Emocionante Monteverdi sacro

I Gemelli | Crítica

I Gemelli en el Maestranza
I Gemelli en el Maestranza / Lolo Vasco (FeMÀS)

La ficha

I GEMELLI

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XLII Festival de Música Antigua de Sevilla (FeMÀS'25). I Gemelli. Directores: Emiliano González Toro y Mathilde Étienne.

Programa: Vespro della Beata Vergine [1610] de Claudio Monteverdi.

Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Lunes 7 de abril. Aforo: Media entrada.

En las Vísperas de la Virgen, Monteverdi recoge todas las novedades que se estaban alumbrando en la Italia de principios del siglo XVII (la policoralidad a la veneciana, el estilo concertante, la monodia acompañada, la disminución instrumental y vocal...), pero lo hace partiendo de la antigua polifonía y del venerable canto llano, ya que las melodías originales gregorianas están en todo momento en una de las voces. Los intérpretes deben decidir hacia dónde conducir su mirada: ¿celebración del artificio concertante y ornamental o monumentalidad y devoción litúrgicas?, ¿exploración del color y el detalle o énfasis en la arquitectura polifónica? Al frente de I Gemelli, Emiliano González Toro escogió: todo.

Es difícil imaginar una interpretación más variada y contrastada, más representativa y, por tanto, más barroca de esta música que la que brindó el conjunto de este tenor suizo de origen chileno, que además de dirigir deslumbró con una de las voces monteverdianas más incisivas, bellas y flexibles que yo haya escuchado nunca. El equipo, tanto vocal como instrumental, lo acompañó de forma extraordinaria y de todo ello resultó una interpretación de emocionante capacidad expresiva, en la que nada fue plano ni mecánico, los números se enlazaron con un concepto teatral y retórico del ritmo y del espacio pensado para la acumulación progresiva y expectante de tensiones hasta su liberación con ese efecto grandioso del tutti al final del Magnificat.

Los cinco salmos fueron diferentes. Si en el Dixit Dominus pareció dominar el empaste de la polifonía a 6 (¡aunque hacia el final el violone decidió dar un toque jazzístico a su acompañamiento!: pequeños detalles como ese se acumularon a lo largo de toda la obra), para el Laudate pueri se prefirió una interpretación de solistas (ocho voces, una por parte) con el solo acompañamiento del órgano, una sobria desnudez que contrastó con los dúos virtuosísticos de Laetatus sum y un énfasis muy marcado sobre el ritmo y la articulación. En Nisi Dominus, a doble coro, a González Toro, más que los efectos antifonales, le interesó destacar el efecto del cantus firmus en los tenores y por eso los adelantó y los colocó escoltando al teclado; en fin, en Lauda Jerusalem se prefirió la individualidad de cada voz al empaste, ¡y funcionó!

Los conciertos sacros fueron una celebración continua entre la sobriedad de la monodia y el ornamento: de la voz lírica de Zachary Wilder en Nigra sum, al embelesador dúo de sopranos de Pulchra es, las alternancias de disminuciones y unísonos de los tres tenores en Duo Seraphim o los increíbles efectos de eco de Audi coleum, con Wilder acompañado por el archilaúd de Pablo FitzGerald respondiendo desde fuera de escena de forma prácticamente inefable... En la Sonata, con el conjunto instrumental en un juego constante de ritmos desplazados, texturas entrelazadas y timbres contrastantes, González Toro puso una corneta doblando a las sopranos para lograr un efecto mágico. En el Magnificat, las disminuciones de cornetas y violines destacaron sobre el cantus firmus puesto en primer plano, en el centro. Tuvo algo de irreal, de aparición suspendida en el tiempo esa voz de alto haciendo el cantus firmus de “fecit potentiam” mientras los violines se extasiaban en adornos de una delicadeza luminosa, como si en cada disminución tejieran un hilo de luz en torno a la línea vocal.

No hay espacio para tanto detalle. Qué gozo de música, qué soberbia interpretación. El Maestranza registró media entrada.

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