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Diego J. Geniz

Periodista

No es cuestión de caracolas

Casi al final de su intervención. La educación ocupó un penúltimo puesto en el discurso de investidura del nuevo presidente de los andaluces, Juan Manuel Moreno Bonilla. Una posición relegada que, no por ello, resta un ápice de importancia a los retos que planteó en uno de los servicios esenciales de la comunidad autónoma. Pero haciendo un severo ejercicio de análisis habría que separar la paja del grano en sus propuestas.

Llevamos años en que los titulares de prensa repiten hasta la saciedad el número de caracolas(entiéndase como aulas prefabricadas) en las que los niños andaluces de la escuela pública reciben clase. También nos hemos acostumbrado desde hace varios veranos a la polémica por la falta de aire acondicionado en las instalaciones educativas y lo insoportable que este déficit hace la estancia en los colegios cuando llegan los meses de calor.

Todo ello resulta comprensible en una sociedad en la que desde pequeño se acostumbra al ciudadano al confort. Pero no nos engañemos. Ni el aire acondicionado ni la desaparición de las caracolas (algunas de excelente factura y comodidad) van a mejorar los pésimos resultados de los escolares andaluces, situados en el vagón de cola de Europa. Ésta es, quizá, una de las principales asignaturas que ha suspendido el PSOE en sus 37 años de gobierno en el sur de España. Se ha mejorado, sí, pero no lo suficiente para salir de un puesto que aún nos encasilla en el retraso educativo. Que no nos permite quitarnos el tópico de región subdesarrollada.

El anhelado progreso no llegará por el recuento de las caracolas que desaparecen cada comienzo de curso. Ni por el número de aulas con climatización sostenible. Ni siquiera por los centros totalmente digitalizados (¿se acuerdan de aquellos años de pujanza económica en los que la Junta regalaba un ordenador portátil a cada alumno?). No. El desarrollo educativo sólo se consigue apostando por el derecho de todos los menores -con independencia de su origen y de las circunstancias socioeconómicas que lo rodean- a la excelencia (lo contrario a igualar por debajo), concienciando a los alumnos del valor del esfuerzo y, sobre todo, con la recuperación de la autoridad docente, el objetivo más necesario de cuantos mencionó Moreno Bonilla en su investidura.

Situar al maestro y al alumno al mismo nivel ha sido uno de los mayores daños que las leyes educativas -y la interpretación que de éstas han hecho los gobiernos autonómicos- han provocado en la enseñanza. Conviene que cuanto antes el profesor vuelva a ser respetado dentro y fuera del aula. Por los estudiantes, por las familias y por la dirección de los centros. Sólo así se reconoce uno de los servicios de mayor responsabilidad que a diario prestan estos profesionales: formar a las nuevas generaciones. Y hacerlo, además, con la exigencia del esfuerzo. Alejados de la ley de mínimos que sólo nos permite viajar en el último vagón. Luego, si acaso, nos ocupamos de las caracolas.

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