José Vallecillo | Vocal de la Sección de Literatura del Ateneo

“Manuel Halcón es el Miguel Delibes de Andalucía”

  • Profesor durante décadas en institutos y la Universidad, este investigador es el mayor conocedor de la figura del novelista sevillano Manuel Halcón

José Vallecillo, en el Ateneo.

José Vallecillo, en el Ateneo. / Juan Carlos Vázquez

José Vallecillo (Sevilla, 1965) nos recibe en el caserón del Ateneo. Hemos quedado con él para hablar, sobre todo, de Manuel Halcón, figura a la que le ha dedicado muchas horas de investigación, con libros como ‘El novelista Manuel Halcón: biografía y personalidad’ (Universidad de Sevilla), ‘Los años sevillanos de Manuel Halcón’ (Ayuntamiento de Sevilla), ‘Manuel Halcón. Páginas sobre Sevilla’ (Real Maestranza de Caballería), y ‘La obra narrativa sobre el campo de Manuel Halcón’ (Diputación de Sevilla). Últimamente se ha encargado del cuidado de la reedición de la novela ‘Manuela’ (Athenaica). Hombre discreto y de voz baja, ha ejercido durante más de treinta años la docencia en institutos y la Facultad de Filología. Vocal de literatura del Ateneo, Vallecillo también ha trabajado sobre la curiosa y divertida figura de Don Cecilio de Triana, periodista satírico de los inicios del siglo XX al que le dedicó un libro en la Biblioteca de Temas Sevillanos. Asimismo, sus investigaciones se han extendido a la historia de la Academia Sevillana de Buenas Letras en los siglos XIX y XX y ha catalogado, ordenado y estudiado los fondos de la biblioteca de dicha institución. Actualmente está centrado en el redescubrimiento de mujeres escritoras del 27.

–Ahora el escritor Manuel Halcón está más reivindicado, pero cuando usted empezó a trabajar sobre su obra y figura estaba prácticamente olvidado. ¿Cómo surgió su interés por él?

–Terminé la carrera de Filología en junio de 1989, pero meses antes ya estaba pensando en mi tema de tesis. Había leído algunas de sus novelas, Los Dueñas, Manuela… y en mayo del 89 le propuse a don Rogelio Reyes que me dirigiese la tesis sobre algún tema relacionado con Halcón. Le encantó la idea, porque era uno de esos “sevillanos en Madrid” que había que reivindicar. Me dijo que aprovechase el verano para leer toda su obra y que después nos pondríamos en contacto con él, pero el 28 de julio Manuel Halcón murió en su domicilio del Paseo de la Castellana.

–Estas cosas no se suelen decir, pero fue un suicido.

–La versión oficial es que se le disparó un arma mientras la limpiaba. Halcón no llevaba bien su envejecimiento.

–Tuvo el gran detalle de mandar a su perro Corito a su finca El Cañuelo, en los Alcores, antes de dar el último paso. Lo contó Antonio Burgos en un artículo memorable.

–Quería que viviese en libertad, no en un piso de la Castellana. Burgos cuenta también cómo una vez se encontró a Manuel Halcón por Sevilla. Iba de traje y corbata, pero calzaba unos botos. Le dijo que lo hacía porque estaba de luto por su caballo.

–Así que nunca pudo hablar con él…

–No, pero sí pude hacerlo con su familia, con sus hijos Pío y María Dolores. Ella me decía: “Qué pena, si mi padre hubiese sabido que había un joven sevillano interesado en hacer su tesis sobre su obra…” Empecé a investigar en las bibliotecas, los archivos y las hemerotecas. Me sorprendió descubrir que no había nacido en 1903, como siempre hacía constar.

Manuel Halcón no fue un renegado de su clase social, sino crítico con las cosas que no le gustaban

–¿Cómo lo descubrió?

–Mirando El Noticiero Sevillano topé con la esquela de su madre, la marquesa de San Gil, que había muerto en 1900, por lo que Manuel Halcón no podía haber nacido en 1903. Cuando le pregunté a su hija me contó que su padre había nacido en 1899, pero siempre ponía 1903 para que no se le asociase con la novela del siglo XIX. Su madre murió a los tres meses de tenerlo, por lo que Halcón siempre cargó con un cierto espíritu de orfandad. En la novela Los Dueñas, el niño huérfano es claramente un alter ego.

–Antes ha hablado de los ‘sevillanos en Madrid’. De dónde se sentía él.

–Sobre todo sevillano y muy vinculado a Lebrija, donde estaba su cortijo y vivió su hermana Aurora hasta que murió. A este pueblo le donó una casa. Los Dueñas es una de las grandes novelas sobre Sevilla. Siempre que podía introducía a la ciudad en sus libros. De hecho, yo publiqué una antología de las páginas sevillanas de sus novelas.

–¿Dónde vivía en Sevilla?

–Tenía un piso en Los Remedios, pero al final de sus años cada vez venía menos. Primero decía que hacía mucho frío, después que ya se había echado el calor… Se instaló en Madrid al acabar la Guerra. En aquellos primeros años madrileños escribió Recuerdos de Fernando Villalón y fue nombrado canciller de la Hispanidad, pero al poco tiempo caería en desgracia, incluso dejó de salir en los ecos de sociedad de los periódicos.

–¿Por qué?

–Por sus ideas monárquicas. Fue uno de los procuradores de las cortes franquistas que firmó el Manifiesto de los Veintisiete, un documento que pedía la restauración de la monarquía en la figura de don Juan. En 1960, sin embargo, le dieron el Premio Nacional de Literatura por Monólogo de una mujer fría.

–En la guerra estuvo completamente involucrado en el bando nacional, aunque su lealtad era hacia don Juan –a cuyo consejo privado perteneció–, no a Franco.

–De hecho, su hija María Dolores mantuvo una estrechísima relación con la familia real.

–¿Cuál era su carácter? ¿Respondía al tópico del terrateniente bajoandaluz?

–Siempre fue un hombre muy culto y sensible, característica que fue a más con el paso de los años. Hubo un momento en que se quedó como desclasado, porque a la clase alta a la que pertenecía no le agradaba como la describía. Aunque hay que decir que nunca fue un renegado, sino simplemente crítico con las cosas que no le gustaban. Por ejemplo, con el personaje que es más duro en Los Dueñas es con el marqués, que tiene mucho que ver con la figura de su padre. Sin embargo, el personaje ejemplar de esta novela es Andrés, el criado que lo cuida desde pequeño y al que él estaba muy unido. Al respecto hay una frase preciosa que dice más o menos así: “¿Cómo puede una persona conservar el calor de una mano tantos años?” La mano es la de ese criado. Jacobo Cortines, quien sí lo conoció personalmente, me dijo una vez que con el tiempo Halcón terminó pareciéndose a los personajes de sus novelas. Otro aspecto importante de su obra es que siempre se dignifica a los personajes del campo. En Manuela deja claro que no hace falta nacer en una familia noble para ser aristócrata. Manuela representa la aristocracia popular.

Su principal virtud como novelista es su capacidad de penetrar en la psicología de la mujer

–¿Idealiza el campo andaluz?

–En absoluto. Como él dice, el campo pincha, pica y esclaviza. Pero cree que es algo que se renueva constantemente y da vida, algo vivificador. Es curioso, porque sin embargo no podía pasar una noche al raso en el campo. Le apabullaba la inmensidad de la bóveda celeste. Cuando empezaba a atardecer ya buscaba el cortijo o el pueblo para ponerse bajo techo.

–¿Llevaba directamente su finca de Lebrija?

–No, se la llevaba un encargado, Espiri, que es como se le conocía en Lebrija. Pero solía visitarla y siempre estaba al tanto de las principales cuestiones.

–¿Cuál cree que es la principal virtud de Manuel Halcón como novelista?

–Su capacidad de penetrar en la psicología de la mujer. En Monólogo de una mujer fría se llega a meter en la mente de Anita Peñalver, la protagonista. Este personaje es curioso para la época, porque tiene una relación con un hombre pero no se casa con él, pese a que no hay nada que se lo impida. Alguien ha dicho que este conocimiento se debía a que Halcón era un mujeriego, aunque más bien era un mujerista, amaba a la mujer como figura. En el conocimiento del alma de la mujer, Halcón está a la altura de Juan Valera, que era el escritor que más le influyó junto a Stendhal. En el caso de Manuela vemos que el personaje se define por sus actos, no por sus palabras. Yo fui profesor en Lebrija durante unos años y todavía se veían mujeres como Manuela, a las que no se les pone nada por delante cuando quieren hacer algo. Eran muy fáciles de reconocer.

–Hablando de ‘Manuela’, ¿qué le pareció en su día la adaptación cinematográfica de García-Pelayo?

–Está muy bien, pero evidentemente no podía recoger todas las historias de la novela. El mayor acierto fue la elección de la protagonista, Charo López, que está estupendamente. Hubo muchas candidatas para el papel, creo recordar que incluso Marisol.

–¿Cómo era el último Manuel Halcón?

–Después de Manuela, que se editó en 1970, ya no publicó apenas nada, sólo los Cuentos del buen ánimo, en 1979. Sí tuvo una gran actividad como miembro de la Real Academia Española, donde ingresó en 1962. Era muy amigo de Lázaro Carreter y toda una autoridad en el léxico del campo. Introdujo varias palabras de este mundo en el Diccionario de la Academia, como cosechadora–. De hecho, su discurso de ingreso se tituló Sobre el prestigio del campo andaluz y fue contestado por José María Pemán.

–También tuvo una importante vinculación con Sevilla y su ambiente cultural.

–Su papel fue fundamental, por ejemplo, en la publicación de la revista Mediodía. Es muy conocida la historia de que se deshizo de su alfiler de corbata de oro para que pudiese salir el primer número. Los Halcón eran muy desprendidos. A su hermana Aurora le decías, “qué abridor de plata tan bonito” y ella te contestaba, “pues si lo tiene usted en su mano, suyo es”.

–Hay prácticamente unanimidad en estimar que la mejor obra de Halcón es ‘Recuerdos de Fernando Villalón’, quien era su primo y uno de los mejores poetas del campo bajoandaluz que han existido.

–Esta obra tiene una gran potencia narrativa. Halcón siempre sintió profundamente el no haber estado al lado de Villalón cuando murió. Él se había ido a Suiza por motivos de salud y, cuando regresó, Villalón ya había fallecido. Siempre recordaba la última vez que se vieron en la estación de tren. Creían que el que podía morir era Manuel Halcón, pero finalmente fue al revés. Su relación era muy fuerte. Fue Halcón el que descubrió a Villalón como poeta al descubrir sus versos en una carpeta. Los ordenó y los mandó a la imprenta de San Eloy. Villalón se puso muy contento y se animó a empezar su carrera poética.

Como académico prestó mucha atención al léxico del campo. La palabra ‘cosechadora’ entró en el DRAE por él

–’Recuerdos…’ es un libro hermosísimo.

–Retrata un mundo que estaba desapareciendo en esos momentos, un tipo de aristocracia, unas fincas a las que aún no habían llegado los tractores. Fíjese cómo en Manuela tienen que cambiar el puesto de los melones porque ya están construyendo la autopista.

–De alguna manera, Halcón es nuestro Lampedusa.

–En el libro Conversaciones con Manuel Halcón, de Juan de Dios Ruiz-Copete (que debería reeditarse) Halcón afirma que nadie tiene en cuenta que El gatopardo se publicó varios años después de él empezar a escribir sobre estos temas.

–¿Dejó Halcón alguna escuela literaria?

–Se dice que de alguna manera era el maestro que estaba ahí cuando surgieron los narraluces. Se le podría considerar como el inspirador. Novelas como Epitafio para un señorito, de Manuel Barrios, difícilmente se comprenderían sin Halcón.

–Sin embargo no es un autor barroco, estilo tan grato a los escritores sureños.

–Su estilo es muy conciso, muy exacto, siempre va al grano.

–¿Qué visión tenía de Sevilla?

–Muy idealizada. Hablaba mucho de la Sevilla de su infancia y juventud. Escribió muchos artículos muy críticos con la destrucción del patrimonio debido al desarrollismo. En una entrevista dijo que no quitaban la Giralda para hacer aparcamientos porque el espacio que dejaría sería exiguo.

–¿Se sintió un exiliado en Madrid?

–No, porque fue un hombre muy reconocido. Fue director de la revista Semana durante veintiséis años, antes de que se convirtiese en una publicación del corazón. Solía presumir de los pies de foto que él mismo redactaba. Tiene un libro muy curioso y difícil de encontrar que recoge todas estas fotografías comentadas. Eran textos muy ingeniosos que firmaba como H.

Halcón siempre sintió no haber estado al lado de su primo Fernando Villalón cuando murió

–De unos años aquí se ha producido una cierta recuperación de Halcón. Un ejemplo es la reciente reedición de ‘Manuela’ por Athenaica, que ha corrido a su cargo.

–Es importante que los sevillanos conozcan a un escritor como él. Manuel Halcón es el Miguel Delibes de Andalucía. Son dos obras y personalidades muy distintas, pero a las que les une el amor al campo y sus palabras.

–No me gustaría terminar la entrevista sin preguntarle por Don Cecilio de Triana, al que le dedicó un libro en la Biblioteca de Temas Sevillanos.

–Es otro personaje por descubrir. Era el abuelo de Carmen Sevilla, un periodista satírico de principios del siglo XX. Su sentido del humor es increíble. Se hizo famoso por una sección llamada Coplas de Ciego que publicaba en El Liberal y El Noticiero Sevillano. Lo criticaba todo, las Fiestas Mayores, las autoridades, las obras del tranvía, el traslado del mercado de la Encarnación, el estado de ruina en el que se encontraba Santa Catalina...

–Parece que no ha pasado el tiempo...

–Pues estamos hablando de los años veinte. Escribía en romance y, como tuvo tanto éxito, sacó un semanario satírico en el que no dejaba títere con cabeza. Muchas de sus piezas seguirían siendo aún hoy escandalosas, como cuando se mete con una determinada coronación de una virgen o con las obras del cementerio. Cuando le ponían una multa sacaba un número extraordinario para poder pagarla. Carmen Sevilla contaba que su abuelo siempre llevaba unas gafas de repuesto por si le rompían la cara. Su nombre verdadero era José Rufino. Sus textos iban acompañados de unas ilustraciones que firmaba un tal Manolo.

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