Los 30 años del TNT | La crónica
TNT, un lugar para la resistencia
Flamenco
Sevilla/La falta de definición de su propio modelo, objetivos y finalidad, la debilidad de sus estructuras, la implicación que requiere de los socios, la dependencia de lo público y el cuestionado manejo de sus fondos, el carácter cerrado que se les atribuye, las diferencias entre sus dirigentes, el abandono político, la incapacidad de autogestionarse y la inoperancia de algunos de sus representantes ha llevado en los últimos años a las peñas flamencas a un imparable declive que ha desembocado en la desaparición o inanición de muchas de ellas.
Ante esta situación, en 2021, la entonces recién creada Unión de Peñas y Entidades Flamencas de la Ciudad de Sevilla lanzó un SOS para alertar sobre este “desolador panorama” al que, según argumentaban en su manifiesto “Por el flamenco de base”, han contribuido “desde la gentrificación que hace imposible el pago de alquileres hasta los altos costes de mantenimiento, sin olvidar el desamparo de los poderes públicos”, a los que solicitaban ayudas públicas a la altura de la labor que realizan.
Una demanda que se tradujo en ciclos y circuitos subvencionados por el Ayuntamiento pero que, sin embargo, no ha resuelto las diferencias entre quienes desconfían de cualquier iniciativa que provenga de los peñistas o discuten sus exigencias y quienes defienden la labor de estos espacios como agentes dinamizadores de la cultura jonda en una ciudad huérfana de una programación flamenca estable y de espacios de reunión en torno a lo jondo.
En este contexto, desde una visión del flamenco como arte en movimiento, transversal e integrador, peñas como la de La Bambera, que ha abierto recientemente sus puertas en El Pumarejo, o la feminista Las Asarvahás, que opera desde hace aproximadamente un año desde el barrio de San Diego, pretenden recuperar y reivindicar el espíritu disidente con el que nacieron estos lugares, desde un planteamiento crítico que implica abogar por nuevos modelos de gestión y planteamientos que revisen y cuestionen las tradicionales inercias. No tanto con el fin de crear nuevos públicos, sino de acoger a esos aficionados que no sienten cómodos o identificados la imagen clásica del peñista.
Así, la filosofía de La Bambera, explica Pedro Lopeh, uno de sus impulsores, es romper con el “adocenamiento” del flamenco y “revitalizar el tejido social vinculado al arte y la cultura” desde un modelo de autogestión que implica no depender del mercado ni de las instituciones.
Este carácter independiente, sumado a un concepto aperturista de este arte, ha gozado de una excelente respuesta entre un público “diverso” formado en su mayoría por “jóvenes que vienen de otras subculturas de la ciudad y entienden que aquí no hay guetos ni tribus, y mujeres (más de la mitad)”, que a los cuatro días de su anuncio en redes agotaron el cupo del centenar de socios. Un dato que desvela, según Lopeh, “que hay mucho público vinculado al flamenco de manera más o menos tangencial que necesitaba un espacio donde encontrarse”.
Para ellos, La Bambera organiza los viernes una tertulia abierta a cualquier interesado y los sábados recitales previa reserva de los socios, aunque tiene previsto promover talleres, seminario, charlas, conferencias y proyecciones, que les permita convertirse en un lugar de reunión entre gente con talento e inquietudes creativas, sea cual sea su forma de expresión”, desea el también creador del podcast El Café de Silverio y del festival La Fiebre del Cante.
Por su parte, Las Asarvahás, nace de un grupo de mujeres feministas y flamencas, algunas vinculadas a otros movimientos vecinales y sociales, como respuesta a un sentimiento compartido: el de sentirse fuera de lugar en las peñas tradicionales. A partir de ahí, relata Claudia Domínguez, “nos unimos para crear un espacio amable, lo más accesible posible, y donde todo el mundo se pueda sentir a gusto” con la intención también de “revitalizar el barrio y sacar la cultura del centro de la ciudad”.
Como en el caso de La Bambera, desde el principio la acogida de los vecinos, de la afición y del feminismo fue excelente, aunque, reconoce, “los comienzos fueron difíciles porque lo hacemos absolutamente todo nosotras y de manera voluntaria con lo que hemos tenido que ir aprendiendo y organizándonos de manera exprés”.
El objetivo ahora es seguir dando continuidad a sus actividades, la mayoría gratuitas o con precios populares, dirigidas a un público intergeneracional “en el que tienen cabida las niñas que quieran jugar y las abuelas y, sobre todo, en las que nadie se sienta cohibido por condición de género, sexualidad, raza o lo que sea”, defiende. Al igual, que albergan iniciativas desde lo más irreverente, como su bingo folclórico, a talleres o recitales de cante ortodoxo.
Lo que interesa a Las Asarvahás, incide Carmela Borrego, otra de sus impulsoras, es “crear alianzas, redes y propuestas de subversión que pongan la alegría y la ternura en el centro”, así como invitar a repensar el flamenco desde el feminismo porque, recuerda, “el flamenco siempre ha sido refugio para las disidencias y las mujeres siempre han estado aquí, lo que pasa es que no se les escuchó lo suficiente y se les ha invisibilizado”.
Jerónimo Mesa, presidente de la Peña Torres Macarena, la más antigua de la ciudad, asegura que esta renovación es algo que están también experimentando en su sede. De hecho, desde que asumió la directiva se marcó mejorar y renovar “ofreciendo una programación más segmentada y ampliando la presencia de mujeres” que, a día de hoy, ocupan un lugar destacado entre la junta directiva, los socios y también en el programa.
Pese a las críticas por la turistificación, algo que Mesa zanja atribuyendo estos comentarios al desconocimiento y a la errónea identificación del extranjero con el turista, Torres Macarena alberga cada semana tertulias y charlas gratuitas abiertas con recitales con entrada que les ha permitido “aumentar los cachés de los artistas” y ofrecer la programación más amplia y estable de Sevilla.
El desafío, por tanto, según manifiestan los entrevistados, pasa por ser solventes. En este caso, sería conveniente, propone el presidente de Torres Macarena “diferenciar una peña de una asociación” porque “si bien todas las peñas son asociaciones, pero no todas las asociaciones son peñas” y “habría que delimitar las condiciones de una y otra a la hora de recurrir al dinero público, así como exigirnos un plan de viabilidad”.
En esta línea, Pedro Lopeh, quien cree que “más que peñas hay bares donde alguna vez va alguien a cantar”, considera fundamental que se entienda que una peña requiere de esfuerzos y recursos económicos para mantenerla y critica el “nivel de desidia y postureo de los propios socios que a veces se niegan a pagar ocho euros al mes porque les parece caro”. Al igual que recuerda que la vocación de una peña debe ser “generar tejido y fomentar afición”, y no “limitarse a programar con fondos públicos a artistas haciendo competencia a negocios privados, como los tablaos, que mantienen a gran parte de la profesión”. Precisamente por eso Jerónimo Mesa opina que el dinero público se debería destinar al fomento o la formación del flamenco, pero nunca a la programación, algo que debería asumir únicamente la peña.
Por lo demás, aunque Lopeh señala algunas voces críticas de “ciertos intelectuales” que tachan a las peñas de “machistas, fascistas y reaccionarias”, lo cierto es que todos presumen del carácter acogedor del flamenco y, a pesar de los desafíos, vislumbran un futuro prometedor donde pueden ejercer un papel clave en la agitación jonda y cultural de los barrios.
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