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Cultura

Lo impúdico: una ponencia

  • Periférica sigue recuperando la obra de Gordon Lish con 'Mi romance', un inclasificable experimento en torno a la familia, la enfermedad y la muerte.

Mi romance. Gordon Lish. Trad. Juan Sebastián Cárdenas. Periférica. Cáceres, 2014. 144 páginas. 16 euros.

A estas alturas es más que probable que sepan ya de la historia de Gordon Lish, prestigioso editor estadounidense de largo recorrido -en Knopf, en la revista Esquire...- y de manera aún más relevante, o al menos por este motivo se le solía conocer hasta no hace demasiado tiempo en España (sobre todo tras la publicación del manuscrito original de De qué hablamos cuando hablamos de amor, titulado en un primer momento Beginners), el verdadero creador de ese minimalismo de los suburbios -de los corazones exhaustos y de las ciudades americanas del último tercio del siglo XX- por el que Raymond Carver es universalmente reconocido: como autor de sus propias ficciones y también -y cuánto...- como una de las voces más influyentes de la narrativa -breve, especialmente, y no sólo estadounidense- de las últimas décadas. Bueno, luego supimos, más allá del debate sobre las cualidades de la escritura de Carver antes de la radical e inclemente intervención de su amigo, que Lo Carveriano, lo que siempre se ha entendido por tal cosa, el tono, el estilo, la extensión de los relatos (en muchos casos salvajemente recortados), esa atmósfera bajo la cual todo el mundo parece estar a punto de echarse a llorar mientras se toma el café del desayuno en la cocina, ¡hasta los nombres de los personajes!, en resumen, prácticamente todo, salvo el argumento, vale, fue en realidad obra de Lish.

Pero Gordon Lish, aparte de amigo de Carver -al que, no obstante, le hizo sufrir lo suyo cada vez que cogía un bolígrafo y empezaba a enmendarle la plana- y editor no sólo de éste sino también de Cynthia Ozick, Richard Ford o gigantes ineludibles como Don DeLillo, también ha escrito sus propios libros. Y esta faceta, iniciada por él tardíamente, en los años 80, es la que se ha propuesto recuperar en los últimos años la editorial Periférica, que ya ha publicado anteriormente sus novelas Perú y Epígrafe, ambas extraordinariamente perturbadoras, esa clase de literatura que acaba violentando moralmente al lector, páginas de introspección e intimidad a veces obscenas, a ratos en la frontera de lo grotesco y la pesadilla, en ocasiones recubiertas con un humor negro negrísimo, tanto, que por momentos no se distingue con claridad si es eso, humor negro negrísimo, u otra cosa definitivamente mucho peor que un demoledor y temerario ejercicio autosatírico. Pocas concesiones, en fin. Y ahora, en Mi romance, la novela breve que acaba de ver la luz también en el sello extremeño, la verdad es que Lish aumenta tanto el grado del desafío que sencillamente uno, de vez en cuando, tiene que interrumpir la lectura para preguntarse qué demonios está leyendo.

Si Perú trataba de un niño que mata a otro niño y años después lidia con el rencor aún vivo que provocó semejante acto, y Epígrafe reunía una serie de cartas apócrifas (o no del todo: a saber) de un remitente llamado como él y escritas en un estado de duelo y semilocura contra las personas que cuidaron en la enfermedad a su esposa recién fallecida, Mi romance nos convierte súbitamente, sin prolegómeno alguno, en público de una extraña performance sobre las (más incómodas) zonas fronterizas entre la realidad (o al menos los hechos factuales) y la ficción. Invitado a participar en un congreso de escritores en Long Island, con numerosos conocidos en el auditorio como el novelista James Salter o el crítico Denis Donoghue, el orador, un tipo llamado Gordon Lish, editor en Knopf o Esquire, autor de algunas novelas, se sube al estrado y decide que tiene que hacer "algo diferente, algo ilegal, algo más bien desproporcionado"; "asustarme a mí mismo", explica a los presentes, también a nosotros, "modificar los términos, renegociar las reglas, dejar que la temeridad se apodere de mí, ver si soy capaz de escapar a los hábitos, trabar amistad con el caos".

Y ahí empieza lo que esta voz llama "una novela light" -aunque la expresión de la versión original es más precisa: "a quick man's novel"-, un relato improvisado y obsesivo, lleno de incongruencias y repeticiones beckettianas, de cabos sueltos y comentarios lunáticos; un monólogo en algunos pasajes -las llagas causadas por su psoriaris, la visita al médico de su padre...- terriblemente, casi insoportablemente impúdico, y salpicado con una comicidad sombría y al límite -si no más allá- del desvarío. Y el hombre habla de su alcoholismo sólo medio controlado ya, de sus medicinas, de su esquinada concepción del erotismo, de cómo mató sin querer a su padre, del reloj que heredó de éste, que le baila en la muñeca, de la legendaria racanería de los Lish, de su complejo por su baja estatura, del suicidio de su hermana Natalie, con la que tan mal se llevó siempre... Una madeja imposible en la que se alternan sin lógica aparente trivialidades, apuntes absurdos y confesiones atroces y patéticas.

Digámoslo ya, y claramente (los propios editores lo advierten): no es una novela fácil. Aunque formulada así la advertencia se queda corta. Muchos se sentirán expulsados de la lectura, o aburridos, e incluso hostiles. ¿Qué diablos pretende este listillo que abusa de la cortesía de su público y lo reconoce con sorna? Sin embargo, la experiencia ante este experimento diabólico mejora cuando nos olvidamos de leer el libro, y lo escuchamos, como si ese orador desaforado y free-jazz estuviera delante de nosotros, en su estrado, con sus pantalones anchos para disimular la petaca de whisky en el bolsillo, recreándose en su "drama de preguntas sin respuestas".

Imposible no pensarlo: ¿es verdad lo que ha contado este hombre, verdad en un sentido que todos entendemos, fuera de la hojarasca teórica? Si lo es, es terrible. Y si no lo es, en realidad, también. De hecho, puede que aún más.

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