Susurros barrocos entre ruido
Rafael Ruibérriz de Torres & Rafael Arjona | Crítica

La ficha
RUIBÉRRIZ DE TORRES & ARJONA
***
XXVI Noches en los Jardines del Real Alcázar. Rafael Ruibérriz de Torres, traverso barroco; Rafael Arjona, archilaúd.
Programa: Les deux musiciens du Roi (obras de Jacques-Martin Hotteterre, Robert De Visée, Michel de la Barre, François Couperin, Pierre Ballard, Jean-Baptiste Drouard de Bousset, Michel Pignolet de Montéclair, Marin Marais, Michel Blavet y anónimos)
Lugar: Jardines del Real Alcázar. Fecha: Sábado, 5 de julio. Aforo: Casi lleno.
En el refinado tapiz sonoro que ofrecieron el sábado Rafael Ruibérriz de Torres y Rafael Arjona bajo el título Les deux musiciens du Roi, el público de las Noches del Alcázar pudo entregarse a un recorrido por la elegancia del repertorio francés de los siglos XVII y XVIII, hecho de danzas, brunettes, préludes y rondós. Un programa exquisito, pleno de encanto tímbrico, que sin embargo tuvo que enfrentarse a un contexto hostil para su naturaleza: el de un jardín al aire libre, con amplificación inevitable.
Y es que esta música –pensada para salones privados y para el oído atento de unos pocos– se sostiene sobre una urdimbre de matices, adornos, inflexiones y dinámicas que se pierden en buena parte en estas condiciones. Aunque la amplificación no fue en absoluto deficiente, su mera presencia tiende a aplanar los contrastes, especialmente los dinámicos, esenciales para penetrar la fibra sensible de estas músicas. A esto se sumaban ruidos colaterales: el graznido insistente de un pavo real con ambiciones de crooner noctámbulo, los ecos lejanos de los altavoces de la Plaza de España, el rumor constante del tráfico... En este contexto adverso, los intérpretes supieron conservar lo esencial: la musicalidad, la elegancia y una comunicación franca con el público.
La interpretación fue sutilísima, refinada en el fraseo, de una nobleza contenida que no buscó jamás el efectismo. Con una flauta travesera modelo Hotteterre, Ruibérriz de Torres logró una embocadura de excepcional suavidad, muy controlada, que permitió sostener líneas melódicas con una respiración natural y flexible. Su dominio del estilo francés se manifestó en el gusto por el detalle y en una ornamentación fluida y natural, nunca ostentosa. A su lado, Rafael Arjona ofreció un continuo de excepcional claridad y precisión, musicalísimo siempre, consiguiendo en el conmovedor tombeau que Robert de Visée dedicó a sus hijas una hondura expresiva sin énfasis, sincera y sobria.
El programa combinó con inteligencia algunas piezas célebres y gemas poco habituales, hechas en su mayor parte a partir de transcripciones de canciones y danzas del Versalles de los Luises, con momentos deliciosos como la dulcísima canción (ruiseñor mediante) de Drouart de Bousset, la gavota de Couperin o la giga en rondeau para la flauta sola de Blavet. En las variaciones sobre bajos ostinatos (chacona, passacaille), la complicidad entre los dos músicos resultó especialmente fructífera por la flexibilidad del fraseo, lo que alcanzó incluso a esos Sauvages –algo domesticados– de la propina.
También te puede interesar
Lo último