Tomás garcía Rodríguez

Doctor en Biología

La plaza de las cuatro culturas

Como presiente Arturo Pérez-Reverte: "Todo aquí es ficticio, excepto el escenario"

La portentosa Cruz de la Cerrajería, obra de forja creada por el maestro rejero almonteño Sebastián Conde en 1692 y colocada originariamente en la entonces plazoleta de la Cerrajería, hoy calle Rioja en su confluencia con Sierpes, constituía un altar público muy querido por el pueblo, al cual acudía implorante en momentos de zozobra: sequías, pestes, inundaciones... Su barroca configuración alberga diversos motivos iconográficos, tales como un corazón traspasado, pasifloras, lirios, hojas de acanto, rosas, sierpes, santos y ángeles. Al entorpecer procesiones y agasajos de la ciudad en visitas de reyes y próceres, sufre diversas retiradas temporales antes de su largo recogimiento en el Museo Provincial de Bellas Artes a partir de 1840, encontrando su último lugar de reposo en la plaza de Santa Cruz ocho décadas más tarde.

En esta hermosa plaza se encontraba una mezquita en época andalusí, transformada en sinagoga por concesión real después de la conquista de la ciudad por Fernando III y en la iglesia cristiana de Santa Cruz tras el asalto perpetrado por el pueblo a la judería a finales del siglo XIV. Al igual que ocurriera con la iglesia de la Magdalena en la plaza del mismo nombre, este templo es derribado por las tropas napoleónicas en 1811 para conseguir un espacio abierto. Como consecuencia de la demolición, los restos de Bartolomé E. Murillo, vecino de la collación en la colindante plazuela Alfaro y enterrado en la iglesia, se dispersaron entre los escombros y convirtieron el solar en lugar de culto para los devotos del excelso pintor de inmaculadas, angelotes y niños pordioseros.

En 1921, en el marco de la remodelación del antiguo barrio judaico de Santa Cruz ideada por el Marqués de la Vega-Inclán y plasmada por el arquitecto regionalista Juan Talavera y Heredia, la Cruz de la Cerrajería o de las Sierpes es situada en el centro de la plaza. Esta obra sin par se encuentra escoltada por cuatro egregios naranjos que proporcionan halo vital a su férreo pero afiligranado armazón, así como por un sorprendente ejemplar de feijoa o guayabo del Brasil, árbol sudamericano de tronco retorcido y frutos exquisitos con poca presencia en nuestras tierras. El conjunto confiere a la glorieta el carácter mágico de la antigua urbe, receptora inconsciente de influencias, con un mestizaje que se apropia de lo extraño y lo incorpora a su forma de sentir y entender la existencia. Como presiente Arturo Pérez-Reverte: "Todo aquí es ficticio, excepto el escenario. Nadie podría inventarse una ciudad como Sevilla".

La plaza de Santa Cruz conjuga el arabismo oriental de los naranjos, la añorada tierra sefardita, el símbolo redentor cristiano y la savia del Nuevo Mundo; una unión forjada a través de acontecimientos aleatorios de siglos. Las ensoñaciones de estos evocadores lugares míticos las glosan emocionados los hermanos Álvarez Quintero: ¡Oh, barrio de Santa Cruz! / ¡Oh, la vieja Judería! / ¡Mago de noche, de día, / y entre la sombra y la luz...!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios