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MEMORIAL I CRÍTICA

El Niño de Elche canta balleno

Niño de Elche en la Bienal del Flamenco / Juan Carlos Vázquez

Resumiendo, como dijo que había que hacer porque "eso de citar la procedencia de cada uno de los palos como hacen los clásicos no le interesa a nadie", el Memorial del Niño de Elche es un sermón infumable, soporífero y vacío de un cantaor artísticamente mediocre que de nuevo se hace un sitio en una Bienal de Flamenco a base de despreciar el arte al que representa (y por el que cobra) y de insultar al resto de compañeros, profesionales y espectadores. Porque se ve que es su público el único que tiene un criterio y un compromiso "político" merecedor de respeto. 

De esta forma, en un ejercicio extremo de egocentrismo, pedantería y soberbia, el alicantino inició la propuesta con proyecciones de sus primeros recitales y un discurso en el que (esto sí lo consideró importante) pormenorizó con detalle cómo su padre le cortó las uñas detrás de una puerta cantándole una letrilla para que fuera cantaor o cómo empezó a tocar la guitarra con esa única nota con que acompañó la introducción en la que recordó con retazos entrecortados algunas letras de sus primeros referentes.

Tras esto, y al contrario de lo que contaba en la entrevista previa a este diario donde resaltaba su concepción del cantaor como un "sujeto físico", el artista se sentó en la silla para interpretar cada una de sus posesiones (así llamó a los palos) jugando con los sonidos guturales, los espasmos y su cante de ballenos. Así, entre molestos gallos, y una voz impostada carente de cualquier emoción, encadenó un repertorio de soleá, verdiales, alegrías, farruca, seguiriya (lo más interesante) y bulerías que ya desde el principio se hizo pesado por lo repetitivo y donde escuchamos si acaso una falseta de Cantizano porque ni para los guitarristas dejó hueco sus ansias de lucimiento. 

Sus memorias se fundamentaron por tanto en "rebuscar en los residuos" de ese flamenco -"cansado de cantar"- y que , según él, ha muerto o habría que matar. Por tanto, como es costumbre, trató de suplir las carencias artísticas que lo sitúan como un imitador (o un impostor) con el desprecio y lo paródico. Lanzando comentarios de un humor obsceno que destilaban elitismo, clasismo y totalitarismo, como si sólo así pudiera provocar algo en los pocos que le rieron las gracias en un Lope de Vega que apenas llegaba al medio aforo contando los amigos del director al que agradeció que "haga posible otra Bienal" (imaginamos que ésa donde él tenga cabida) y los medios en cuyas críticas sustenta su trayectoria y se agarra para sostener su presencia mediática.

De hecho, más allá de algunas interesantes colaboraciones que le vemos en espectáculos corales donde podemos apreciar las texturas o ideas que aporta, su performance en solitario se presenta cada vez más hueca, entre otras cosas porque las sorpresas duran poco. De ahí que cuando dio las gracias a los presentes por la asistencia, alguien de atrás añadiera "y por la paciencia". 

Probablemente, si esta ciudad pseudo transgresora, esnob y superficial sigue defendiendo que éste es el flamenco agitador y necesario, el Niño de Elche celebrará sus bodas de oro en esta cita jonda y se alimentará de críticas reaccionarias como ésta. Pero ya no será mía. Ahora sí, antes muerta.

 

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