DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

Tribuna

Luis Yáñez-Barnuevo García

Hugh Thomas

El autor evoca la lectura en los años 60 de ‘La guerra civil española’, del hispanista británico

El hispanista  Hugh Thomas, en  una visita a Sevilla en el año 2003.

El hispanista Hugh Thomas, en una visita a Sevilla en el año 2003. / juan carlos muñoz

Oí hablar por vez primera de Spanish civil war, de Hugh Thomas, a principios de los años sesenta del siglo XX. Yo estudiaba Medicina en Sevilla desde 1961 y después de las clases en la Facultad, en el barrio de la Macarena, iba con frecuencia a visitar la librería Lorenzo Blanco en la plaza del Salvador en el centro de la ciudad.

Era una librería pequeña, ya no existe, regentada por su dueño, Lorenzo Blanco, al que ya entonces sustituía su hijo Pepe en la atención a los clientes. Además de ser una librería de obras de ficción españolas y extranjeras, era de las pocas que tenían un buen fondo de obras jurídicas y médicas, al alcance de los estudiantes universitarios.

Pero lo que la convirtió en una institución de referencia en la ciudad fue que de manera espontánea se formaban en su trastienda tertulias de profesionales prestigiosos de la capital como médicos, abogados, profesores, el más destacado de los cuales era Don Ramón Carande, ex rector de la Universidad de Sevilla y autor entre otras obras del libro Carlos V y sus banqueros.

En mis visitas a la librería fui pegando el oído a lo que se hablaba allí y observé que, en un lenguaje cauto y de doble o triple sentido, se hablaba de política y los contertulios en su mayoría eran antiguos partidarios de la II República, algunos habían sido represaliados por la dictadura franquista y otros tenían familiares asesinados por Franco o en el exilio.

Los libros sobre la guerra eran obras propagandísticas sin la menor credibilidad

Mi padre, médico de un pueblo cercano a Sevilla, era también un habitual de algunas de esas tertulias y por él y sus amigos, supe que Lorenzo y Pepe Blanco tenían un lugar escondido donde guardaban libros de política prohibidos en la España de Franco. Recuerdo especialmente los de las editoriales Losada de Buenos Aires, el Fondo de Cultura Económica de México y Ruedo Ibérico, que editaba libros en español en París. Más tarde supe que la creó y la regentaba un anarquista exiliado, José Martínez, y que llego a editar casi 200 libros antifranquistas.

En alguna de aquellas visitas oí hablar por primera vez del libro de Hugh Thomas, ya editado en inglés en el Reino Unido y los que ya lo conocían hablaban elogiosamente de él y se interesaban por adquirirlo y preguntaban si alguien sabía si se iba a editar en español.

A las generaciones actuales quizás les resulte difícil comprender que ya en los sesenta, pasados veinticinco años de la Guerra Civil, los españoles supieran tan poco de tan trascendental tragedia. Hay que explicarles que de la guerra no se hablaba casi nunca y sólo en ambientes muy privados y en cada familia a lo más que se llegaba era a contar sus propias experiencias personales o de su entorno, siempre que no supusiera relatar casos de represión que luego hemos sabido fue tan tremenda como prolongada.

Pero una visión de conjunto no se tenía y la gente tenía un generalizado escepticismo a lo que en fechas determinadas (alrededor de los 18 de julio, sobre todo, fecha del inicio del golpe de Estado de Franco en 1936) los medios de comunicación franquistas, que eran todos los existentes, desplegaban una intensa propaganda con un relato univoco de la guerra. Valga un ejemplo de manipulación: mi catedrático de Medicina Interna, José León Castro, antiguo republicano, cuando se refería en clase a las enfermedades carenciales en la posguerra española, nombraba la “Guerra Civil”, lo que provocaba un murmullo en la clase: el franquismo no decía nunca “civil” sino Cruzada de Liberación o Movimiento Nacional, de manera que el profesor se arriesgaba a ser sancionado por tamaña heterodoxia.

Los libros sobre la guerra eran en su mayoría obras propagandísticas de militares pertenecientes al ejército franquista y no tenían el menor prestigio ni la menor credibilidad.

Cuento todo esto para que el lector menos avisado o más joven se haga una idea del clima que imperaba en la dictadura: el miedo y el silencio dominaban todo lo demás. En ese contexto la publicación de La guerra civil española, en nuestro idioma, por parte de Ruedo Ibérico a mediados de los sesenta y la entrada clandestina de miles de ejemplares, traídos por centenares de manos, supuso un gran acontecimiento para esa minoría más informada y leída que tenía acceso a decenas de librerías familiares que existían en Madrid, Barcelona y en muchas capitales de provincia que vendían de tapadillo a sus clientes de confianza esas obras “prohibidas”.

La lectura del libro me produjo una impresión imperecedera porque me hablaba de multitud de cosas que yo ignoraba y porque el autor lo hacía de una manera amena y atractiva y también porque irradiaba ponderación, equilibrio, mesura y verosimilitud. El libro no es neutral ni equidistante, defiende claramente la tesis de que los responsables de la Guerra Civil fueron en primerísimo lugar los militares golpistas y sus apoyos y cómplices, con la jerarquía eclesiástica de la Iglesia Católica al frente y como brazo armado la Falange Española, el partido fascista nacional; pero no deja de describir los errores y excesos del lado republicano y sus divisiones internas.

Probablemente si su autor lo hubiera escrito ahora, a la luz de la multitud de investigaciones historiográficas que se han producido sobre el tema desde los setenta en adelantes, cuando retorna la democracia a España, el libro se habría enriquecido en cantidad y calidad. Pienso sobre todo en los 140.000 cadáveres de republicanos asesinados y hechos desaparecer por los franquistas entre 1936 y 1950 y cuyos restos buscan hasta hoy algunos de sus familiares.

En los años ochenta la vida me ofreció la oportunidad de conocer personalmente a Hugh Thomas, que hacía tiempo era una referencia intelectual de la historiografía británica, a la vez que un reputado hispanista y convencido europeísta. Así pude expresarle el gran impacto que había producido su libro al joven de veinte años que yo era y lo que había contribuido su difusión a desmontar el relato de la propaganda franquista dominante hasta entonces.

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