Lo que nos perdimos por no haber juglaresas
El mayor mérito de entre los muchos que tiene esta obrita divertida, graciosa, culta y muy bien interpretada es que consigue que un público del siglo XXI (televisión, internet, sms, etcétera) se trague de un tirón un romance del medievo sin rechistar, que los espectadores rompan a aplaudir cuando termina y que encima se vayan a casa con la conciencia de que han visto algo muy moderno. ¡Enhorabuena, señoras!
Tres actrices tienen que llevar a cabo una función. Una de ellas decide que no está dispuesta a que la obra termine con un final trágico y, de esta manera, se monta un espectáculo que juega con el destino, que se ríe de los enamorados, que compara los tiempos del medievo y los actuales y que, sobre todo, nos da la oportunidad de pasar un buen rato sin tener que recurrir a nada que tenga que ver con los efectos especiales.
Cuatro títeres de barilla y un simpático pajarito (de guante) son suficientes para que Sara González, Daniela Saludes y Natalia Braceli, con la dirección y guión de Gisela López, nos engatusen con sus canciones y música en directo y nos devuelvan a la niñez en menos de una hora.
Y es que el montaje está resuelto con tanta gracia que los espectadores, adultos todos, se prestan con verdadera devoción a seguir con palmas cualquiera de las invitaciones que les venga del escenario.
La música y las canciones de sus tres protagonistas dan un empaque a la obra que lo que se nos presenta como un cuentecito sin aspiraciones se convierte en un hermoso y entrañable espectáculo.
La historia del enamorado que recibe la visita de la muerte y al que sólo le queda una hora de vida se resuelve, gracias a esta compañía madrileña en un divertido juego en el que la danza macabra pierde y sale ganando el amor.
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