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Cultura

Las irresistibles sirenas

  • El helenista Carlos García Gual propone un viaje por la historia de estas criaturas acuáticas que, desde la antigüedad clásica y las estampas románticas hasta hoy, simbolizan la seducción.

Sirenas. Seducciones y metamorfosis. Carlos García Gual. Turner. Madrid, 2014. 208 páginas. 19,90 euros.

Las sirenas han conquistado a través de los siglos la imaginación humana. Su intrigante historia y su invitación al placer inspiraron desde la antigüedad a escritores y pintores. Si en los tiempos de Ulises y Jasón eran cantoras peligrosas y aladas, al siglo XXI han llegado como seductoras jóvenes acuáticas. Pero su pose tentadora e insinuante permanece intacta.

Dos veces Premio Nacional de Traducción, el catedrático de Griego de la Universidad Complutense Carlos García Gual ha vertido su interés por la seducción sirénica en un libro que maravilla por su fresca erudición, su belleza narrativa y su capacidad para encadenar obras maestras del arte y la literatura que han abordado este tema. Sirenas. Seducciones y metamorfosis (Turner) es, según su autor, "la historia de cómo cambiaron las figuras y los encantos de estas damas de antaño cuyo final desdichado contrasta con su gran fortuna en el imaginario popular. Y es que todo el mundo sabe qué es y cómo es una sirena aunque no haya leído a los clásicos".

García Gual se interesó por ellas a través de sus traducciones de La Odisea (suya es la que está considerada como la versión en castellano más interesante de la epopeya) y El viaje de los Argonautas. En los antiguos poemas griegos las sirenas eran criaturas del otro mundo que, en grupos de dos o tres, aguardaban en medio de la mar el paso de los barcos y con su canto atraían a los marineros a las rocas para hacerlos naufragar. "Su misteriosa y placentera melodía era una invitación a la muerte. En el mundo griego abundaban las figuras femeninas mortíferas cuyo atractivo iba unido al espanto, como ocurre también con las arpías y la esfinge", detalla. Así, Ulises pasó ileso entre ellas al atarse al mástil de su nave para oírlas sin sucumbir y Apolonio de Rodas contó cómo Jasón y los argonautas lograron esquivarlas en la isla de Antemoesa gracias a Orfeo, que viajaba con ellos y se impuso en la competencia de cantos.

Las sirenas de la Grecia antigua, hijas del río Aqueloo y de una musa, distan mucho de aquellas criaturas indómitas que las artes popularizaron a partir del Romanticismo. Para Apolonio de Rodas eran de medio cuerpo para arriba mujeres, y en lo restante, pájaros. Y aunque el rapsoda del decimosegundo libro de LaOdisea no indicó cómo eran, sí fijó su imagen de seductoras peligrosas a partir de la tradición oral.

García Gual explica en el libro que lo que define la imagen de la sirena es "su figura híbrida (mitad mujer, mitad pájaro o semipez de cola plateada) y su poder de atracción o seducción, unido en principio a su canto melodioso y, siempre, a su feminidad. Es un ser entre dos mundos que fascina a través de sus melodías y sus promesas". Esa imagen es la que perdura en la valiosa crátera ática que atesora el British Museum, donde se las representa tentando a Ulises como híbridos de pájaro y mujer. Hasta el siglo XII la iconografía las mostrará con garras de ave.

Sobre el canto de las sirenas, del que más tarde se hará una interpretación erótica y sexual, García Gual defiende a partir de sus múltiples lecturas de La Odisea que su seducción radicaba en aquello que decían, en su propuesta de saber y el modo en que apelaban al narcisismo de sus víctimas."Es una hipótesis mía porque Ulises era curioso y amante de la gloria. A quien no fuera así, esa propuesta no le atraería; otras sirenas cantarían cosas distintas".

Con todo, el ladino Ulises no se libró de la maldición de las sirenas gracias a su astucia sino a que Circe le reveló cómo pasar ante ellas. "La hechicera Circe, que estuvo enamorada de él y también era una señora muy peligrosa, le dio un par de consejos: que fuera al mundo de los muertos y que se salvara de las sirenas. Y Ulises, que era el héroe de los trucos y de la inteligencia -todo un avance respecto a los seres de la fuerza-, secundó sus advertencias".

Sobre el Orfeo mágico y seductor que viaja a bordo de la nave Argo, García Gual añade que "su canto era tan poderoso que tapó y ahogó la música de las sirenas, que eran criaturas de la muerte". Este Orfeo es el mismo que luego bajará a los infiernos a buscar a su esposa Eurídice, para lo cual tuvo que hechizar con su lira al temible Cerbero y al dios del inframundo.

En la Edad Media volveremos a encontrar a las sirenas como criaturas peligrosas incluidas en los bestiarios y enciclopedias. En adelante, aunque siguieron cantando, su seducción dejó de ser auditiva y se convirtió en visual, resaltándose su condición de bellísimas y desnudas damas de las aguas que tentaban a quienes las divisaban. "Los textos de Bocaccio, por ejemplo, aluden a sus encantos lúbricos y eróticos. Su lujuria se combina con la tendencia femenina a los engaños, tan destacada en la literatura medieval. Los clérigos y escritores moralistas suscribieron la idea de que las sirenas eran una alegoría de las alegres cortesanas y las prostitutas, mujeres que invitaban al placer y llevaban a la perdición a los jóvenes de buena familia".

Relacionadas con ellas pero sin provenir del mundo antiguo y la mitología helénica, sino de la literatura europea medieval, aparecerán Melusina y Loreley, que tienen más de hadas que de sirenas.

El mito resurgirá con fuerza gracias a los románticos alemanes que, aficionados a los monstruos y maravillas, advierten aquí un nuevo motivo: la seducción del amor imposible. "Ellos tienen otro sentido poético del mundo y, como no viven a orillas del mar, sino junto al Rin y el Danubio, recrean unas sirenas de río que tienen encanto erótico pero también sentimental. Estas sirenas ya no están en grupo, sino solas, y se miran en sus espejos mientras se peinan sus largos cabellos. Lo que atrae ahora de ellas es su belleza y su canto que invita al amor".

El mito de la ninfa sentimental encontró su prototipo en la novela de Friedrich de La Motte-Fouqué Ondina (1811). "El romanticismo creó el personaje de la sirena enamorada que quiere hacerse mujer para casarse, como en el cuento de Hans Christian Andersen La sirenita (1836). Oscar Wilde, por su parte, le da la vuelta al mito y presenta en El pescador y su alma (1888) a un hombre que desea convivir con su amada en el fondo de las aguas pero acaba traicionándola. Todas estas tramas tienen un final trágico y son de una gran belleza romántica".

La música -con Wagner inspirándose en las ondinas de la mitología alemana- y especialmente la pintura del XIX ofrecerán una lectura más salvaje de las jóvenes acuáticas. "Los pintores prerrafaelitas muestran su faz más sensual y erótica. Y James Draper las dibujó con un furor vampírico al asalto de los marineros de Ulises, algo impensable en la antigüedad. Imágenes así están vinculadas al mito de la mujer fatal tan característico de finales del XIX, un hecho que creo está en relación con que en ese momento las mujeres acceden al mundo del trabajo y desplazan un poco al hombre en sus prerrogativas".

El mito se teñirá de melancolía en el siglo XX en aproximaciones literarias como la novela breve La sirena de Lampedusa y los poemas de Eliot y Cernuda; Kafka le imprimirá un matiz inquietante en su relato El silencio de las sirenas. Pero será la almibarada sirena de Walt Disney la más popular, "una sirena infantil y que lleva sujetador pese a que una constante del mito había sido mostrar los hermosos pechos desnudos".

Con todo, su rasgo físico distintivo es su melena porque "las cabelleras largas han tenido siempre encanto erótico y por eso las brujas y hadas llevaban el pelo largo". Más accesorio es el espejo, alusión a la vanidad que aparece a partir de las representaciones medievales para subrayar que no se dedicaban al trabajo doméstico.

Trivializada a comienzos del siglo XXI en los carteles de las tabernas y hasta en el emblema de la cafetería Starbucks, "y pese a que con la permisividad actual los mitos eróticos han perdido mucho", concluye el autor, la pícara sirena resulta aún hoy irresistible gracias a su condición de mujer suelta y libre que llama para apartar al héroe de su camino y al señor corriente de su rutina diaria y sus deberes cansinos.

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