos vivido nunca. Por otro lado, los artistas siempre hemos vivido con esa incertidumbre de qué va a pasar mañana. Eso siempre ha estado ahí. Pero esta vez nos han parado todo durante un momento desolador. Hemos tratado de tener toda la paciencia y comprensión del mundo con la situación, y de adaptarnos y reinventarnos porque no queda otra.

–A finales abril nació la plataforma Unión Flamenca, una iniciativa de la que usted es presidenta. ¿Cuáles son los propósitos de este proyecto?

–Si algo positivo vamos a recordar de este año, será precisamente Unión Flamenca. Al estar en casa todos y no tener trabajo ha sido posible. Era una reivindicación histórica. Siempre escuchábamos eso de hay que unirse en los últimos años. Necesitábamos un gabinete jurídico y un departamento de prensa para ir todos juntos, de la mano. Porque por separado es imposible. José Cepero es el encargado del gabinete. Conoce nuestro sector y ha trabajado en él. No hemos parado de movernos. Queremos que esto se regularice y sea un trabajo digno. Que nuestro oficio se considere trabajo y dignificar la parte de las derechos laborales, no sólo la artística.

–Recuerdo bastantes entrevistas con músicos en las que acaban reconociendo que cobran o cobraron en algún momento en negro. Ese es el modus operandi en muchos casos...

–Hay de todo. Pero hay una cosa muy clara: nosotros estamos exigiendo unos derechos laborales, pero debemos cumplir con unos deberes. Aquí no toda la culpa es de la gente que contrata, de los empresarios y las instituciones. Nosotros a veces tenemos parte de culpa. Hay artistas que hablan con un empresario y son ellos los que piden cobrar en negro. No somos conscientes de lo que puede pasar. Y ahora lo hemos sido. Algunos han pasado por una enfermedad o un accidente y ven cómo, al cobrar en negro, no están asegurados, no tienen una vida laboral, no tienen nada. Te ves con una mano delante y otra detrás. Por tanto, hay unos deberes que tenemos que cumplir en la medida de lo posible, tanto los empresarios como los artistas.

–Hablemos de Carne y hueso. ¿Cuánto ha cambiado el espectáculo desde su creación? ¿Tiene tal vez a día de hoy otro significado a raíz de lo ocurrido en los últimos meses?

–Otro significado seguro que lo va a tener. Uno crea a veces un espectáculo y escribe la sinopsis sin saber qué puede servir de cara al futuro. El espectáculo ha cambiado, sí. Hay una cosa con la que nosotros jugamos y es lo que nos gusta, esas situaciones mágicas que se dan en el escenario. Uno sabe nunca lo que va a pasar. Todos los que vamos a estar defendiendo la obra esta noche hemos vivido la misma situación. Para nadie ha sido fácil y esos sentimientos los tiene cada uno en su interior. A la hora de cantar, tocar o bailar, de iluminar, eso está, eso saldrá. Son muchos los sentimientos que estamos deseando compartir.

–Otra de las ideas del espectáculo es enseñar la vulnerabilidad del artista. ¿Cuánto se expone uno cuando sube al escenario?

–No hay manera de medirlo. Cuando subes a un escenario y te abres en canal, porque eso es lo que hacemos los artistas, no eres consciente ni está en tu poder controlar esa situación. Es imposible. Y en mi caso, después de llevar desde del 1 de marzo sin subirme a un escenario, ya te puedes imaginar. Es bestial. Te sientes movido por una energía que a mí personalmente me gusta [ríe]. Me gusta que me controle esa energía. Lo echas de menos porque no tienes esa posibilidad de conexión con el público.

–¿Bailar delante de la gente es lo más adictivo que ha experimentado nunca?

–Es una adicción mutua. El público te necesita a ti y tú necesitas al público. Yo no concibo bailar en un teatro vacío. La energía que sientes cuando está el patio de butacas lleno es incomparable. Eso es lo maravilloso de ser artista. Que también puede tener su encanto vacío un sitio, pero no tiene nada que ver.

–Afirma en la sinopsis de Carne y hueso que el público es el que tiene la última palabra. ¿Le afectan mucho las críticas negativas?

–Es una cosa que vas trabajando a lo largo del tiempo. Claro que te afectan, sobre todo al principio de tu carrera. Piensas: es una persona que tiene conocimientos la que escribe. Conforme vas cumpliendo años, vas trabajando más y vas adquiriendo conocimientos te das cuenta de que las personas que hacen la crítica seguramente sepan menos que tú. O vas valorando si es una crítica constructiva; en ese caso, bienvenida sea. Toda opinión es válida y de todo se aprende. Pero no sufro o me duele una crítica. Puede haber una ovación generalizada... Y aun así: tú sabes mejor que nadie si has estado mejor o peor. Hay días que terminas y te vas enfadada contigo misma porque no has hecho lo que debieras.

–Con su montaje intenta que se vea la tramoya del flamenco de forma honesta. ¿Se ha desvirtuado el significado del flamenco desde que aterrizó el fenómeno del flamenquito y la cantante Rosalía?

–La palabra flamenquito me duele en el alma. Le resta importancia a un arte grandioso. No sé qué significa ese diminutivo. ¿Es mejor? ¿Es peor? El flamenco es uno. A mí me resulta ofensivo. Respeto el trabajo de todo artista, pero lo que es flamenco es flamenco y lo que no, es otra cosa. Es minimizar algo grande. A mí no se me ocurre decir operilla, por ejemplo. No lo concibo de otra manera. Qué manía de quitarle importancia al flamenco.

–Dijo en la presentación de otro trabajo suyo, Cuentos de azúcar, que fusión es una palabra que le da escalofríos. ¿Por qué?

–Cuando se habla de la fusión, de la deconstrucción. Son palabras a las que no les he dado mucha importancia. Fusionar una cosa... Yo prefiero verlo de otro modo, como compartir un espacio. Yo profundizo a la hora de investigar dentro de un arte que tengo que conocer para poder compartir con la persona con la que voy a trabajar, en el caso de Cuentos de azúcar con Anna Sato. Nos fuimos a la isla de Amami. Hicimos una residencia muy especial. Me fui a la isla a ver sus costumbres. Aparte de ensayar en un estudio con ella, investigaba en la calle. Quería conocer qué comen, qué hacen, cuál es su cultura, de qué viven. Para compartir un escenario y contar su tradición milenaria hay que hacer eso. Lo de fusionar nos confunde muchísimo.

–¿Qué opinión tiene de eso que llaman ahora "apropiación cultural"?

–Ni siquiera lo pienso. No te apropias. Tú convives, bebes de experiencias y hay cosas que se te quedan en el alma. A lo mejor pasan los años y aparecen. No lo haces conscientemente. Y si lo haces de forma consciente no es de verdad. Es algo que te ha gustado y tratas de imitar. Esa es otra historia. Una cosa es apropiarse y otra cosa es imitar aquello que puede llegar a triunfar. Se trata de compartir algo. Es necesario y vital para el ser humano. Nosotros somos más de compartir las penas. Las alegrías cuestan más trabajo [ríe]. El artista comparte su felicidad y sus penas a través de la música. Eso fluye y no hace falta que hable. 

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