Love of Lesbian e Iván Ferreiro transforman la Plaza de España en un refugio de emociones compartidas

ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST

Ante 7.000 corazones que llevaban sus canciones tatuadas, Love of Lesbian convirtió el icónico escenario en un espacio íntimo y vibrante. Antes, Iván Ferreiro hiló silencios y recuerdos con una voz que no necesita gritar para conmover. Una noche en la que la música no solo se escuchó, sino que se sintió en la piel

La furia lírica de Residente que resiste a Calle 13

Santi Balmes, cantante de Love of Lesbian, en la Plaza de España
Santi Balmes, cantante de Love of Lesbian, en la Plaza de España / Mauri Buhigas

Love of Lesbian es de esas bandas de las que sus seguidores parecen llevar sus canciones tatuadas por dentro. Y anoche se dieron cita 7.000 de ellos en el Icónica Santalucía Sevilla Fest, porque su grupo de cabecera iba a interpretarlas en un lugar que parece haber sido soñado más que construido. En la Plaza de España flotaron entre la solemnidad de la piedra, la acústica casi orgánica, el eco del azulejo replicando las voces; todo conspiraba para convertir el grandioso recinto en una caja torácica gigante, donde vibraron esas canciones que se escuchan con la piel, porque repito que hace tiempo que viven debajo de ella.

Empezaron con Ejército de salvación, y desde los primeros acordes notamos que había algo distinto en el aire. Quizá era el silencio respetuoso del entorno antes de estallar en gritos, o la forma en que las luces se deslizaban por los muros y las torres como si también quisieran cantar. La emoción tenía cuerpo, se podía tocar. La canción la comenzó Santi Balmes cantando, apenas arropado por el teclado de Dani Ferrer, uno de los músicos incorporado como miembro fijo en los directos, y poco a poco fueron entrando los demás: Ricky Falkner, que se situó en otro teclado para pasarse enseguida al bajo, instrumento que había estado tocando también en el concierto anterior, como miembro de la banda de Iván Ferreiro; Marc Clos, a la percusión, con una pegada extra para enriquecer el sonido de los conciertos y, por supuesto, los otros tres miembros históricos de la banda junto a Santi: Julián Saldarriaga, guitarra y coros; Jordi Roig, con otra guitarra y Oriol Bonet a la batería. Después de Cuando no me ves, Santi confesó que venía un poco agarrado de garganta por culpa de los traicioneros aires acondicionados e iba a necesitar el apoyo de las voces del público; algo que no le faltó porque, repito por tercera vez, la gente lleva estas canciones tatuadas en su interior. Es difícil encontrar en la memoria un lugar tan mágico y bonito como el que hoy nos ha dejado Sevilla para tocar. Es abrumador. Dicho lo cual, en Noches reversibles, la letra -creo que voy a empezar a romperme- se volvió colectivamente real, con miles de gargantas rotas gritando suavemente. Luego Bajo el volcán ascendió como la lava volcánica, lenta y devastadora; en Contradicción las guitarras, suaves al principio, se fueron abriendo paso con una cadencia que acompañaba, sin imponerse al sonido, mientras la base rítmica latía como un corazón que duda, pero aún así sigue avanzando. En las pantallas, cantándola a dúo con Santi estaba Rigoberta Bandini. En Memorias perdidas tuvimos un momento mágico, cuando Santi cantaba la parte que dice son las seis de la mañana, no enciendas la luz, y se encendieron a la vez todos los focos de luz blanca y potente que estaban colocados en la fachada de la Plaza de España.

Santi Balmes, cantante de  Love of Lesbian, junto a Iván Ferreiro
Santi Balmes, cantante de Love of Lesbian, junto a Iván Ferreiro / Niccolo Guasti

Más tarde, llegó 1999; no importa cuántas veces la hayas escuchado, cuando arranca ese rasgueo lento y reconocible, algo en el pecho se encoge. Para interpretarla se les unió Iván Ferreiro y cuando llegaron al final —se extinguirá mi voz y entonces me conocerás— hubo un silencio que pesaba más que cualquier grito, hasta que lo rompieron los reconocibles versos de ¿Por qué te vas?, la canción de Jeannette que nunca olvidaremos a pesar de lo que dice su letra, usada aquí como hermosa coda. En Incendios de nieve Santi tuvo que parar unos segundos para dirigir el movimiento de brazos del público, que hasta ese momento eran miles, moviéndose cada uno a su bola, de un lado para otro. Cuando llegaron a Allí donde solíamos gritar, las palmas ya no golpeaban el aire, sino los recuerdos. Una euforia contenida, casi meditativa, se apoderó del ambiente, como si la alegría también supiera guardar silencio, una especie de alegría interiorizada, de la que tenemos cuando sabemos que algo importante está ocurriendo sin necesidad de nombrarlo. Con Club de fans de John Boy, marcando el final del concierto, tras un somero recuerdo a Fantástico, la nostalgia encontró su forma más luminosa. Los coros no solo venían del público, sino del entorno; parecía que las torres, las balaustradas, el canal, todo coreaba la canción. Hasta que ya solo se oyeron aplausos, respiraciones entrecortadas… y una música que seguía sonando, aunque ya no estuviera.

Pero Love of Lesbian no se quedó en el repertorio emocional de siempre. La Champions y el Mundial, una metáfora de la promesa que nos hacemos cada septiembre de que vamos a cambiar para mejor, que como autoengaño sirve de puta madre, según Santi, y La hermandad, que fue uno de los grandes momentos, a medio camino entre el canto épico y la invitación al abrazo, mostraron la madurez de una banda que no necesita reinventarse para seguir siendo necesaria. Las canciones del último disco, del mismo nombre que la que abrió el concierto, muestran que esta gira no solo abre cajones de la memoria, también enciende lámparas en habitaciones que aún no hemos habitado; la banda no vino a decirnos mirad lo que fuimos, sino imaginad lo que todavía podemos ser. Porque las canciones nuevas no buscaban reverencia, buscaban vida; vinieron a arañar certezas, a sacudir lo que creíamos cerrado, a abrirnos en canal y sembrar dentro una pregunta que aún no sabemos responder.

Love of Lesbian en la Plaza de España
Love of Lesbian en la Plaza de España / Niccolo Guasti

Iván Ferreiro había salido al escenario cuando aún quedaba mucho tiempo de luz, para entablar lo que pareció una conversación consigo mismo más que un espectáculo musical. Sin aspavientos, sin necesidad de vestirse de héroe. Bastaron los primeros acordes de Canciones para no escapar para que el silencio ganara terreno y el tiempo supiera que debía rendirse. Iván cantaba con la parsimonia de quien ha visto pasar demasiadas cosas y ya no necesita gritar para que le escuchen. En Dejar Madrid y Pinball su tono fue el de una súplica suave, una cuerda invisible que nos ataba a todos a su voz. Sevilla, por un momento, dejó de ser geografía para convertirse en sensación suspendida, vulnerable, encendida desde dentro. El disco que da nombre a la larguísima gira que el cantante está manteniendo, Trinchera pop, estaba siendo honrado con una interpretación que le salía del alma; qué menos que todos lo escuchásemos también con ella. La misma alma que estaban poniendo los músicos en el escenario: el mencionado Ricky Falkner, bajista de toda la vida de Iván y últimamente apoyo rítmico también de Love of Lesbian; Sergio Martínez Puga en la batería, Pablo Novoa en los teclados y Emilio Sáiz asociando su guitarra a la de Amaro Ferreiro, el hermano de Iván.

Siguieron El dormilón, Una inquietud persigue mi alma, canciones que, unidas a otras como El pensamiento circular, eran piezas de un puzle emocional que encuentra sentido precisamente en su desorden. El equilibrio es imposible, más antigua todavía, de cuando era uno de los Piratas, fue recibida como una revelación no solo por lo que decía, que lo imposible puede sostenerse si hay belleza, sino por cómo lo decía, sin dramatismo, con la resignación melódica de quien ya ha hecho las paces con sus ruinas. La gente se la sabía y la coreó masivamente. Quedó claro que Iván Ferreiro era capaz de conseguir lo imposible, desvestir el alma de una plaza y dejarla expuesta, vulnerable, pero arropada por el calor de la música mucho más que por el propio calor ambiental. Miss Saigón sonó en una versión larga y llena de efectos electrónicos, que la unieron a En el alambre. El público no había olvidado a los Piratas; su canción más emblemática, Años 80, comenzó a cantarla la gente. Iván callado, sujetando el micrófono frente a ellos. La canción fue creciendo como crecen los recuerdos que uno ha decidido revivir, e Iván, con esa voz que parece hecha de cristales empañados, se entregó a ella cuando comenzó a cantarla él. Posiblemente fuese este el momento más especial de este concierto, porque Años 80 no es una canción sobre una época, es más una canción sobre lo que fuimos antes de entender que el tiempo nunca vuelve. Tras ella daba igual qué canción sonase, porque ir al rebufo de esta sería a la vez bueno y malo; la experiencia le tocó a Cómo conocí a vuestra madre, una joya escondida que al salir a la luz anoche brilló con una ternura casi clandestina.

Ivan Ferreiro
Ivan Ferreiro / Mauri Buhigas

Anclada a la revisión de unas estrofas del Diecinueve de nuestros paisanos de Maga, Turnedo tardó en llegar, se quedó para el final prácticamente. La plaza entera la cantó sin pensar, como se respira o se reconoce un viejo perfume al pasar. Y aunque la canción ha sido interpretada mil veces, aquí sonó distinta, más contenida, más verdad. A su alrededor, la arquitectura histórica parecía escuchar también, como si algo irrepetible estuviera teniendo lugar. El último tema fue En las trincheras de la cultura pop, con esa melodía que empieza recreando la visión que Max Richter tenía de Las cuatro estaciones de Vivaldi y no acaba de cerrarse nunca del todo. Parecía querer seguir volando un rato más. Y cuando las luces se encendieron, no hubo euforia ni explosión. Solo un aplauso largo, sostenido, lleno de gratitud, que casi llegaba a tapar la música de The Avalanches que sonaba como despedida. Una despedida de esas que se hacen cuando uno despide a alguien que no quiere que se vaya, pero ya sabe que tiene que hacerlo. Estuvo bien volver a ver a Iván Ferreiro otra vez junto a Love of Lesbian.

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