Iban un inglés, un italiano, un danés y un español...". Esta Eurocopa ha roto tan divertida como un buen chiste, entre cuñas promocionales de esa comedia llamada Operación Camarón y las ocurrencias de Kiko hacia su amigo el Moro, se suceden jugadas talentosas o simplemente divertidas, apenas hay especulaciones y equipos que siempre enarbolaron el pragmatismo, como Italia o Inglaterra, o hasta selecciones más atléticas que talentosas, como las nórdicas, se han destapado con un espíritu más abierto, más libre. Como con más ganas de vivir y disfrutar el lado más divertido de la vida.

El director del Tour de Francia, Christian Prudhomme, expresaba antes del inicio de la Grande Boucle su convencimiento de que iba a ser una ronda agitada, espectacular, inspirada en el viejo ciclismo épico que nos cautivó de jóvenes. Y lo afirmaba porque había percibido que, tras el parón por la pandemia, las tácticas de los equipos habían soltado sus ataduras, que los corredores salían con la bici a comerse la carretera.

Quizás la pandemia y todo lo que aún conlleva en nuestras mentes y nuestro ánimo hace que el deportista abrace cada día de competición con un estímulo especial, de cariz marcadamente lúdico. Y el espectador que lo agradecerá.

En esta Eurocopa, los ingleses han renunciado a esas versiones especutalivas de otros grandes torneos y tiran para arriba como diablos, aunque conserven a dos centrales con cara de centrales, Stone y Maguire. Los italianos, tanto de lo mismo: Bonucci y Chiellini, que parece el secundario en una película de Vittorio de Sica, son la reserva espiritual del vetusto Calcio, pero da gusto ver cómo tocan la pelota Barella y compañía. Dinamarca quiere emular a aquella de los ochenta que tanto dinamitamos. ¿Y España? No tenemos centrales con cara de centrales, así que mejor imponer nuestras virtudes más arriba: tocar, jugar... e intentar meterla. La ganará quien más divierta.