'A relaxing Spanish movie'
Crítica 'La gran familia española'
La gran familia española. Comedia dramática, España, 2013, 101 min. Dirección y guión: Daniel Sánchez Arévalo. Fotografía: Juan Carlos Gómez. Música: Josh Rouse. Intérpretes: Quim Gutiérrez, Antonio de la Torre, Patrick Criado, Verónica Echegui, Roberto Álamo, Héctor Colomé, Miquel Fernández, Arantxa Martí, Sandra Martín.
Todas las señales apuntaban a que La gran familia española, el cuarto largometraje de Daniel Sánchez Arévalo (Azuloscurocasinegro, Gordos, Primos), estaba destinado a ser el filme de concentración nacional de la temporada, un título diseñado para conciliar y reconfortar a la clase media en tiempos de crisis con el gol de Iniesta como astuto reclamo y destino de su arco narrativo.
Emulando el espíritu de aquella saga de La gran familia de los 60 con Alberto Closas, Pepe Isbert y el niño Chencho, esta nueva celebración de la familia (numerosa) en clave de comedia agridulce busca cohesionar ciertos valores y principios con los resortes del sentimentalismo como argumento de arrastre popular e intergeneracional para conquistar ese desesperado lugar en la taquilla que nuestra industria necesita imperiosamente, aunque sea de la mano de Warner.
Estamos, por tanto, ante un filme conservador, nostálgico y hasta cierto punto reaccionario, por más que la nueva familia 2.0 sea postiza, aparentemente desestructurada y diga tacos, por más que la simpática discapacidad haya sustituido al amargo desencanto, por más que, en su medida estructura dramática coral, dialogada y rompepiernas, se deje entrever una autoconciencia irónica que no sobrepasa nunca los límites de velocidad (y moralidad) establecidos.
Sánchez Arévalo traza el perfil de sus criaturas disfuncionales y excéntricas con escuadra y cartabón, con la réplica ingeniosa y la lágrima fácil siempre a punto, encajando sus idas y venidas por un banquete distópico con más dificultad que fluidez, incapaz de articular ese discurrir y esa unidad espacio-temporal que, dentro de un mismo género, tiene ilustres precedentes.
Con todo, su mirada optimista y almibarada (esa fotografía, esas cancioncillas pop, ese elenco de guapos y guapas de suplemento dominical…) a las esencias que han de levantar el ánimo de un país deprimido parece más bien una claudicación ante las circunstancias, un producto dócil y timorato diseñado para agradar a toda costa tocando los palos y las fibras que cualquier españolito sensible pueda llegar a imaginar como algo propio, reconocible y reconfortante. Algunos nos resistimos todavía a esas palmaditas en la espalda y a esa falsa promesa de café con leche para todos.
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