Un iluminador carnaval

arte

Luis Gordillo presenta en el CAC de Málaga un sugerente y por momentos inquietante conjunto de obras sobre el deseo y las oscilaciones de la identidad

Visión parcial de la 'Serie Limo', el gran recuadro de 63 cuadrículas que puede verse estos días en Málaga.
Visión parcial de la 'Serie Limo', el gran recuadro de 63 cuadrículas que puede verse estos días en Málaga.

20 de agosto 2012 - 05:00

La obra más antigua de la muestra (1975) la protagoniza Chuck Colson, asesor de Nixon encausado en el Watergate, aunque no es él quien centra el cuadro, sino su foto: con su mujer, al salir del juicio parece el funcionario y esposo ejemplar. De ahí la ironía del título de la obra, La pareja americuana. A la foto siguen 87 imágenes que la retocan y desfiguran, como otros tantos estadios de una meditación sobre qué hay tras la modélica imagen: con qué ideas legitimó Colson su conducta, qué valores, ambiciones, miedos o fidelidades la impulsaron.

Gordillo, hacia 1964, percibió la carga crítica del arte pop. Sus colores ácidos, sensuales como los de la publicidad, invitaban a mirar qué se movía bajo las placenteras imágenes de la llamada sociedad de consumo (por raquítico que fuera éste en aquella España). Gordillo pintó Cabezas sonrientes y luminosas, como reclamos de pasta dentífrica, pero rotas, quebradas, deshechas. Eran obras en profundidad: la imagen se hacía máscara que, rota, dejaba ver cuanto guardaba. En La pareja americuana la profundidad cede a un desarrollo sucesivo: de la máscara brota cuanto esconde.

Son dos modos de la misma reflexión: una intenta ir de la fachada hasta el cuarto secreto, la otra prefiere recorrer la casa viendo en sus muebles y objetos los variados disfraces del deseo. Los cuadros de Gordillo siguen ambos itinerarios pero la muestra reúne los que eligen el segundo: en vez de la profundidad que taladra el disfraz, la horizontal que lo despliega en repeticiones o metamorfosis.

Repeticiones como las de Secuencias edipianas: otra foto publicitaria (presagio del videoclip) del cantante Tom Jones jugueteando en la playa con una espléndida modelo. La imagen, fragmentada, reiterada y re-fotografiada por el autor del cuadro, adquiere tintes obsesivos, como si reiterara la incansable máquina del deseo. Su agitación contrasta con la rigidez de un diminuto muñeco de plástico, índice quizá de la infancia, no por su candidez, sino por su seriedad: es la del niño cuando se identifica con la norma y germina al adulto sensato, capaz de blindarse ante los requerimientos del deseo, aunque por ello renuncie a todo afecto.

La repetición se hace metamorfosis en Fotografías de prensa, collage que mezcla imágenes de mercancías, estereotipos eróticos y fragmentos de obras de arte, todas en pie de igualdad, porque son episodios del deseo y no etapas de la reflexión y conduce a una obra en la que la metamorfosis se hace del todo presente, la Serie Limo, un gran rectángulo (3,63 x 6 metros) que encuadra 63 cuadrículas bien definidas. La firmeza de la estructura contrasta con su contenido que se antoja agitado por formas en continuo cambio: sólidos que se ahuecan y deshacen, otros que estallan al dividirse en núcleos, núcleos que se licúan, haciéndose meandros. La aparente firmeza inicial aloja incesantes transformaciones cuyos ritmos dan vida a la obra. El título, Limo, y los colores dominantes, ocre y oliva, subrayan un oscuro dinamismo que hace pensar en que toda forma brota del caos y está tocada de caducidad porque puede convertirse fácilmente en su otro.

Las formas casi orgánicas de la Serie Limo llevan estos despliegues horizontales a cierto nivel de profundidad: ya no aluden a la agitación que el deseo siembra en la sociedad sino a la que mueve la vida. Su aspecto mecánico o maquínico (diría Gilles Deleuze) lo sugieren otras series: Alambique, que iguala intestinos, bacilos y tuberías, y Los pulmones no son las almas, irónica y atractiva visualmente.

Que el deseo se inscribe en la propia carne lo certifican 16 cabecitas expresionistas, obra reciente donde la forma cabeza parece surgir de la materia pictórica que parece dictar sus exigencias a la mano a través de pequeños gestos. La obra promueve preguntas que quizá resuman la muestra: quién o qué construye el propio rostro, la propia identidad, a qué oscilaciones está sujeta, hasta qué punto podemos llamarla nuestra.

La exposición no da respuestas, pero sí pistas, al oponer, por ejemplo, dos grupos de fotos de Luis Gordillo. En el primero, imágenes del buen chico, las que nos daban de alta como adultos: fotos del DNI, la cartilla militar, el carnet universitario. Frente a figuras tan respetables (y disciplinarias) un Gordillo casi irreconocible porque ha colocado ante sus ojos conos de cartón recortados. No es burla ni cinismo, sólo sugerencia de que todo suele ser diferente de sí mismo. Lo dicen también dos inquietantes cuadros, Dios hembra B y C. Una tercera pieza que los complementa propone Otros posibles títulos de la obra. Cito sólo dos de ellos: Mujer pariendo un dios y Lo pantanoso femenino.

Luis Gordillo. Centro de Arte Contemporáneo (calle Alemania), Málaga. Hasta el día 26.

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