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Cultura

El (inesperado) triunfo de la vida

  • Almudena Grandes presenta en Sevilla 'Las tres bodas de Manolita', tercera entrega de sus 'Episodios de una guerra interminable' y crónica de la supervivencia en el Madrid de los 40

Almudena Grandes prosigue sus Episodios de una guerra interminable con la tercera entrega tras Inés y la alegría y El lector de Julio Verne, Las tres bodas de Manolita (Tusquets), descripción de las penurias y la crudeza de la vida en el Madrid de la posguerra en el que su autora no ha querido cargar las tintas en los dramas que padecen sus personajes. Grandes siente que el ánimo de la protagonista, "una chica corriente, ni guapa ni fea, del montón", que acaba imponiéndose a la adversidad, "consigue salir adelante y hasta ser feliz", ha impregnado de una inesperada vitalidad a la narración.

Manolita pertenece a la categoría de personajes por los que Grandes siente predilección, "los supervivientes". Su heroína, "tan heroína como la Inés del otro libro, aunque no vaya armada", pasa de ser llamada en su casa la señorita Conmigo No Contéis -"porque en la guerra todos se lanzaron a ofrecerse voluntarios con tanta rapidez que fueron dejando sus trabajos, y a la pobre Manolita le tocó quedarse con todo"- experimenta un profundo proceso de transformación cuando acude a visitar a un preso en el centro penitenciario de Porlier, para cumplir un encargo que le ha hecho su hermano. Las tres bodas... es una novela de cárcel "donde lo importante no es lo que pasa dentro, sino lo que pasa en la cola, entre las mujeres que van a ver a los presos y que forman una comunidad". En la espera, Manolita se topa con esposas y familiares "muy trágicas, muy dignas", pero también "hay muchas otras que lo que hacen es hablar: se intercambian recetas, remedios para curar a los niños, se cuentan dónde está la comida barata". Esas conversaciones suponen, lo descubrirá Manolita, "una forma de triunfo de la vida sobre la muerte, que hacen que ella cambie", relata Grandes.

Manolita visita a uno de los reclusos porque éste puede conocer el funcionamiento de unas multicopistas que han introducido en Madrid para difundir propaganda... pero que nadie del Partido Comunista sabe usar. La anécdota de las máquinas es uno de los episodios más sorprendentes de la obra, y, sin embargo, uno de los hechos que Grandes toma de la realidad. "En esta novela, como en las dos anteriores, las historias más fuertes surgen de lo que ocurrió, y las más normalitas son las que me he inventado yo", admite la narradora, que cuenta cómo el Partido Comunista de España, desde la dirección en América, hizo circular el Mundo Obrero, a partir de 1940, con la portada de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola o las homilías de San Basilio Magno, "y hubo una variedad que a mí me gusta especialmente, que es una edición de Azul de Rubén Darío que tenía unas notas a pie de página enormes, y ahí iba el Mundo Obrero. Lo metían en España los marineros antifascistas que llegaban a Bilbao, y como la policía nunca les pilló, en el año 40 hicieron la proeza de mandar unas multicopistas. Querían inundar España de propaganda, pero en el 42, cuando la policía se hizo con esas máquinas, la verdad es que no habían impreso ni una sola octavilla, porque no habían conseguido hacerlas funcionar".

Otro de los pasajes más llamativos es el de las bodas de Porlier, "el negocio que tenía el capellán de la cárcel para hombres más grande de Madrid. Organizaba vis a vis carísimos por 200 pesetas, un kilo de pasteles y un cartón de tabaco, todo por un encuentro a solas con un preso en un cuartucho inmundo. Esa historia me pareció tremendamente romántica y terrible, y le di muchas vueltas".

Grandes, que presentó ayer el libro en Sevilla dentro del ciclo Letras Capitales del Centro Andaluz de las Letras, también se inspiró en la vivencia real de una niña que llegó a un colegio de Bilbao con la idea de que iba a estudiar "y la pusieron a lavar, planchar y tender, con la particularidad de que como el jabón en los años 40 era muy caro lavaban con sosa, que te comía la piel, la carne". Las heridas y los dolores provocados por esa costumbre eran tan terribles que Grandes no quiso que acapararan el protagonismo y convirtió a Isabel en la hermana de Manolita, cediéndole un papel secundario. "En una novela tan funeral como ésta, en la que hay tantos muertos, tanta desolación, yo no quería truculencias", señala la autora.

La novelista tenía perfilados los argumentos de sus Episodios en 2008, y entonces no podía imaginar "que cuando esta novela apareciera iban a ser tan actuales temas como los desahucios, el paro, el hambre y la corrupción". Sin embargo, la escritora percibe diferencias entre el pasado y la actualidad. "La corrupción de aquella época consistía en hacer riqueza del dolor y la desesperación de los que habían perdido la guerra. Ahora el motor de la corrupción es muy distinto: se trata de que los poderes financieros intervienen en la política y hay grandes cantidades de dinero moviéndose de un lado para otro. Es una corrupción de tiempos más prósperos, aunque algunos vivan la misma pobreza, y se levanten sin saber si van a poder cenar", considera.

Entre los personajes reales que recupera Las tres bodas de Manolita está el de Antonio de Hoyos y Vinent, a quien Grandes se acerca atraída por su "generosidad radical, vivía en un palacio y acogió a la gente que estaba en la calle. Su muerte es heroica, porque por muy radical que fuera era un grande de España y tendría contactos, pero se quedó junto a sus compañeros y murió en Porlier, abandonado". Entre sus protegidos, Hoyos tiene a Francisco Román, La Palmera, un artista flamenco que es uno de los personajes más conseguidos y emocionantes de la obra. "Con él me interesaba contar lo que pudo ser la experiencia de la República para un homosexual español de la época. Hoyos lo era también, pero era marqués, en cierto modo estaba protegido. Cuando La Palmera está en Sevilla muerto de asco y ve las fotos de la Puerta del Sol el 14 de abril del 31, él piensa: Ha llegado la hora de los miserables, de los que no tienen nada, y concluye: Es la hora de los maricones, mi hora. Se habla mucho de las mujeres, de lo que representó el fin de la guerra para ellas, habían conocido un avance espectacular y volvieron a 1850. Pero ¿y los homosexuales, y la gente marginal? En los años 40 -continúa Grandes-, todo el mundo tenía miedo de lo que pudiera hacer, pero La Palmera tenía miedo de lo que pudiera ser. Él era peligroso para sí mismo por ser como era".

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