La tribuna
El huevo de Colón: guía para cascarlo
Este 23 de noviembre se cumplen 775 años desde que Isbiliya, la ciudad musulmana de Sevilla, se rindiese ante las fuerzas del futuro San Fernando, rey de Castilla y León
Dicho episodio de armas podría parecernos localista, pero tuvo una enorme trascendencia en no solo la Edad Media española que cristianos y musulmanes desde el 711 compartían, si no que su onda expansiva traspasó los Pirineos y, en especial, el Estrecho. La conquista de la Sevilla musulmana por parte de las fuerzas combinadas de castellanos, leoneses y sus aliados, al mando de Fernando III, Alfonso X y sus capitanes, supuso la total inversión de los papeles hegemónicos en la Península. Por tanto, con motivo del mencionado aniversario creemos apropiado volver a recordar aquella campaña militar, más si cabe cuando en ella la Armada española hunde sus raíces, pues se estrenó en el Guadalquivir.
Todo comenzó en febrero de 1246 en Jayyān (Jaén), mientras que el monarca cristiano asediaba dicha taifa (reino independiente musulmán). Allí hizo llamar al burgalés Ramón Bonifaz, antiguo comerciante que mantenía contactos con armadores cántabros. Le ordenó preparar una flota que acudiera en su ayuda para la próxima conquista que tenía en mente: Isbiliya.
Desde su base logística de Córdoba, tomada en 1236, orquestó la que sería su última expedición antes de fallecer. En septiembre de 1246 logró hacerse, de una manera fortuita, con la gran fortaleza de Alcalá de Guadaíra, donde con solo trescientos soldados, su guardia personal, pasó el invierno, en espera de refuerzos para reiniciar las hostilidades. En la primavera de 1247 abandonó el Guadaíra y cabalgó hasta el curso medio del Guadalquivir para saquear y asediar las poblaciones de la Vega y vía de la Plata, como Lora del Río, Carmona, Cantillana, Guillena, Gerena y Alcalá del Río. También se cuidó de evitar ataques por la retaguardia, mandando tomar enclaves de la Sierra como Constantina y Casas de Reina (Badajoz). Realmente fue una ofensiva a la defensiva, pues en aquel momento no tenía suficientes hombres como para formalizar un asedio, ni nunca los tendría para un asalto frontal para una ciudad del tamaño de Sevilla, así que optaría por cercarla para rendirla de inanición.
Estando en La Rinconada reponiéndose de unas fiebres, corría el 10 de agosto de 1247 cuando San Fernando tuvo noticias de que la flota de Bonifaz había logrado imponerse no solo a las fuerzas musulmanas, sino a uno de los peores enemigos de cualquier ejército: la logística. En efecto, en apenas tres meses el burgalés había logrado reunir trece barcos, de variado porte, aunque fundamentalmente cocas, urcas y otros barcos cantábricos achaparrados y recios dedicados al comercio. Se habían estrenado en combate en Bonanza (Sanlúcar de Barrameda) derrotando a una flota enviada por el emir Túnez en ayuda de sus antiguos siervos sevillanos, ahora arrepentidos y vueltos a su obediencia. Una vez puesto en fuga a los sarracenos, San Fernando envió caballería para escoltar los barcos en su peligroso discurrir por el Guadalquivir hasta que atracasen junto a su real, acampado en la dehesa de Tablada, frente al todopoderoso castillo de San Juan de Aznalfarache.
En los siguientes meses las órdenes de caballeros (Santiago, Calatrava, Alcántara, San Juan y Temple) se dedicarían a hostigar al enemigo y saquear campos y aldeas del alfoz sevillano, especialmente el Aljarafe; verdadera despensa. Por otro lado, los musulmanes, cuyas fuerzas doblaban a las de sus enemigos, no se quedaron de brazos cruzados, y también practicaron la misma política de guerrillas, con continuas escaramuzas y robos de ganado entre el Prado de San Sebastián y la torre de Los Herberos (Dos Hermanas).
Privados de toda ayuda procedente de los reinos vecinos de Niebla y Jerez, además del norte de África porque estaba la flota de Bonifaz protegiendo la desembocadura, los sevillanos consideraron de vital importancia romper el cerco marítimo. Por tal motivo, volcaron toda su inventiva en destruir los barcos cristianos no solo empleando tretas, emboscadas y celadas, sino que, también armando grandes almadías de gruesos troncos cargados con productos inflamables que lanzaban, con la corriente a su favor, contra los pesados barcos cristianos, como siglos después harían los ingleses contra la armada 'Invencible'.
Destruidas las existencias navales sevillanas, y quemados sus campos más cercanos, las provisiones empezaron a escasear, mientras las fuerzas cristianas iban creciendo. Ya en la primavera de 1248 se habían establecido hasta siete campamentos que rodeaban a la ciudad por todos sus lados, con arriesgadas posibilidades de comunicación. A pesar de ello, si existía una vía entre el arrabal de Triana, la propia ciudad y el Aljarafe que, cual cordón umbilical, mantenía con vida y esperanza a los defensores: el puente de barcas. A través de este de día y de noche, a expensas de ataques de caballería cristiana procedentes de Gelves y la vega de Triana, ciudadanos anónimos arriesgaban sus vidas para llevar víveres que aliviasen el hambre de los asediados. Para romper dicha conexión, Alfonso X, hijo de San Fernando, el cual se incorporó al asedio en enero de 1248 tras conquistar Murcia, sugirió emplear dos barcos de Bonifaz para embestir el puente y partirlo. Esta idea, varios siglos después, se utilizará para alunizar comercios.
Sería el 3 de mayo de 1248, festividad del hallazgo de la Santa Cruz, cuando la 'Carceña', uno de los buques elegidos, lograría embestir la infraestructura y romper las cadenas que mantenían unidas sus barcas. Las acciones militares de los siguientes meses se centrarían en «impermeabilizar» el cerco, apostando soldados en aquellos huecos por donde llegasen vituallas a los defensores. A pesar de ello, y aunque la ciudad no vio asalto alguno sobre sus murallas y puertas, no podemos decir lo mismo de Triana. El castillo de Gabir sí sufrió en dicho verano de 1248 el duro asedio que Alfonso X lanzó, aunque sin éxito. La impaciencia se adueñó del campamento cristiano, que veía peligrar el mantenimiento de la campaña, pues en invierno muchos soldados marcharían de vuelta a sus campos para recoger las cosechas y el ejército sufriría una considerable merma, mientras que la hacienda del monarca un fuerte gasto, al tener que recurrir a mercenarios o conceder prebendas a nobles por aumentar su participación con tropas extras.
Un último episodio militar salpicaría esta campaña, como fue el intento de desembarco naval en las playas del Arenal, pero que tuvo que abortarse debido al intenso fuego de flechas y piedras arrojadas desde las cercanas torres del Oro y de la Plata, además de murallas del Arenal. Todo un desembarco de Normandía, sin ametralladoras MG-42, pero sí con ballestas de torno, hondas y trabuquetes.
Finalmente, en noviembre los defensores del castillo de Gabir se adelantaron a parlamentar… siempre Triana con su propia idiosincrasia, sin consultar con Sevilla. Los emisarios de Axataf, el caudillo musulmán, se presentaron ante el real de San Fernando con hasta tres propuestas de rendición, pero el monarca cristiano, después de más de un año de asedio, solo buscaba la rendición incondicional. Sin alimentos para sobrevivir al invierno y con la moral hundida, los mandatarios musulmanes aceptaron la capitulación.
El 23 de noviembre de 1248 la taifa de Isbiliya se rendía, siendo el mejor regalo de cumpleaños para Alfonso X, pues ese día cumplía 27 años. Los cristianos concedieron un mes para que sus antiguos moradores vendieran y se llevasen lo que pudieran, siendo escoltados y protegidos hasta Jerez, o llevados en los barcos de Bonifaz hasta el norte de África. Pocas veces se vio tanta magnanimidad en un rey medieval, pues lo común era hacerlos esclavos o pasarlos por cuchillo por haber ofrecido resistencia armada. Finalmente, el 23 de diciembre San Fernando entraba en Sevilla acompañado de un gran séquito, estableciendo su residencia en el Alcázar, donde fallecería cuatro años después a la edad de 52 años, cuando estaba preparando una campaña para invadir Marruecos.
En la otra cara de la moneda, la caída de Isbiliya supuso un duro golpe para lo que restaba de al-Andalus y, en general, el mundo musulmán. Los poetas y cronistas de la época no tardaron en tildar al rey cristiano como «el Tirano», acompañado de declaraciones nostálgicas y elegías como la de Abu-l-Baqa, que decía:
"Al modo que un amante llora la ausencia de su amada, así llora el islamismo desconsolado… ¿Puede tener patria el género humano después de haber perdido Isbilya?".
En definitiva, podemos afirmar que la conquista de la Sevilla musulmana, por las técnicas y estrategias militares utilizadas, número de combatientes, dimensiones, personalidades o recursos navales involucrados, fue, junto con la capitulación de Granada (1492), uno de los dos mayores asedios de la Edad Media española. Además, Fernando III confirmó la creación y bautizo de la marina de guerra castellana, precursora de la actual rama de las Fuerzas Armadas. Por último, la ciudad fue repoblada, al completo, por gentes venidas de toda España desapareciendo, para siempre, los primitivos moradores hispano-visigodos que llevaban siglos en la ciudad, luego convertidos al islam.
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