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Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El rojo y la reina

De cuando Luis Pizarro saludó a la reina de Inglaterra en su visita a Sevilla

Pizarro saluda a la reina de Inglaterra.

Pizarro saluda a la reina de Inglaterra. / DS

C OMO las unidades coloniales de Dien Bien Phu antes de su rendición al terrible general Giap, ya he destruido todas las radios (y televisores) de mi casa. Mi ilusa intención es no ser víctima del pasteleo anglosajón (anglocabrón, como decía el clásico) que se avecina. Ya saben: que si el sentido del deber, que si el saber estar, que si la democracia más vieja del mundo, que si lo elegante que es Charles III, que si su copita vespertina, que si sus perritos... España se levantó el viernes monárquica hasta las trancas, pero no de los Borbones, sino de los Windsor, pese a que los primeros son al lado de los segundos unas monjitas de las Descalzas Reales. Lo único que no he destruido es el móvil, que es por donde me ha llegado este documento fotográfico que, después de haber conseguido los requeridos permisos aduaneros, me animo a compartir con mis queridos y escasos (aunque sumamente inteligentes) lectores. Imagen para la historia en la que vemos a nuestro Dani el Rojo sevillano, por buen nombre Luis Pizarro, en primer tiempo de saludo a Elizabeth II, tan vestido él de capillita que hasta lleva una medalla colgada al cuello (de concejal, suponemos). Hay personas concebidas para la felicidad y Luis Pizarro es una de ellas. No se sofoca, no se niega a llevar corbata, no monta el numerito republicano. Simplemente se limita a disfrutar del momento, a actuar con educación, a poner una sonrisa irónica (muy british, por cierto) y a seguir con lo suyo. Toda una lección de comportamiento, todo un caballero extremeño, sí señor. La foto se tomó en los ochenta, cuando doña Isabel visitó Sevilla y Antonio Garnica (el cura que increíblemente recuperó la fe en la Iglesia Católica tras estudiar a Blanco White), le enseñó la Catedral. Muchos años después, poco antes de morir, me lo contó en una entrevista. Lo consideraba una de las cumbres de una vida que no estuvo exenta de auténticas turbulencias espirituales. A la monarca le gustó el olor del arrayán y le aburrió el flamenco. Luis Pizarro sigue como siempre, rojo y feliz. Todos deberíamos aprender algo de él. Y de ella, por qué no, también. Sobre todo, lo del gin-tonic en el lubricán.

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