Teatro de la Maestranza, que sean treinta más

Urge revisar muchos tópicos sobre el pasado de Sevilla con el que se justifican inercias actuales

04 de mayo 2021 - 01:46

Cuando su silueta empezó a perfilarse en el Paseo de Colón, los más críticos bautizaron a lo que sería el Teatro de la Maestranza como "la olla exprés". Al edificio se le acusó, y no con falta de razón, de aplastar con su contundencia el delicado skyline, entre regionalista y barroco, de la Sevilla que mira al río. Pero con el tiempo, los urbanitas nos hemos acostumbrado a su presencia, como en el futuro lo haremos con la Torre Pelli o las setas. Quizás se perdió la oportunidad de hacer un jardín que diese protagonismo a la Caridad y las Atarazanas, pero a cambio ganamos mucho. No existe una sola gran ciudad europea sin un teatro con un cierto caché.

El Teatro de la Maestranza, principalmente, permitió el regreso de la ópera a Sevilla. Que en la ciudad en la que probablemente se ambienten más obras de este género (hasta 153 han contado Andrés Moreno Mengíbar y Ramón Serrera) no se pudiese ver ya ninguna función de Don Giovanni, Las bodas de Figaro o La forza del destino, hablaba muy mal del entramado cultural de la ciudad y de su clase dirigente, que es la que en otras urbes de Europa suele mantener con su apoyo este tipo de espectáculos. Aquello, como tantas cosas, lo solucionó el maná del 92. No se hacía más que recuperar una antiquísima tradición. Que se sepa -y vuelvo a citar a Moreno Mengíbar-, Sevilla había tenido ópera desde, al menos, 1776. En el siglo XIX hubo hasta tres teatros funcionando y, en 1855, se llegaron a representar 155 funciones. Urge revisar muchos tópicos sobre el pasado de nuestra ciudad con los que se quieren justificar algunos comportamientos e inercias actuales.

Incluso en los momentos más oscuros siempre hubo grandes aficionados a la ópera en Sevilla (Jacobo Cortines, Sánchez Mantero…), pero la apertura del Maestranza permitió el nacimiento de una nueva generación de connaisseurs (buena prueba es Ignacio Trujillo, actual presidente de la Asociación de Amigos de la Ópera). También se creó un público oportunista que acude muy de vez en cuando sin mayores pretensiones que disfrutar de todo lo que conlleva un gran teatro, desde la buena música hasta la medianoche con champán en el entreacto. Este tipo de espectador un tanto novelero, normalmente diana de las sátiras de los listillos, es el que permite la supervivencia de muchos teatros europeos. Un respeto.

Desde su apertura hace ahora treinta años, el Maestranza ha pasado por momentos buenos y malos, siempre con la espada del recorte drástico de los fondos públicos. Su supervivencia es fundamental para que Sevilla siga siendo una ciudad con un cierto aire civilizado. Sin el Maestranza no hay paraíso. Que sean treinta más.

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