Puro espectáculo de imagen y sonido

Cada uno tiene sus talentos (cuando se tiene alguno, claro). Los de Joseph Kosinski tienen que ver con la publicidad, los vídeos musicales y el manejo de las imágenes digitales. Debutó en cine en el terreno de la ciencia ficción con TRON: Legacy (2010) y Oblivion (2013), y se consagró con el taquillazo de Top Gun: Maverick (2022), pieza importante en el regreso del público a los cines tras la pandemia.

Ahora, siempre con producción de Jerry Bruckheimer, importa la fórmula de los aviones a los coches de carrera cambiando a Cruise por Pitt. También aquí se trata de un veterano piloto (Brad Pitt) con prometedor pasado (aunque aquí, a diferencia de Top Gun: Maverik, no haya precedente cinematográfico que lo contara) que vuelve a la fórmula 1 para hacer un favor a un amigo y ex compañero (Javier Bardem). Sin que falte el joven piloto ambicioso dispuesto a todo (Damson Idris).

Abundante en cameos de pilotos y directores de escuderías famosos y rodada en verdaderos circuitos de todo el mundo, se basa en un argumento mínimo del propio Kosinski desarrollado en guión por Ehren Kruger, colaborador de Michael Bay en la franquicia Transformers que ya trabajó con Kosinski en Top Gun: Maverik, que no deja de ser un mínimo bastidor simplificado para justificar las espectaculares, apabullantes escenas de carreras que son toda la película. La mezcla de imágenes reales y generadas digitalmente, de ruidos de motores y de estruendosa música electro pop de Hans Zimmer (que ya se dedicó a las carreras con Rush de Ron Howard) más un montón de canciones crea un espectáculo que se justifica por sí mismo.

Hay películas de carreras de coches con mejor música (Indianápolis de Bornislau Kaper, Grand Prix de Maurice Jarre, Le Mans de Michel Legrand) que también ofrecen guiones mucho más consistentes y tramados (en esto gana Grand Prix con los personajes interpretados nada menos que por Yves Montand, James Garner y Toshiro Mifune). También muy espectaculares (otra vez Grand Prix con presentación en Cinerama y diseño visual del genial Saul Bass). Pero en cuanto a ruido y furia, a espectáculo puro casi sin justificación argumental, quizás gane esta película. Los avances técnicos, por supuesto, son fundamentales.

En realidad, la competición es entre el larguísimo metraje de la película -dos horas y media-, su falta de armazón argumental y la apabullante espectacularidad de las escenas de carreras. Y ganan las últimas. El espectáculo lo justifica todo. Argumentalmente, en tratamiento de personajes y situaciones, tendría dos estrellas. Como espectáculo en pantalla grande, tiene cuatro.