CUANDO se anuncia el Tenerife allá al final de la Palmera y aledaños, un escalofrío remueve los tuétanos béticos. Si a ese nombre se le añade el de un gigantón panameño que una tarde se mató en una carretera manchega, los temores hacen que las escarpias y los pelos parezcan siameses. Pero hace un cuarto de siglo de aquello y no hay por qué ponerse así si no fuese porque ese nombrecito... En fin, que hoy vuelve a Heliópolis el Tenerife.

Y coincide esta visita siempre inquietante con la reaparición del por muchos deseado Pepe Mel, José Mel Pérez en el mundo. De lleno el Betis en una operación retorno de todo tipo obligada y en plena carrera a la caza de sus predecesores, congratula saber que esta tarde no va a ser Heliópolis un escenario para la confrontación. Aquellos desencuentros que tanto se paliaron con los números de Juan Merino deben dar cabida a un clima de confraternización y apoyo de todos.

La mala imagen de Alcorcón, que tampoco fue mucho peor que la de las tardes que dieron con un cuatro de cuatro, dejó un sabor agridulce. Dulce porque no se perdió y amargo porque no se ganó, pero dejó también la incógnita de si este Betis, jugando como juega, puede hacer que su obligado objetivo se cumpla. Muchas son las discusiones sobre si la plantilla es suficiente para el ascenso, pero bien se haría hacer un alto en ellas porque la verdad es que es la que hay y punto.

Dicho lo cual bien convendría que, al conjuro de la presencia de Mel, el beticismo viviese una velada como la más reciente, la de la visita del Racing, manteo al entrenador incluido. Que son necesarios los refuerzos nadie lo duda, pero que, sin que esto sirva de excusa para el absentismo de la secretaría técnica, hay que seguir cabalgando a lomos de lo que hay también parece indudable. Hoy llega el Tenerife, el equipo que un día le cambió la historia al Betis, pero hace tanto de eso...