Un asunto de mujeres
Las yeguas | Crítica

La ficha
*** 'Las yeguas'. Texto y dirección: Chloé Brûlé-Dauphin. Coreografía: Chloé Brûlé-Dauphin, Ana Salazar. Interpretación: Ana Salazar, Tamara Arias de Saavedra. Espacio escénico y dirección de arte: Antonio Godoy. Lugar: Teatro Central. Fecha: Viernes, 17 de mayo. Aforo: Lleno.
La bailaora y coregógrafa Chloé Brûlé-Dauphin se presenta en Las yeguas como directora y autora de una obra de teatro de texto. La función combina el texto con los pasajes bailados y cantados en dos fórmulas yuxtapuestas, casi independientes. No es una obra narrativa sino que nos cuenta un estado de ánimo. Y un estado de ruina física de una casa familiar. Me evocó a otras sagas femeninas enclavadas en una mansión con vida propia como La Sibila de Agustina Bessa-Luís o La casa de los espíritus. No hay evolución dramática pero sí un cambio interior. La protagonista pasa de la hiperactividad urbana, narrada con una cierta dosis de humor, a la contemplación, en la última viñeta de la obra. Una función que está enclavada pero no enraizada. Porque no termino de ver el espacio en el que se construye. La alternancia de idiomas en los nombres y en las canciones y el abstracto espacio escénico me impiden visualizar un lugar concreto. Un paisaje concreto. Quizá era esa la intención, darle una dimensión más universal a una historia local. Es un fresco de una mujer que tuvo diecisiete hijos, de los que murieron cuatro. Es una historia de mujeres. Los masculino apenas se atisba en la figura de un perpetrador. Siguiendo la tendencia de la narrativa dominante actual, me apunta un amigo. No hay tragedias, solo los pequeños y no tan pequeños dramas de cualquier familia. Como dijo aquel, cada familia es infeliz a su manera. Una historia que cumple, como dice mi amigo, con las exigencias que impone la censura más severa de hoy. Me rechinó, en la parte de texto, la dicción de Ana Salazar, así como el uso de la amplificación sonora en las partes dialogadas. Mejor se adaptó Tamara Arias de Saavedra al lenguaje corporal cantando, asimismo, con gusto una tonada en francés. La música romántica, protagonizada por el piano decimonónico, ora patético, ora apacible, fue la protagonista del espacio sonoro. La obra, como dije, es una foto fija con reflexiones existenciales que se resuelve en un final emotivo con el cante por tonás del personaje interpretado por Ana Salazar.
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