Misterios policiales y ritos paganos
El muérdago amarillo
El muérdago amarillo (Hermida Editores), obra de Walter S. Masterman, autor policial británico desconocido en España, es una singular obra de misterio que acude, para urdir su trama, a dos fuentes a la moda en el entresiglo anterior: la mitología y el folklore
La ficha
El muérdago amarillo. Walter S. Masterman. Trad. Óscar Mariscal. Hermida Editores. Madrid, 2025. 322 págs. 22 €
Masterman, escritor de fantasía y misterio de la entreguerra británica, es un absoluto desconocido en las letras españolas. De modo que cabe saludar con gratitud esta versión de El muérdago amarillo, editada por Hermida, que el lector aficionado al género sin duda acogerá favorablemente. Hay que señalar, no obstante, dos singularidades de esta novela, protagonizada por su personaje más célebre -en el orbe anglosajón- el perspicaz detective de Scotland Yard sir Arthur Sinclair. Dichas singularidades son de carácter fantástico y erudito, y vinculadas ambas a dos obras de enorme repercusión en el siglo XX y aún en el XXI. La primera, ya aludida desde el título, es La rama dorada de James George Frazer, cuyo estudio sobre la paganidad, el culto de Diana y el rey del bosque, forman parte sustancial del misterio de El muérdago amarillo. Una segunda alude, creo que manifiestamente, a otra obra nacida de la erudición antropológica de finales del XIX: el extraordinario Drácula de Bram Stocker.
La peripecia de la novela, con crímenes misteriosos y hechos irresolubles, sigue la estructura del Drácula de Stoker
La secuencia, pues, donde pudiéramos incardinar este divertimento fantástico de Masterman es como sigue: La rama dorada, publicada en 1890 (su edición abreviada vería la luz en 1922); Drácula, publicada en 1897, y El múerdago amarillo, que se edita en 1930. La peripecia de la novela, con crímenes misteriosos y hechos irresolubles, sigue la estructura de Stoker, desde Londres y la campiña inglesa, hasta la abrupta geografía de Centroeuropa. Y siempre con un grupo heteróclito y voluntarioso de aventureros aficionados. No obstante, el nudo espiritual de la novela encuentra su misterio en un venero algo distinto al que barajó Stoker. Si el irlandés resumió, en cierto modo, el crepúsculo de lo sagrado en la figura del vampiro; Masterman no hace sino abundar en un lugar común de la literatura del XIX, como fue el de una paganidad residual, latente, quizá terrible, que hallaremos tanto en el Heine de Los dioses en el exilio y el Gautier de Arria Marcela, como en La venus de las pieles de Sacher-Masoch; la cual paganidad encontraría su versión psicoanalítica en La Gradiva de Jensen (1907), espléndidamente analizada por Freud.
Tras la vasta peripecia, El muérdago amarillo también resolverá el misterio a la manera de Stoker: vale decir, con un triunfo del bien teñido por la melancolía.
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