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Rafael Utrera. Catedrático de universidad

"A Cernuda le gustaba imitar la forma de vestir de los actores de cine"

  • Ha dedicado buena parte de su vida como investigador y docente a desvelar las estrechas, pero no siempre amigables, relaciones entre el cine y la literatura.

Los antiguos alumnos de Portaceli, colegio en el que enseñó Lengua y Literatura, lo recuerdan por su insobornable atuendo, siempre de traje y corbata. Y es que, antes de llegar a ser catedrático universitario, Rafael Utrera (Herrera del Duque, Badajoz, 1942) pasó por todos los escalones del oficio, desde las escuelas de Primaria hasta las aulas de la Facultad de Comunicación de la Hispalense. Como investigador, Rafael Utrera combina sus dos grandes pasiones: el cine y la literatura, prueba de lo cual son varios estudios sobre la relación del 98 y el 27 con el séptimo arte. Criado como tantos al calor del Cine-Club Vida -institución jesuítica sin la que no se comprendería la historia  cultural de la Sevilla del tardofranquismo-, Utrera ha ido amasando poco a poco una amplia obra en la que destacan títulos como Escritores y Cinema en España; Claudio Guerin Hill. Obra audiovisual; Film Dalp Nazarí. Productoras andaluzas; Las rutas del cine en Andalucía o Mar de lunas. Federico García Lorca, una filmografía en construcción, entre muchas otras. Las paredes de su despacho están llenas de fotos suyas junto a personajes como Saura, Orson Welles, Martín Patino, Borau, Cantiflas, Nicholas Ray, Cabrera Infante... Testimonio gráfico de toda una vida entregada al cine.

 

-Está esa famosa foto de Orson Welles en el Hotel Alfonso XIII, rodeado de jovencísimos sevillanos entre los que aparece usted. Cuéntenos.

-Alguien ha dicho en broma que es la foto de la tortilla cinematográfica. Está tomada el 23 de abril de 1964 y en ella salen Carlos Gortari, Juan-Fabián Delgado, Francisco Lázaro, José Antonio Torrado, José Antonio Salazar, José García Tapial, Gerardo Delgado y yo. Éramos un grupo de cineclubistas universitarios, algunos de los cuales luego nos dedicamos al ámbito cinematográfico. Decidimos que había que aprovechar la estancia de Welles en Sevilla para charlar con él. Se acababa de proyectar en la ciudad El proceso y algunos de nosotros la habíamos visto hasta diecisiete veces seguidas, tomando notas, aprendiéndonos de memoria los diálogos. Por entonces, Welles estaba preparando Campanadas a medianoche.

-¿Y fue fácil acercarse a él?

-Establecimos una red de vigilancia para ver a qué hora salía del hotel. Fue el pintor Gerardo Delgado quien lo localizó y se le presentó cuando se iba a montar en el coche de caballos. Welles nos citó para el día siguiente, a las doce, en el hotel y acudimos como quien va a misa. Nos invitó a tomar unas copas de vino y hablamos durante mucho tiempo, siempre sobre su obra y de la admiración que sentíamos por él. Recuerdo que hablaba un castellano con algunas referencias fónicas italianas, porque entonces estaba casado con Paola Mori. Algún periodista se acercó a ver si podía enterarse de algo y lo echó: "¡Márchese, que estoy con mis amigos!", le dijo. A todos nos quedó la sensación de haber tocado y haber estado con el dios del cine.

-Antes ha dicho una palabra que hoy en día se entiende poco fuera de los círculos de entendidos: cineclubista. En Sevilla existió, entre otros, el Cine-Club Vida de los jesuitas, al que usted perteneció y en el que se forjaron generaciones de cinéfilos.

-Cuando llegué a Sevilla en 1961 existían el Cine-Club Vida y otros que funcionaban más ocasionalmente, como el Gorca y el Universitario, del cual fui presidente cuando era estudiante de Filosofía y Letras. En la junta directiva estaban Alfonso Guerra, Guillermo Galeote, Gerardo Delgado, Antonio Alba, Juan-Fabián Delgado y yo. Pero, como he señalado, el que funcionaba regularmente, con rigor y con profesionales de primera categoría era el Vida, que estaba vinculado a la radio homónima y que se fundó gracias a un consorcio de los jesuitas con las familias Benjumea y Guardiola. En esta radio trabajaban Romualdo Molina, José Manuel Fernández, Alfonso Eduardo Pérez Orozco, Claudio Guerin, Josefina Molina... gente que luego fue muy importante en el cine y, sobre todo, en la televisión. Romualdo hizo los mejores programas de flamenco de TVE en los años 80; a José Manuel Fernández, quien dirigió la delegación territorial de RTVE, le debemos magníficos guiones; Alfonso Eduardo llevó el programa de cine de TVE durante mucho tiempo, con Alfonso Sánchez y algunos otros colaboradores... De Josefina Molina y Claudio Guerin no hace falta hablar.

-El Cine-Club Vida tuvo una figura imprescindible, el padre jesuita Manuel Alcalá.

-Él llegó en una segunda época, después del padre Linares, un buen traductor de textos literarios ingleses. Entonces era muy joven y lo modificó todo, trayendo a Sevilla el cine francés, el de la Europa del Este, etcétera. Pero, sobre todo, provocó el que una nueva generación se incorporase al cineclub. Alcalá fue el que me encargó mi primer programa de mano para la proyección de Una cara con ángel, de Stanley Donen.

-En la época de internet y de Wikipedia no se comprende el mérito que tenía hacer uno de esos programas de mano con información sobre la película. Muchos de estos programas se recogen en su libro El Cine-Club Vida de Sevilla, 50 años de historia (1957-2007)

-En las proyecciones de este cineclub siempre se daba una información hablada y otra escrita. Estos programas los realizábamos gracias a las revistas y a algunos documentos internos que el Estado preparaba sobre la película, sobre todo por asuntos relacionados con la censura.

-¿Qué revistas eran las fundamentales?

-La francesa Cahiers du Cinéma era la revista de referencia, pero había otras españolas como Film Ideal -de inspiración católica, basada en la teoría del film ideal de Pío XII- y Nuestro Cine, políticamente más a la izquierda, con gentes como Claudio Guerin, Víctor Erice, etcétera.

-Es la segunda vez que sale el nombre del sevillano Claudio Guerin, una de las promesas del cine español que la muerte malogró. Usted tiene un libro dedicado a su memoria.

-Claudio Guerin pertenecía al Cine-Club Vida y, como otros, se marchó a Madrid a la Escuela de Cinematografía. Nació en Sevilla, en la calle Julio César y no en Alcalá de Guadaíra, como se dice habitualmente. La faceta artística le venía de la familia de su madre, los Hill, que eran propietarios de una casa de atrezzos. ¿Qué hubiese sido Claudio si hubiese seguido viviendo y trabajando? Probablemente un Mario Camus, alguien con una carrera discutible, con altibajos, con obras magníficas y otras comerciales de menos calidad. Sin embargo, en su faceta menos conocida, la de realizador de TV, podemos decir que era un auténtico genio. Cuando TVE grabó su versión de Ricardo III, lógicamente en interiores, a él se le ocurrió incluir la parte de la batalla de Campanadas a medianoche, con lo que el espectador se quedaba impresionado.

-Sólo le dio tiempo a hacer dos películas, La casa de las palomas y La campana del infierno, filmando la cual se mató.

-Se precipitó con 34 años de un campanario de Noya, Galicia, cuando estaba rodando las últimas escenas de esa película. Resbaló y se precipitó al vacío. Lo curioso es que, quince días antes, le hicieron una entrevista en Fotogramas y la periodista escribió que "Claudio se resbala mucho". Yo he visitado el lugar donde todo sucedió y alguien ha grabado una cruz en los adoquines donde cayó. Mi doctorado fue sobre su obra, la primera tesis de tema cinematográfico que se leyó en una sección de Filología de una Facultad de Filosofía y Letras.

-Por lo que usted es más conocido es por sus estudios sobre las relaciones entre la literatura y el cine. Empezó por la Generación del 98, la cual parece que no fue muy cinéfila.

-Ésa es la frase rotunda que se ha mantenido durante mucho tiempo, pero hay que matizarla. Como decía Baroja, en el 98 hay dos tendencias: los amigos del cine y los enemigos. Hubo escritores como Azorín que vieron en el cine un elemento renovador del teatro e incluso de la novela. Valle Inclán vino a decir lo mismo. Sin embargo, Unamuno y Antonio Machado sí "renegaron" del cine por motivos que hay que comprender. Las críticas de Machado al cine se dan en el Juan de Mairena y no sabemos si lo dice en broma o en serio. Por su parte, Unamuno no sólo renegó del cine, sino de todo lo que fuese mecánico, de todo lo moderno, como las máquinas de escribir. Le pregunté a su hija María por esta aversión y me comentó que alguna vez fue a ver alguna película, como Varieté, con Emil Jannings, por atención a algún amigo y que luego la comentó en casa.

-Pero la generación a la que usted le ha dedicado más atención es la del 27.

-Mi primera intención fue hacer un estudio de las relaciones de la Generación del 27 con el cine, pero me di cuenta de que el tema era inabarcable y supondría treinta o cuarenta años de trabajo. Por lo tanto, decidí empezar a hacer estudios de autores por separado. El primero de estos fue García Lorca y el cinema. Lienzo de plata para un viaje a la Luna, libro que he ido mejorando con el tiempo. La influencia del cine en algunas de sus obras es evidente, muy especialmente en El público. Además, Lorca, como todo el 27, adoraba a Buster Keaton y a Chaplin.

-Llegó a escribir un guión...

-Sí, Viaje a la luna. Se lo encargó el pintor mexicano Emilio Amero en Nueva York. Lorca no escribió una película como la de Georges Méliès, sino un viaje al interior de su cerebro. Amero empezó a filmar la primera escena, según documentos y fotografías que han aparecido, pero no guardamos el negativo. Muy posteriormente ha realizado una versión de este guión Frederic Amat.

-También tiene un libro sobre Cernuda. ¿Le gustaba a don Luis el cine?

-Mucho. Iba al cine con frecuencia y en su casa había muchas revistas sobre el tema. Le gustaba imitar la forma de vestir de los actores. El dandi sevillano se inspiraba en el sombrero americano de Gilbert Roland y se dejaba el bigote al estilo de Don Alvarado o de John Gilbert. Oda se inspira en George O'Brien (muy admirado por Cernuda en Amanecer, de Murnau) y también hay poemas inspirados en películas como Nevada y Sombras blancas.

-¿Y Alberti?

-Es el único que escribe toda una serie de poemas dedicados al cine y fue muy activista en el cineclub de Giménez Caballero. En La Gaceta literaria hay todo un ciclo de poemas dedicados a cada uno de los cómicos del cine de su momento.

-También han merecido su atención mujeres de la época como Josefina de la Torre.

-Josefina de la Torre era una artista que lo mismo interpretaba que escribía poesía, dirigía teatro o hacía radio y doblaje... Pertenece a ese grupo de mujeres que ahora le llama las sinsombrero: feministas, muy atrevidas y rompedoras. A ese grupo también perteneció, entre muchas otras, la mujer de Altolaguirre, Concha Méndez -primera novia de Buñuel-, quien escribió Historia de un taxi, que luego fue llevada al cine por Carlos Emilio Nazarí, chileno avecindado en Sevilla, con productora en María Auxiliadora nº 8 (el mismo edificio donde vivía Pedro Salinas). Fue director también de La sierra de Aracena, documental producido por Javier Sánchez-Dalp.

-¿Se ha reflejado bien a Sevilla en el cine?

-La respuesta es afirmativa si hablamos de la Sevilla folclórica, la de la Semana Santa y la Feria. Ahí tenemos a Currito de la Cruz de Pérez Lugín, que se rodó en 1925 y que fijó el canon de este tipo de películas hasta los años 60. Es una Sevilla de rincón y convento... El famoso plano tomado desde el barrio de Santa Cruz para ver el arco y la Giralda al fondo aparece en el 85% de las películas que se rodaron sobre Sevilla. Es lo que llamo el canon Pérez Lugín, que también se dio en el Rocío. Asimismo, desde el 29, en los filmes sobre Sevilla aparece mucho el Alfonso XIII, como en Don Juan mi querido fantasma, que relata una serie de sucesos cómico-trágicos dentro del hotel. La tendencia posterior ha sido desplazar el paisaje urbano de la ciudad hasta perderse, como ocurre, por ejemplo, en Solas, de Benito Zambrano... Sevilla se puede estar quedando sin una representación en el cine, ni simbólica ni realista, aunque hay que destacar películas como Semana Santa, de Gutiérrez Aragón con guión de Carlos Colón, o Sevillanas, de Saura

-En películas como Vivir en Sevilla, del primer García Pelayo, sí se puede reconocer el paisaje urbano, con lugares como el barrio del Tardón o Chapina.

-García Pelayo, en los años 70, nos dio otra dimensión de Sevilla que curiosamente se le reconoció muy poco por la crítica de la ciudad y, sin embargo, fue muy aplaudida por la de Cataluña. En Antología crítica del cine español, Vivir en Sevilla es la única película del llamado cine andaluz que aparece entre cientos de ellas, lo cual ya es un síntoma. También hay que destacar las películas producidas por Antonio Pérez o Juan Lebrón.

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