La tribuna

Francisco J. Vázquez Perea

Américo al descubierto

Américo al descubierto
Américo al descubierto

28 de noviembre 2023 - 01:00

El espeluznante reportaje firmado este domingo por Carlos Navarro Antolín acerca de las obras en el antiguo enclave de la parroquia de San Miguel (la del famoso cuadro de Turina contemplando Montañés la salida de su Señor de Pasión) pone los vellos de punta con los restos humanos de sus sepulturas a plena luz del día. A mi generación se le vendrá a la mente aquel final de Polstergeist, donde las casas se habían levantado sobre un cementerio del que trasladaron las lápidas pero no los huesos. Y seguro que quienes alcanzaron a trabajar en los antiguos sindicatos se explicarán ahora historias de fantasmas entre aquellas paredes. Pero nada extraño en una Sevilla cuyas plazas eran la mayoría pequeños camposantos de las parroquias aledañas, o templos convertidos en solares como la Magdalena o Santa Cruz. Éste, motivo de perversas fantasías de mi infancia cuando al pisar sus adoquines y llevarnos mi abuelo de paseo a la hermosa Cruz de Cerrajería, nos recordaba que seguramente estuviésemos perturbando el descanso eterno de Murillo… como si no alborotasen más los taconeos del vecino tablao de Los Gallos. Pero el agravante de San Miguel es la relativa modernidad de tamaño barbarismo, por muy laxa que fuera la normativa imperante en el XIX: ya se sabe que el parón arqueológico es hoy la peor de las pesadillas para la compleja puntualidad de cualquier obra. A falta entonces de una conciencia histórica, los recovecos supersticiosos de la religión serían mayores razones para no aceptar como atlantes subterráneos de los cimientos a los difuntos del solar. En cualquier caso, estremece aquí otro argumento más: que alguno de esos esqueletos devueltos a la luz del sol pudiera ser nada más y nada menos que el del ilustre navegante Américo Vespucio, enterrado en el panteón de la familia de su esposa, María Cerezo. El florentino había escogido San Miguel por si no pudiera ser –y no lo fue– en el Convento Casa Grande de San Francisco. Creo innecesario recordar que tan ilustre personaje, piloto mayor de la omnipotente casa de la Contratación, participó en dos de las expediciones colombinas del Descubrimiento y dio a conocer el nuevo continente en sus obras Mundus Novus y Carta a Soderini, provocando que en la Universalis Cosmographia de Martin Waldsemüller en 1507 se rotulasen las nuevas tierras con su nombre, en lugar de hacer justicia con Colón que era quien se lo había currado. Contrasta pues que quien lleva la gloria de tan descomunal gentilicio pueda ver tan deshonrada su tumba y tan mancillada su osamenta. Ni en los lienzos putrefactos de Valdés Leal de sus queridas Atarazanas se llega tan bajo. Diríase una postrera venganza de algún alma a la que hubiera ocasionado –involuntariamente– una cruel injusticia. Y solo se me ocurre pensar en una posibilidad.

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