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Pedro Ordóñez Eslava. Musicólogo

"La música contemporánea puede ser divertida"

  • El autor publica un libro sobre la relación entre Sevilla y la música contemporánea.

Sevilla y la música contemporánea. Estudio de una historia viva. Pedro Ordóñez Eslava. Ayto. de Sevilla, 2014. 158 páginas. 15 euros.

Pedro Ordóñez Eslava (Sevilla, 1980) reconoce que cuando en 2013 lo llamaron del ICAS para decirle que tenían interés en publicar su libro se llevó una gran sorpresa. "El libro forma parte de la investigación que hice para obtener el DEA (Diploma de Estudios Avanzados) en el Departamento de Historia del Arte y Música de la Universidad de Granada. Lo mandé al Ayuntamiento en el año 2007, pero al parecer la crisis les impidió afrontar antes su publicación. Les pedí seis meses para repasar la redacción y ampliar la documentación hasta justo ese mismo 2013".

-¿Cómo ha sido la relación de Sevilla con la música de vanguardia en los últimos 30 años?

-Hablo de Sevilla, pero el diagnóstico podría aplicarse igual a Málaga, Granada, Alicante o Madrid. La difusión y programación de la música contemporánea ha dependido esencialmente del empuje individual de ciertas personas, y en el caso de Sevilla pienso en Manolo Grosso, Elena Angulo, Juan Carlos Marset, Manolo Ferrand o Paco Ramos. El apoyo oficial ha dependido de que algunas de estas personas ocuparan algún puesto en las instituciones. Desde el ciclo de Caja San Fernando que había en los 80, y que surgió gracias a la iniciativa de Antonio Rodríguez Buzón, a lo que hay ahora, el ciclo del Central, el de Zahir Ensemble con la Universidad o lo del Conservatorio Francisco Guerrero, todo ha estado siempre muy pegado a las personas concretas, fluctuando lógicamente en función de la coyuntura económica, pero muy unido al interés personal.

-¿Y qué le parece la situación actual?

-Hay iniciativas interesantes, como la de Zahir, la del Cimucc o la de Proyecto Ocnos, que con sus recursos hacen lo que pueden, pero me parece muy importante subrayar, en lo negativo, la desaparición hace unos años del Curso de Estética y Apreciación de la Música Contemporánea que se hacía junto al ciclo del Central. Creo que es algo que nunca tendría que haber pasado. Es más, tal y como está concebido ahora, sin curso, el ciclo debería desaparecer. La dimensión didáctica que añadía ese curso era fundamental, y rara, porque otros festivales españoles no la tienen. Recuerdo por ejemplo cuando vino Frances-Marie Uitti con su violonchelo y sus dos arcos, y dedicó hora y media a explicar la técnica del doble arco. Eso es impagable, fundamental para penetrar en un repertorio que es difícil, que necesita tiempo, paciencia y una atención muy concreta en la escucha. La contemporánea necesita rodearse de un contexto muy determinado y el curso era esencial en ese sentido.

-¿Y con qué argumentos apoya esa idea tan radical?

-Sencillamente, la fórmula se ha agotado. Creo que al director del ciclo, Manuel Ferrand, que ha sido una persona muy importante en la implantación y desarrollo de la contemporánea en la ciudad, le ha dejado de interesar. Lleva tiempo buscando otras cosas para hacer otros repertorios, y eso es signo de agotamiento. Si quieres ir a otros estilos, vale, pero que sean igual de contestatarios, si haces jazz, que sea un jazz transgresor. Se pueden incorporar nuevos estilos, pero que huyan de lo convencional, porque eso es lo que abarca el concepto de "música contemporánea". El ciclo además se diluye. Este año son siete conciertos a lo largo de tres meses, la gente se pierde. Hay poco dinero, vale, pues plantea un festival: tres días seguidos, tres grandes conciertos, y sería mucho mejor.

-La relación de la contemporánea con el público en cualquier caso no ha dejado de ser problemática. ¿Hay solución?

-Es fundamental que la propuesta se haga pensando en que va a gustar, y esto se consigue haciendo algo de la calidad más alta posible, y pensando en atraer a público. El apoyo institucional ha adormecido en gran medida al programador. El programador tiene que aspirar siempre a que su propuesta sea sostenible. Porque la música contemporánea puede ser divertida. No tiene que ser un repertorio frío, de laboratorio. Todo eso es herencia de las segundas vanguardias y de la extremada racionalización de la escucha musical. Pero no tiene por qué ser así.

-¿Cuál es el mejor formato hoy para la música de vanguardia?

-En Sevilla, y teniendo en cuenta los recursos de la ciudad, el formato ideal es el festival. Una semana con muchas actividades en todos los espacios posibles (el Central, el Maestranza, el CAAC...). Hacer que sea inevitable que la gente se encuentre la música por la calle.

-¿Los grandes centros (y pienso en el Maestranza) hacen lo suficiente?

-Ir al Maestranza a escuchar contemporánea es casi un oxímoron. No funciona. Que la orquesta pueda tocar algunas obras y que haya encargos está bien. Pero es necesario que la música actual salga de esos espacios. No interesa programar un concierto en un aforo de 500 personas, que vayan 80 y parezca vacío. Es más interesante ir a uno pequeño y que lo llenen 60-70 personas. La gente que va a un concierto de pop independiente o de noise en una sala privada no va a ir jamás al Maestranza. Ese es el sitio de la música clásica, y eso genera rechazo. A lo mejor si programas una semana de música contemporánea, por ejemplo dentro de ese festival, sí tendría más sentido. Pero es que ni siquiera veo la ópera actual en esos espacios. Puedes hacerla en otros. Creo que ni El viaje a Simorgh de Sánchez Verdú en su día ni ahora El público de Sotelo deberían haberse estrenado en el Real.

-Su tesis doctoral versa sobre la música de Sotelo, Sánchez Verdú y la interdisciplinariedad. ¿Cómo ve la mezcla de artes desde la óptica de la música de vanguardia?

-Puede verse a distintos niveles. Por ejemplo, sacar los conciertos de los auditorios convencionales y llevarlos a galerías de arte podría estar bien. Pero yo voy más allá. En el marco de un festival de música contemporánea sería muy interesante contar con muestras de artes plásticas vinculadas a la música. Recuerdo por ejemplo un concierto de Alberto Rosado con música de José Manuel López López y cuadros de José Manuel Broto que me pareció ideal. Existen ya muchas iniciativas que aglutinan varias disciplinas: hay electrónica, puesta en escena, danza, luz... O instalaciones, en las que el espectador se mueve libremente por un espacio determinado; a ese respecto, recuerdo El libro de las estancias de Sánchez Verdú en Granada, que fue una pasada. No digo que sea imprescindible: la música es un arte autónomo y puede funcionar sola, pero me parece muy interesante desarrollar iniciativas en espacios alternativos con experiencias que sean no ocasionalmente, sino ontológicamente interdisciplinares.

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