Tribuna

Marcos Pacheco Morales-Padrón

historiador

Un museo para el río, América y la historia de la ciudad

El autor expone argumentos por los que la capital andaluza debería convertir las Atarazanas de Sevilla en “un espacio cultural vivo, para un río Guadalquivir con mucha vida” ¡Cambio de rumbo en las Atarazanas de Sevilla!

Un museo para el río, América y la historia de la ciudad

Un museo para el río, América y la historia de la ciudad / M. P. Morales-Padrón.

Recientemente he podido leer en este periódico que la Junta de Andalucía pretende que las Reales Atarazanas acojan un gran museo de arte contemporáneo. Aunque considero que hay otros espacios históricos, como la Real Fábrica de Artillería, más acordes, incluso cuando ya existe un museo específico dedicado a dicho arte que, precisamente, está en ampliación, no quiero entrar en polémica. A pesar de ello, y a tenor de las recientes declaraciones del arquitecto José García-Tapial, ¿qué hay de un museo dedicado a la historia Sevilla, América y el Guadalquivir? El antiguo astillero medieval sería un magnífico espacio cultural vivo, para un río con mucha vida, aunque durante décadas sus aguas nos han ofrecido la imagen del paralítico o inválido de Chapina; al borde de la piscina probiótica.

Sevilla primero perdió el río americano, y con él al Nuevo Mundo, para luego, en la década de los cincuenta, el río que pasaba por Sevilla. Desde el mencionado desaterramiento de Chapina, a principios de los noventa, nuestra ciudad ha querido relanzar su matrimonio con el Guadalquivir, por eso en estas líneas defendemos, con ilusión, el museo del río y la ciudad. Se trata de una solución moderna para un viejo problema: Sevilla no cuenta con un espacio sobre su historia. Es una oportunidad para demostrar una sensibilidad e imaginación, de la que carecieron otras generaciones.

Conviene recordar que nuestra ciudad, al igual que Venecia, año tras año se desposaba con el océano. Lo hacía cada vez que zarpaban o regresaban las flotas de la carrera de Indias. El río entonces se hacía mar, y la mar río para que la ciudad rezumara universalismo y exotismo. Parte, y muy importante, del pretérito sevillano es la de sus relaciones con América, iniciadas cuando Colón llegó a ella en 1493 procedente de sus Indias. Esa ciudad del ayer, esa “ciudad perdida, pero a veces más espléndida que la que le siguió”, tal como escribe John Rusin de Venecia, carece de un museo histórico.

Uno de esos pasados “muy presentes” ahora es el de la Sevilla americana, de la cual fue vena nutricia el Guadalquivir, “el más americano de los ríos” en la consideración del mexicano Carlos Pereyra. En sus orillas, al costado del denominado “compás de las naos”, se alzaron las atarazanas levantadas por Alfonso X en el siglo XIII; 16 naves que fueron el más monumental arsenal castellano del medievo. Convertidas en almacenes durante el XVI para guardar los productos que carabelas, galeones, etc., acarreaban desde lejanas tierras, se vieron enfrentadas a un destino similar al de otras construcciones. Es el caso de las Reales Atarazanas de Barcelona. Fueron como las sevillanas edificio dedicado a la construcción y reparación naval, hasta que en el siglo XVIII pierden su primitiva función y se les convierte en maestranza de artillería, que, a su vez, y en 1866, pasa a ser parque de artillería, hasta que en 1936 fueron entregadas a la ciudad.

El paralelismo con el astillero sevillano concluye aquí, ya que los catalanes transformaron el suyo ese mismo año en el actual museo marítimo de Barcelona, que inauguraron en 1941. Hoy dicho edificio alberga un extraordinario museo cuyas salas, con los nombres de Jaime I, Roger de Lauria, etc., exhiben un espléndido patrimonio de cultura marítima en el que sobresale, cual prima donna, la galera real (en la foto). Se trata de una réplica, construida entre 1968-1971 a tamaño real, de la nave capitana de don Juan de Austria en la batalla de Lepanto (1571).

Con las salas de las atarazanas de Sevilla, disponibles y dado su magnífico estado de conservación y que ahora mismo se está llevando a cabo su restauración, es posible montar el mencionado museo del río y la historia de la ciudad. Desde las bíblicas naves de Tarsis, pasando por Ramón de Bonifaz, hasta llegar a los barcos de vapor de la Real Compañía del Guadalquivir y planes de expansión del Puerto de Sevilla, corren capítulos de una historia fascinante. Un pasado pendiente de plasmar en un museo monográfico.

Toda la historia del valle del Guadalquivir cabe en ese espacio: el devenir del cauce, la sucesión de culturas aposentadas en sus márgenes, sus puentes, la flora y fauna de sus tierras y aguas, su economía, la evolución del Puerto, la construcción naval… Llegados a este punto, ¿por qué no imaginarse, cobijada por la grandiosidad arquitectónica del edificio, la primera réplica de la nao “Victoria” (1991) o la draga “Genil” (1928) en una de sus naves?

Tampoco resulta difícil, después de exponer el proceso de exploraciones oceánicas con base en Andalucía y el tráfico comercial con el Nuevo Mundo, exhibir documentos, cartografía, libros e instrumentos para evidenciar el significado y trascendencia de la Casa de la Contratación, o el peso de sus muelles en la economía moderna de la provincia. Y si no fuera porque existe el ejemplo catalán, siempre nociva referencia sevillana en un indudable complejo, añadiríamos que el colmo lo constituirá un galeón atracado junto a torre del Oro, en compañía de uno de los barcos a vapor que unían Sevilla con Sanlúcar de Barrameda. Museo vivo, con una biblioteca especializada y el correspondiente centro de investigación.

La necesidad y conveniencia resultan evidentes. El momento es idóneo, con organizaciones y personalidades preparadas, científicas y con pasión/dedicación, tales como la fundación Nao Victoria, con Guadalupe Fernández Morente, o los catedráticos Pablo Emilio Pérez-Mallaína y Carmen Mena García, entre otros muchos. Existe un edificio y modelo instalado en similar arquitectura. Contamos con el contenido, ¿qué nos falta? ¿Quién más es como yo? Un soñador para un río de oportunidades.

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