Fracaso social

Se está cebando una bomba social que puede ser difícil de desactivar, porque la miseria es altamente inflamable

04 de octubre 2020 - 02:31

Si acostumbran a ir al centro de Sevilla con cierta asiduidad para hacer compras, gestiones o, simplemente por el placer de pasear -uno de los pocos que se permiten en estos tiempos aciagos- se habrán dado cuenta de que el crecimiento en el número de mendigos y todo tipo de pedigüeños es inversamente proporcional a la disminución de peatones por sus principales calles. Y si se aventuran de noche por zonas tan emblemáticas como la Plaza Nueva la encontrarán convertida en una especie de campamento donde pernocta un grupo numeroso de personas que no tienen otro sitio donde hacerlo. Y si hasta hace poco tiempo se le notaba a una inmensa mayoría de los que habitaban en la calle su procedencia de destinos más o menos exóticos, ahora el paisaje está poblado de personas a las que se percibe más cercanas.

Nada que nos deba extrañar demasiado. Detrás de cada hombre o mujer que termina durmiendo en un portal, pidiendo limosna tras un cartel en el que cuenta sus desgracias y atrincherado tras un cartón de vino barato hay un fracaso que no sólo es suyo, atañe también a unas autoridades que no han sido capaces de establecer suficientes mecanismos de asistencia social y a una colectividad que mira para otro lado. Y éstos son, desgraciadamente, tiempos de fracaso social. La pandemia tiene un frente sanitario que es el que ahora está dando la cara con mayor intensidad y para el que no tenemos todavía mecanismos eficaces de combate, tiene también un frente económico que afecta a la salud de las empresas y que gracias a los ERTE se lleva ya medio año trampeando y por último está el frente de la exclusión y la marginación social. Éste está empezando a mostrarse con toda su crueldad, pero lo hará con perfiles todavía más negros a medida que avance el tiempo y la economía no tire fuerte para arriba. El coronavirus ha terminado de la noche a la mañana con la estructura de ingresos de muchas familias que vivían de los empleos eventuales y temporales que da el turismo o de los muchos que se mueven en el mundo de la economía sumergida. Ahí el daño está siendo ya terrible.

Por eso cuesta trabajo comprender cómo ante el panorama que ya se dibuja en nuestros centros de atención sanitaria, en los negocios de todo tipo y en las calles seguimos asistiendo al espectáculo que en estos tiempos de crisis nos está dando la política, mezcla de irresponsabilidad e ineficacia que roza lo increíble. Ojo, porque se puede estar cebando una bomba social que puede ser muy difícil de desactivar. La miseria es un elemento altamente inflamable.

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