Los tiempos están cambiando

Crítica cine

Gary Piquer ofrece en este filme el mejor papel de su carrera.
Gary Piquer ofrece en este filme el mejor papel de su carrera.
Manuel J. Lombardo

17 de diciembre 2009 - 05:00

Mal día para pescar. Drama, Uruguay-España, 2009, 100 min. Dirección y guión: Álvaro Brechner. Fotografía: Álvaro Gutiérrez. Música: Mikel Salas. Intérpretes: Gary Piquer, Jouko Ahola, Antonella Costa, César Troncoso, Bruno Aldecosea. Cines: Avenida.

Posee una extraña cualidad este debut del uruguayo Álvaro Brechner. Su película, inspirada en un cuento (Jacob y el otro) de Juan Carlos Onetti, se sitúa fuera de norma y de moda dentro de los cánones del estreno en la profesión de los cineastas más jóvenes. Da la sensación de que Brechner fuera mucho más veterano de lo que es y que sus referencias fueran otras bien diferentes a las que marcan los derroteros del nuevo panorama cinematográfico hispanoamericano. Ni minimalismo ni verborrea autoconsciente, ni experimentación formal ni frondosidad narrativa. Mal día para pescar rebusca en las esencias literarias de su origen y en los aromas y formas del western clásico para contar una historia crepuscular de perdedores, de personajes fin de época situados en la frontera de un tiempo y un lugar destinados a desaparecer para siempre a vuelta de página.

Ambientada en los contornos horizontales y fantasmales de la ciudad de Santa María, particular Macondo onettiano, su película nos presenta a Orsini, un falso príncipe europeo (Gary Piquer, también guionista del filme, en el mejor papel que le recordamos) y al forzudo Jacob Van Oppen, ambos recién llegados a la ciudad con la intención de seguir prolongando su pequeña farsa de peleas amañadas y desafíos populares a 1.000 dólares la apuesta entre la picaresca y el desaliento.

Siempre cercano a sus criaturas, Brechner va trazando un tempo propio para esta historia de una tragedia anunciada que, en su desarrollo, añade poco a poco, sin prisas, el aroma de un clasicismo que se sabe ya pura nostalgia y ocaso, memoria a punto de desvanecerse.

Hay aquí un extemporáneo regusto por los duelos silenciosos, por la ética y la estética de la derrota (moral), por el destino encarnado en un tiempo que se dilata frente a lo inevitable. Pese a algún desfallecimiento puntual o algún golpe de énfasis innecesario, Mal día para pescar juega siempre sus cartas con honestidad y buen hacer cinematográfico, recogiendo en el formato panorámico de su pantalla el inconfundible sabor a despedida de unos personajes literarios conscientes de su propia y finita condición ante un nuevo tiempo.

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