Luyza Marks De Almeida

Lula

La tribuna

Afrontará la tarea de superar la inflación, activar el crecimiento, devolver la dignidad a los más pobres, restaurar la confianza en las instituciones y recuperar una política exterior saludable

Lula
Lula / Rosell

01 de noviembre 2022 - 01:45

En la noche de este domingo, el petista Luiz Inácio Lula da Silva fue reelegido presidente de Brasil por tercera vez, derrotando al candidato de extrema derecha a la reelección, Jair Bolsonaro.

Estas elecciones, marcadas por una polarización política sin precedentes desde la redemocratización, en 1988, dividieron a la sociedad brasileña que, más que votar por afinidad, ejerció el sufragio por rechazo al oponente. El antipetismo y el antibolsonarismo han alcanzado niveles estratosféricos y peligrosos, a través de la proliferación de informaciones falsas y del aumento brutal de la violencia política.

Pero, ¿por qué Brasil llegó a este punto? El ascenso de Bolsonaro solo fue posible por la combinación de factores, entre los que destacan la condena de Lula por denuncias de corrupción y blanqueo de capitales y su retiro de la escena política en 2018; y, también, el mal desempeño del gobierno de su sucesora, Dilma Rousseff. Aunque las condenas aludidas hayan sido anuladas por el Supremo Tribunal Federal, lo cierto es que la ausencia de Lula en las elecciones de 2018 creó un vacío de representación en la centroizquierda brasileña y esta falta de liderazgo carismático permitió que el populismo reaccionario de Jair Bolsonaro encontrara terreno para implantar en la mente y el corazón de los brasileños aquello que siempre permeó su historia militar y política personal: discursos de odio contra las minorías, fundamentalismo evangélico en la agenda moral, negacionismo científico, desconfianza hacia las instituciones públicas, armamento descontrolado de la población, deforestación rampante y minería ilegal en lugares como la Amazonía y el Pantanal, y ausencia absoluta de un verdadero proyecto de desarrollo nacional. Esto, que es mucho, no es todo, pues hay que sumar medidas absolutamente controvertidas como la entrega de un presupuesto clandestino a los parlamentarios y la extensión a cien años del secreto de Estado. Todo proyectado en la sombra, al mejor estilo de los regímenes autocráticos.

En esta campaña de 2022, la creencia de Bolsonaro de que no le debe satisfacción a nadie, su recreación del "mito del mandato presidencial" y su idea de legitimidad conferida por Dios, tomaron contornos aún más pintorescos. Inculcó a su base más fanática que el Poder Judicial, el Congreso, los Gobernadores de los Estados y la prensa estaban organizados para perjudicarlo e impedir que siguiera en el poder. Bramó sin descanso que el sistema electoral está amañado y que él solo juega "dentro de las cuatro líneas de la Constitución". Un discurso que dio pie al más variado espectro de delitos, electorales y comunes, desde correligionarios que apuntan con pistolas a ciudadanos desarmados por discusiones políticas, hasta el lanzamiento de granadas y tiros de fusil contra agentes de la policía federal.

Sin embargo, lo cierto es que aun teniendo el control de la maquinaria pública y utilizándola sin pudor ninguno, principalmente a través de la difusión de noticias falsas y prácticas explícitas de compra de votos mediante transferencia directa de renta a los más pobres (que ascienden a 273 mil millones de euros), Lula salió victorioso por un margen muy ajustado de poco más de 2 millones de votos, en un cuerpo electoral de 156 millones de votantes. Hay quienes creen que el actual presidente no aceptará el resultado y que es inminente una "tercera vuelta" de las elecciones. Inspirándose en Trump, no es descartable aún que Bolsonaro pueda alentar una invasión del Capitolio al "estilo brasileño".

De todos modos, una vez pasada la banda presidencial, el desafío de Lula es inmenso. Apoyado en un frente muy amplio, que ha reunido a personajes de diversos espectros de la política nacional, afrontará la ardua tarea de superar la inflación, activar el crecimiento económico, devolver la dignidad a los estratos más pobres de la población, que fue socavada por el hambre en los últimos cuatro años, restaurar la confianza de la sociedad en las instituciones y recuperar una relación saludable con otros actores a nivel internacional. Ciertamente, tal hazaña encontrará grandes dificultades frente a un Congreso muy conservador, que le exigirá más juegos de coalición gubernamental. Pero como bien recordó Lula, al citar a Paulo Freire, el gran educador brasileño, ahora es el momento de "unir a los divergentes para enfrentar a los antagonistas", pasando página de este oscuro período y brindando oportunidades para la reconstrucción de la democracia y de sus instituciones. El camino es largo, pero el sol ya brilla en el horizonte de Brasil.

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