Manuel Carrasco, el artista con luz
MANUEL CARRASCO | Cantante
El cantante de Isla Cristina, Hijo Adoptivo de Sevilla, abrió anoche en el Estadio de la Cartuja su nueva gira, un espectáculo con el que vuelve a emocionar al personal
Manuel Carrasco ofrece la previa de su concierto en las calles de Sevilla

Dicen que la emoción no se improvisa. Que hay que parirla, amasarla, darle forma con el tiempo y con el tacto de quien sabe mirar a la vida con las manos abiertas. Dicen también que lo difícil no es llenar un estadio, lo difícil es que se te llene el alma. Y la noche del sábado, en el Estadio de La Cartuja, a Manuel Carrasco se le salió la suya por los poros. Sevilla, que ya lo ha visto crecer desde que era solo un chico con voz de mimbre y mirada buena, lo recibió ahora convertido en un animal salvaje, dulce y furioso, dispuesto a cantar su nuevo mundo desde la herida y la ternura. Con la gira aún por estrenar, sin setlist filtrado ni estridencias previas, todo era misterio. Pero el corazón lo sabía, esta no era una cita cualquiera. Era el inicio del Tour Salvaje 2025, la presentación de Pueblo Salvaje II, un disco donde Carrasco afila su discurso, se arriesga, se lanza, pero sin dejar de abrazar. Con todas las entradas agotadas en apenas 75 minutos desde su puesta a la venta, más de 70.000 cuerpos latiendo como uno se congregaron para ser testigos de un espectáculo que prometía ser inolvidable y que, sin duda, superó todas las expectativas. Que quede claro que aquí nunca ha sido cuestión de cantidad, aquí lo más importante siempre ha sido la calidad, dijo, adulador, sobre el público volcado con él. La Cartuja entera fue un territorio fértil para esa siembra de emociones. Y poco después de las diez de la noche, se apagaron las luces y tembló el estadio. Sevilla, que ya venía encendida desde el mediodía, respiró hondo. A él, con los brazos en cruz y la sonrisa intacta de quien no ha perdido el niño que soñaba con esto mientras barría la puerta del bar de su padre en Isla Cristina, el alma se le desbordaba en los ojos.
No hubo orden rígido ni guion cerrado, pero sí hubo una hoja de ruta emocional que pasaba del temblor a la euforia, de lo íntimo a lo colectivo. Algunas canciones del nuevo disco —ese que huele a tierra, a infancia, a lucha— asomaron pronto, desde que tras la introducción, todavía oculto, cantando como no voy a quererla si Sevilla a mí me dio lo que una madre da a un hijo, que es todo su corazón; Sevilla, aquí está tu hijo, abrió con El grito del niño y Pueblo salvaje y llegaron hasta el cierre de la noche con Tengo el poder, que fue un estallido luminoso y, más que cantar, Carrasco parecía estar gritando para todos aquellos que aún no saben que también lo tienen. La canción, con su mensaje de empoderamiento y superación, resonó con fuerza entre el público, ajustada al tono de una noche cargada de emociones que estalló en fuegos artificiales. Entre palmas, móviles en alto y alguna que otra lágrima mal disimulada, fueron cayendo piezas nuevas y alguna reliquia de otras vidas. A lo largo del concierto, Carrasco presentó en vivo por primera vez las canciones de su nuevo trabajo discográfico, introspectivo y comprometido, que invita a la reflexión sobre la identidad y la libertad. Temas como Salitre, Museo del Prado o Mi dignidad fueron coreados por un público entregado, que no dejó de acompañar al artista en cada nota. Carrasco canta al niño herido, al jornalero sin papeles, a la madre que no llega a fin de mes, al amor que dignifica, al barrio que resiste. Y ese espíritu de batalla, de ternura con cicatrices, impregnó cada rincón del concierto. No faltaron las canciones que ya no son suyas, sino nuestras, aquellas que acompañaron rupturas, viajes, esperas, la primera vez que alguien nos dijo qué bonito es querer. Con Hay que vivir el momento, Corazón y flecha, Uno x uno, Ya no, la emoción se derramaba cuando lo mirabas y no sabías si estabas en 2025 o en aquella plaza de Isla Cristina una noche cualquiera de hace veinte años. En la recta final del concierto aparecieron Los Cantores de Híspalis para cantar con él y recordar la feria de la semana pasada y a Pascual, cruzando eternas bahías.

No dejes de soñar fue una caricia en forma de himno, que se convirtió en abrazo colectivo para consolar a la chica que se desmayó cerca de la pasarela que iba desde el escenario hasta el corazón del público de pista, obligando a Carrasco a interrumpir su interpretación, para retomarla cuando ya estaba ella bien y el público, en lugar de corearla la susurrara al cielo, iluminado por un océano de luces blancas surgida de cada localidad que ocupase una persona. Que nadie sirvió como canto valiente que rompió el silencio de las heridas, con el saxo de David Carrasco entrando por primera vez y una ola imparable de voces de un coro de gospel que apareció desde atrás para avanzar hasta donde estaba el cantante. Tras un rápido cambio de ropa, Carrasco se quedó solo al borde del escenario con su guitarra; Fue la cantó él, pero en Soy afortunado dejó la interpretación de estos aires gaditanos en la voz de la multitud; acabó este segmento en solitario con Hay amores que duran toda la vida, una declaración serena y luminosa, que sonó como una promesa, susurrada esta vez por él solo, entre miles de personas.
Cuando sonaron los Tambores de guerra se alzaron a la vez casi 150.000 brazos y ahí se quedaron, apuntando al cielo mientras Carrasco avanzaba por la pasarela entonando las estrofas de Amor planetario guiado por una explosión de luz y esperanza. Después se bajó de ella para mezclarse con las primeras filas de espectadores —había que ver sus expresiones en las pantallas laterales— para celebrar la vida con ellos, a grito limpio y sin miedo, con el corazón abierto de par en par y la piel erizada de verdad mientras sus voces emocionadas y desafinadas acompañando al cantante en Yo quiero vivir se colaban por su micrófono. Hasta por la mañana prendió el ambiente como una chispa nocturna y de ella surgieron los primeros fuegos artificiales, que pusieron un punto en la continuidad del espectáculo. Pero solo fue un punto y seguido.
Tras un rato de diversión con la Kiss Cam apareció de nuevo Carrasco en solitario, esta vez al final de la pasarela, sentado ante el piano. Me dijeron de pequeño para empezar; una confesión hecha canción, que se convirtió tras un largo monólogo, en viaje emocional: infancia, heridas y sueños se entrelazaron en cada verso como raíces que buscan el cielo. Y ahora fue un latido intenso que rompió el silencio del pasado descrito antes y tras el himno de respeto y admiración que fue Mujer de las mil batallas, volvió al escenario con sus músicos, para seguir con Eres, provocando un suspiro colectivo que abrió paso a dos nuevas canciones más, Prohibida y La reina del baile, las dos más intensas, de ritmo más vibrante del disco que se presentaba hoy; la visita de los amigos de Híspalis y la ola de ternura compartida que trajo Qué bonito es querer y mantuvo Tan solo tú, hasta que la rompió un solo de guitarra lleno de rock y el huracán de energía que desató Tengo el poder.

Anoche Carrasco no se quedó en la nostalgia. Miraba hacia adelante. Y lo hizo con una banda engrasada —Cristian Chiloé a la batería, Javier Lozano al piano, Roberto Lavella y François Le Gofic a las guitarras, Pepe Curioni al bajo, Gala Celia a la percusión, La Pucci en los coros y su primo David al saxo—, con una producción escénica de alto vuelo —que sin embargo no eclipsa el mensaje— en la que participan más de 200 personas y con una verdad que no se compra ni se ensaya. El escenario parecía más una plaza en mitad de un sueño que un decorado de gira internacional. Y el estadio explotó. Cuando se fue despidiendo, ya rondando las tres horas de concierto, se le notaba la emoción en las manos, que es donde la emoción se ve cuando uno es de verdad, y no se puede explicar de otra manera. Los fuegos atronaban y con toda la banda al final de la pasarela, agradeciendo los saludos en forma de aplauso multitudinario, David volvió a soplar el saxo, al que se unió Cristian, de vuelta en la batería, para darnos un poco más de Tengo el poder. El estadio se resistía a vaciarse, y ellos eran los últimos en soltar el hechizo, por eso la guitarra española de Roberto acompañó con su rasgueo a todos cantando que no, que no, que no, que no me da la gana, que no me voy de aquí hasta por la mañana. Pero eso era imposible, el final había llegado ya, inexorable.
El Tour Salvaje 2025, que seguirá por Granada, Albacete, Murcia, Jaén, por muchas más ciudades antes y después de recalar en Isla Cristina el 22 de agosto, ha comenzado como debía, prácticamente en casa, en la ciudad que lo acogió como Hijo Adoptivo, donde terminó la gira anterior, con el alma por bandera y el pueblo —ese pueblo suyo que somos todos— cantando con él. Porque Manuel Carrasco no da conciertos, lo que hace es convocar encuentros. Porque lo suyo no es llenar estadios, sino corazones. Porque hay artistas que brillan, y luego está él, que ilumina.
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