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Tribuna

Javier González-Cotta

Editor de la revista 'Mercurio'

Maradona, Maradios, Maracoca

Ni Pelé, ni Cruyff, ni ahora Messi (Ronaldo, no estorbes por favor). Nadie jugó como Maradona, sobre patatales, de forma virguera y atlética, y sufriendo entradas carniceras

Maradona, Maradios, Maracoca Maradona, Maradios, Maracoca

Maradona, Maradios, Maracoca / rosell

Andamos ya hartos de tanta pasión necrófila por Maradona en el vasto catafalco de Buenos Aires. El peronismo gestual de los argentinos nos resulta cargante. Pero, dicho esto, hay que agradecer el óbito de Maradona por lo que tiene de triunfo analógico. Su muerte nos enseña que el mundo sigue siendo un show a la vieja usanza. Ante tanta tecnocracia, frente a la inteligencia artificial que se aviene, la cultura popular como expresión de masas analógicas ha aflorado con toda su fuerza bruta. Quienes somos retrógrados sonreímos.

Maradona se ha muerto muchas veces. Lo sorprendente es que ahora sí se ha muerto de verdad. La cita de Samuel Beckett, amante del fútbol, es como el agüita del hisopo sobre el ataúd del ídolo: "No hay partido de vuelta entre el hombre y su destino". En Dios es redondo Juan Villoro escribió el precoz obituario de Maradona, cuando éste, tras el Mundial 94, se deformó definitivamente como dios y como caricatura. "Diego Armando Maradona ha muerto. En el fútbol, sólo una vez un hombre fue todos los hombres".

No obstante, el milagro aconteció. El Diego fue, como Cristo, el único hombre verdadero que ha resucitado. Resucitó en 2005, en el programa de la tele La noche del 10. Apareció todo lo apolíneo que su cuerpo podía y habló de "cuando estuvo muerto" por las drogas. En verdad seguiría estando muerto hasta que ha llegado su hora postrimera, la última, justo la que han profanado los operarios de la funeraria que se hicieron fotos junto a la cera fría del cadáver del pueblo. Las barras bravas tienen trabajo.

Sentimos caer en la masturbación de la nostalgia. Pero Maradona fue uno de los nuestros. Puesto que el fútbol es la única religión del mundo que no admite ateos (Eduardo Galeano), somos creyentes y practicantes de la Iglesia Maradoniana, que sí existe y tiene su sede en Rosario. Igual que existe el Río Maradona al sur de la Argentina, así bautizado por unos exploradores maniáticos. No hubo nadie más grande en el fútbol, y esta aseveración rotunda la hacemos porque sí, porque nos da la gana. Ni Pelé, ni Cruyff, ni ahora Messi (Ronaldo, no estorbes por favor). Nadie jugó como Maradona, sobre patatales, de forma virguera y atlética, y sufriendo entradas carniceras.

Todo el mundo tararea ahora la canción de Andrés Calamaro ("Maradona no es una persona cualquiera; es un hombre pegado a una pelota de cuero…"). Aun no siendo argentinos, hacemos nuestro su recuerdo, el de aquel Mundial de Argentina celebrado bajo la ténebre dictadura. "Me parece que soy de la quinta que vio el Mundial del 78, me tocó crecer viendo alrededor paranoia y dolor". Calamaro tenía 17 años y Maradona 18. En 1979 el Diego fue el mejor futbolista del mundial juvenil de Tokio. En España 82 tenía 22 años y en México 86, a sus 26 años, marcó el gol de todos los tiempos a 2.200 metros de altura sobre el nivel del mar (él medía 1,62). En Italia 90 fue odiado, como toda la selección argentina, salvo por los napolitanos. Tras el Mundial de EEUU en 1994 aceleró su abismo, pero advirtió que "prefiero ser un drogadicto que un mal amigo".

Nos hicimos del Nápoles de Maradona porque hicimos nuestra la venganza del sur, de todo sur, contra el norte. Los noticieros han vuelto a mostrar el Nápoles del Pelusa, con sus grafitis y altarcillos y fruslerías. San Gennaro, el santo que dicen que sangra cada seis meses, tuvo que hacerle sitio en los altares a quien había hecho dos veces campeón del Calcio al Nápoles. San Gennaro fue San Gennarmando. Triunfaba, comía spaghetti al aglio, olio e peperoncino y se drogaba. Una vida maravillosa.

Mítico y decadente, vimos a Maradona en el 92-93 con la camiseta del Sevilla FC. Los amigos del Betis se mofan de nosotros diciendo que no hubo nadie que sintiera más nuestros colores que él. ¿Y qué, verdes criaturitas? Lo importante es que él estuvo aquí -y no allí- y vistió los colores de nuestra segunda piel. El resto de la historia ya se conoce y ahora se reproduce en el documental del Informe Robinson que se hizo sobre aquellos años sevillanos.

Su muerte ha sido la nuestra. Aún así, nos hemos reído mucho con los audios que nos llegaban de los amigos argentinos de Buenos Aires y que hace sólo unos días estuvieron aquí, en Sevilla, en el Festival de Cine. Nos decían que el sepelio se iba convirtiendo hora tras hora en un "desconche total". Nos contaron que vieron cómo la gente bebía alcohol a gollete y que vieron también "pelar cantidad de farlopa demencial" a cielo abierto. Ha sido un homenaje, muy literal, a Maradona-Maracoca. Al fin y al cabo, polvo somos y al polvo volveremos.

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