a contraluz

Joaquín / Rodríguez Mateos

Teorema de la vara y el cayado

DESDE el siglo XVI, y a lo largo de más de cien años, las reglas de las hermandades y cofradías incluyeron todas un capítulo en el que se prescribía "que no metan armas los cofrades en el Cabildo", puesto que, al parecer, solía ser ésta una práctica tentadora para el ejercicio de la esgrima malintencionada contra los cofrades rivales. Y, por si acaso algunos no lo tenían suficientemente claro, se especificaba: "...porque allí no nos juntamos para reñir, sino para servicio de Dios". En nuestra posmodernidad creen muchos ya desterrados y superados viejos vicios de esto de las cofradías, pero, a poco que se indague, salen hogaño a relucir muchas de las mismas vísceras de antaño. De hecho, en los últimos tiempos parece que se han vuelto a poner de moda algunos de estos antiguos excesos de violencia verbal y de agresión física entre devotos cofrades, ofreciendo carnaza a las atentas páginas y mentideros de sucesos ad hoc. Ayer, como hoy, por vanidad, por afanes espurios y por ruines intereses, muchos altos ideales acaban encanallados en bajas pasiones. Hasta hay quienes incluso parecen haberse ya aficionado a tales empresas, pertrechados habitualmente de abundante munición. Desde luego, horas extras, y muchas, deberían hacer hoy ciertos fiscales de turno en tantos cabildos para poder amonestar, como así se mandaba, "a quien quisiere mal a otro, o le tuviere saña, o malquerencia". La cotidianeidad de las cofradías. Con la venia de Palacio, habría que volver a exonerar a los esforzados fiscales de la prohibición de meter armas en el cabildo, y que, en aras del apaciguamiento de los cofrades afanes, siga permaneciendo "en pie, con su espada y con su bara". Ya lo dijo el salmista, más o menos así; aplíquese el símil.

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