Andrés Neuman, escritor

"Me fascina la tragicomedia como actitud ante la vida"

  • El autor presenta hoy 'No sé por qué' y 'Patio de locos', dos poemarios que recoge Pre-Textos en un volumen.

-En No sé por qué no hay certezas. Hasta los títulos de los fragmentos están entre interrogantes.

-Cierto. Me gusta imaginar ese libro entero como un largo poema de amor a la duda. La duda no como parálisis ni tibieza, sino como motor para seguir buscando permanentemente. Cuando uno está demasiado seguro de algo, de alguna forma descansa, baja la guardia interna. Y eso, tanto en poesía como en política, tiene efectos nefastos. El ánimo que los poemas intentan transmitir es justo el contrario: el de que tan sólo desconfiando se llega a una conclusión. Conclusión de la que, por supuesto, conviene desconfiar inmediatamente. Visualizo ese proceso como un duelo de esgrima entre dos signos de interrogación.

- Le atraen "los pájaros / cuando apenas caminan", los movimientos de las lagartijas. Es una mirada alejada de lo épico, preocupada por lo cercano, lo pedestre.

-Es que lo pedestre me parece estéticamente más complejo, más exigente: como está siempre muy a la vista, a la poesía no le queda otro remedio que buscarle matices, contradicciones, conflictos. Lo celestial es más cómodo, y puede darse el lujo de resultar simplón o tópico porque nadie lo trata a diario. Lo que me interesaba intentar en este libro era elevar lo minúsculo, poetizar lo feo. Que es una forma de estirar la belleza. No le veo el interés poético a escribirle una oda a dos pies blancos, suaves y perfectos. Lo interesante es fascinarse por sus callos y sus asperezas. Ahí hay un desafío de lenguaje y también un genuino acto de amor.

-"No sé por qué me río si me consta la muerte", dice. En el libro hay una clara apuesta por el humor frente a la amargura de la vida.

-Cada vez me fascina más la tragicomedia. No como mero tono, sino como actitud ante la realidad. Encuentro insoportablemente artificioso decidir que un libro entero va ser cómico o serio. ¿Cómo amputarse la tentación contraria? Creo que trabajando desde la contradicción entre humor y tristeza, entre dolor y deseo, cada gesto se tensa, se vuelve relevante. La risa emociona más cuando no pierde de vista la mortalidad. Y el llanto hasta se disfruta cuando recuerda lo que le queda por gozar.

-A estas alturas un poeta no debería disculparse por alejarse de los cánones más ortodoxos, pero usted parece hacerlo: "Negar el ritmo clásico es otro formalismo".

-En realidad eso era una crítica a mí mismo. Hasta ahora siempre había sido muy cuidadoso con la métrica. Me gusta que los versos tengan su metrónomo interno, aunque a primera vista suenen tan naturales que ese trabajo no se note. Sin embargo, en No sé por qué sentí que prescindir de la puntuación y del metro clásico formaba parte del proyecto del libro: asomarse al desorden y tratar de atraparlo, describirlo. Pero, al mismo tiempo, el versificador clásico que también hay en mí me susurraba maliciosamente al oído: "¿Y qué? ¿Acaso el verso libre no es otra forma de premeditación, otra estrategia igual de sistemática?" Así, mientras el libro se iba deshaciendo de la métrica, ella se vengaba reapareciendo de vez en cuando. Rítmicamente, el resultado de esa discusión interna me pareció interesante.

-Inició No sé por qué con la poesía argentina actual como referente.

-De la poesía latinoamericana en general, y de la argentina de los últimos años en particular, me estimula el desprejuicio. Hay una especie de imprudencia de base, de parodia de la formalidad, que encuentro muy refrescante. En España, en cierta medida, hemos tendido a escribir con corbata. Como si, en vez de funcionar como trampolín hacia la curiosidad formal, la tradición se hubiera institucionalizado. Es ahí donde cierto grado de experimentación, e incluso de impertinencia, cumplen una especie de función ecológica.

-Patio de locos es radicalmente distinto a No sé por qué. Usted ha definido esta combinación como un vinilo con su cara A y su cara B.

-Reciclando la lógica dual de los vinilos, me divertía la idea de pensar una cara A más bailable, más acogedora, y una cara B extraña, un punto experimental. También podría decirse que No sé por qué es la cara lírica del libro, mientras Patio de locos el lado narrativo. Que ambas mitades del libro dialoguen, se parezcan en ciertos aspectos y se opongan en otros, me pareció enriquecedor.

-Entre los recursos del poemario destaca la figura de ese narrador que, da la impresión, acaba tan loco como los personajes.

-Exacto. El narrador de la historia, que al principio parece situarse por encima de lo narrado, va enloqueciendo a medida que avanza su relato. Desde ese punto de vista, lo que me interesaba plantearme en Patio de locos era hasta qué punto es posible escribir sin contagiarse de lo escrito, nombrar sin convertirse en lo nombrado. Me parece que el compromiso ideológico de un escritor empieza por esa pregunta, más que por las opiniones que suscriba o los panfletos que firme.

-Usted le ha cogido cariño a sus personajes.

-Y respeto. Sin que por ello perdieran un ápice de violencia, suciedad o desesperación. Pienso que la locura es un país vecino, que todos estamos más o menos a punto de perder la cabeza, y la cordura no es más que la rienda de nuestra propia capacidad de delirio. Quizá la locura tenga que ver con el descontrol de una metáfora, de una fantasía que termina tomando nuestro vínculo con lo real. En ese sentido, en toda locura funcionaría un ansia por reescribir el propio personaje, por ser autor y texto al mismo tiempo.

-Ese paciente que ya se ha repuesto pero espera que su muleta se recupere es todo un símbolo de cómo el ser humano se aferra a penas y enfermedades ficticias para no salir adelante...

-Así es. Y también tiene que ver con la piedad, con la inevitable culpa de estar sano o ser feliz mientras otros enferman o caen. El loco de la muleta rota siente que no tiene derecho a soltar su bastón hasta que este se suelde, igual que un día lo hizo su pierna. El miedo a caminar solo: una locura de lo más comprensible.

-Un grupo de personas que ha perdido la razón ayuda a hablar de los misterios de la vida. Como afirma el profeta, "hay cosas que se aplastan si se explican".

-Ese es el loco profético. Cada día recorre el patio con cara de revelación y va por ahí anunciando: "¡escarabajo, escarabajo!". Pero detesta que alguien le pregunte por ese escarabajo. Las obsesiones son demasiado importantes como para que nos las quiten.

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