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Joaquín Egea | Portavoz de ADEPA y empresario del sector de la educación

“Cada vez es más triste pasear por Sevilla; estamos librando la última batalla”

  • Impulsor de los colegios Julio César, Buen Pastor y St. Mary’s School, este pedagogo e historiador es también uno de los más férreos defensores del patrimonio de la ciudad

Joaquín Egea, durante la entrevista.

Joaquín Egea, durante la entrevista. / Manuel Gómez

Pese a que ya está jubilado, Joaquín Egea (la Macarena, 1951) sigue mostrando una energía fuera de lo normal. Durante una hora y media de charla, no baja ni un segundo la intensidad. No hay cuestión a la que no responda con pasión, poniendo todas sus razones en el asador. Dos han sido las principales causas a las que Egea ha dedicado su vida: la educación y la defensa del patrimonio histórico. La primera, además, ha sido su modo de vida. Este licenciado en Historia de América, pedagogo y empresario del sector educativo ha impulsado colegios de renombre en la ciudad, como el Julio César, el Buen Pastor o el St. Mary’s School. Como referencias en el campo de la pedagogía, tres son sus faros: Giner de los Ríos, el padre Manjón y Manuel Siurot. En su actividad en defensa del patrimonio, es portavoz de Adepa y ha librado mil batallas, sin importarle ni calcular las consecuencias. Más de un alcalde ha temblado cuando lo ha visto entre el público en un acto.

–Vivió la Sevilla de antes de la piqueta.

–Nací en la calle Escoberos, en 1951, en un piso regionalista. Viví a fondo el ambiente del barrio de la Macarena. Todos los niños jugábamos en la calle: los de los pisos, los de los corrales de vecinos, incluso los hijos del concejal... Sólo algunos tontos no dejaban a sus hijos. Nací un 23 de agosto...

–¡Uy!, yo un 24 de agosto...

–Ese día murió José de Velilla, uno de los personajes más interesantes de Sevilla, poeta y dramaturgo de la segunda mitad del XIX. Hoy, como tantos, está olvidado.

–¿Su padre también fue profesor?

–No, era oficinista y mi madre, ama de casa. Ella, que era una buena lectora, fue la que nos transmitió el amor por la cultura. Le gustaba copiar a mano los poemas de Bécquer. Yo conservo alguno.

–¿Cómo era esa Sevilla anterior al desarrollismo?

–Muy pobre. Las calles estaban mal iluminadas y muchas calles eran de tierra. Todo se mezclaba, la alegría y la penuria. Los corrales de vecinos eran lo mismo un foco de ratas que el lugar de celebración de un bautizo donde había música y baile. La calle Escoberos tenía muchos y los conocíamos por los números: el corral del ocho, casi en la esquina con Feria; el corral del dieciocho, frente a mi casa...

–Y llegaron los sesenta...

–Lo notamos perfectamente. Hubo cosas buenas y malas. Se construyeron nuevas barriadas extramuros que supusieron una auténtica mejora en las condiciones de vida de las personas, que vivían muy mal en el casco antiguo. Eran pisos con baños, cocina, dormitorios independientes... En ese momento nos daba igual lo que le pasaba a las viejas viviendas, porque la mejora era tremenda. Sí sentimos muchísimo, por ejemplo, la destrucción del Colegio de los Escolapios, donde estudié parte del Bachillerato... Algo terrible. Lo que pasó con los colegios de las órdenes religiosas (las Carmelitas, en el palacio de los Tavera; los Jesuitas, en Villasís...) fue terrible. También fue un desastre el abandono de los palacios del centro por parte de los más adinerados para irse a vivir a República Argentina... Yo comparaba esos pisos oscuros con los palacios y me decía: “Esto no tiene ningún sentido”...

–Es decir, que el abandono de las clases populares del centro tuvo una lógica y un beneficio...

–Sí, el problema vino después. Cuando conseguimos que los pisos del centro fuesen lugares habitables nos encontramos con la pura especulación, con la expulsión de los vecinos... Esa es la gran diferencia entre la huida del centro de los años sesenta, cuando era algo voluntario para mejorar las condiciones de vida; y la de los setenta y ochenta, ya con la democracia, en la que se produce una verdadera expulsión.

Después de cargarse el caserío del siglo XVIII, ahora quieren acabar con el regionalismo

–Lo que hoy llaman gentrificación...

–Exacto, así lo llama ahora la gente. Pero yo prefiero llamarle pura especulación. Mire lo que pasó con San Luis. Con la excusa de mejorarlo, con el famoso plan Urban impulsado por la izquierda sevillana, se expulsó a la gente de toda la vida del barrio... El mercado de la Feria son hoy cuatro bares, poco queda de aquel que conocí en mi niñez...

–Se ha jubilado de su tarea como pedagogo y empresario educativo, pero sigue como portavoz de la Asociación de Defensa del Patrimonio de Andalucía (Adepa). Queda mucho por hacer y reivindicar en esta materia, ¿no?

–Demasiado. Después de cargarse el caserío sevillano del siglo XVIII y los corrales, ahora quieren machacar lo que le da impronta a la ciudad actual, el regionalismo, una arquitectura que va desde Nervión a Heliópolis, pasando por El Porvenir y los pueblos cercanos y, por supuesto, el centro. El día que nos terminemos de cargar esta arquitectura yo me voy. Cada vez paseo con más tristeza por Sevilla. Estamos librando la última batalla por la ciudad.

–Pero parece que el Ayuntamiento se ha puesto un poco las pilas y ha empezado a proteger, por ejemplo, las villas de Nervión.

–Nos alegramos, pero ese plan al final ha quedado en la protección de casas sueltas. El barrio de Nervión era un barrio que se construyó bajo la idea de la casa-jardín con dos alturas. No era nada nuevo en su momento, los arquitectos sevillanos copiaron lo que se estaba haciendo en Inglaterra o en ese Nueva York que Woody Allen ha llevado tan bien al cine... Sin embargo, aquí sólo se están protegiendo edificios muy concretos de arquitectos famosos (Talavera, Aníbal González...), el resto se tira, con lo que nos cargamos la trama urbana, el contexto... Al final quedan sólo esas villas protegidas como un pegote sin sentido junto a un bloque de pisos...

–La destrucción de Nervión ha sido brutal. Tanto mirar el centro...

–La conservación de una ciudad es la conservación de una tipología. Yo puedo derruir todas las casas, pero si construyo edificios de dos plantas, con árboles en el jardín y en las aceras de las calles estrechas... estoy conservando el verdadero Nervión... Hagamos como Nueva York, conservemos los barrios del XIX y construyamos los grandes bloques modernos en barrios de nueva creación.

–Como decía, el regionalismo también está muy presente en el centro.

–El centro de Sevilla ya no es tradicional, sino regionalista. Fundamentalmente, nuestro casco histórico es de principios del siglo XX y es con lo que se siente identificado el sevillano. Mire lo que han hecho en la calle Sol, es desolador, han sustituido un caserío popular por otro cutre a más no poder...

La política de la Junta de Andalucía con la educación concertada es sesgada y sectaria

–La piqueta ha trabajado duro.

–Fíjese en el Núcleo de los Azahares, todo eso era un palacio de una rama secundaria de los Medinaceli... O el abandono por parte de la Cruz Roja del palacio que tiene en la calle Amor de Dios, donado en su día por los marqueses de Nervión... Ahí está cayéndose... Una pena. En las Escuelas de Arquitectura se enseña a los estudiantes a ser divinos, a dejar su sello personal, pero no se respeta el pasado... ¿Qué ciudad se puede permitir lo que está pasando en la Plaza de España? ¿Cómo se puede poner un guarda en la Comisaría de la Gavidia y tener sin vigilancia este monumento, que es víctima del vandalismo? ¿Dónde va el dinero de todas las celebraciones cutres que allí se hacen? No hay ni conservación ni vigilancia. ¿Cómo puede ser que la ciudad no tenga una carta de colores, como en Florencia o muchas otras ciudades históricas; ni una de pavimentos, ni una de iluminación...? Sólo están obsesionados con lo nuevo.

–Me gustaría tocar ahora su faceta como profesor y empresario de la educación.

–Me licencié en Historia de América, carrera que compaginé con el trabajo. Después fundamos la academia Julio César, que se hizo famosa en aquellos tiempos y que se dedicaba al acceso a la universidad para mayores de 25 años. Por allí pasaron como conferenciantes Cristina Narbona y Manuel Clavero. Incluso Rancapino estuvo cantando. Más tarde fundamos el colegio del mismo nombre en el Palacio de los Condes de Santa Coloma, la antigua Casa de los Bucarelli. Estuvimos allí siendo muy respetuosos con el edificio, como nos exigía su propietario, el fallecido Enrique Queralt, que era un enamorado de la casa. En ese colegio innovamos bastante, pero era muy difícil de mantener, porque no teníamos licencia para los niveles inferiores y costaba captar los alumnos para la secundaria. En el 91 alquilamos el Buen Pastor a las monjas, que es de educación concertada. Lo hicimos mixto y le añadimos Bachillerato, que no tenía. Hemos conseguido ser uno de los primeros colegios de Sevilla en cuanto a resultados. Buscamos sacar el máximo rendimiento del alumno e inculcarle ideales.

–¿Qué ideales?

–Principalmente que una persona se debe a los demás. Un colegio debe ser un elemento vivo de actividades sociales y culturales. Por eso obligamos a nuestros alumnos a ayudar en comedores sociales, a visitar museos, a acudir a conferencias y a todo tipo de actos en la ciudad (conciertos, teatro...). Además, el Buen Pastor financia un colegio en Ecuador para alumnos sin medios, el Adolfo Kolping. Nuestros alumnos mantienen también abierto y enseñan el Pabellón de Sevillanos Ilustres... Siempre he sido un seguidor de la Institución Libre de Enseñanza.

–Además del Buen Pastor, también tienen el St. Mary’s School, frente a la Venta de Antequera.

–Se lo compramos a unas Monjas de la Compasión con la idea de tener dos líneas concertadas, pero la Junta se negó y lo tuvimos que hacer privado.

–¿Qué le parece la política de la Junta respecto a los colegios concertados?

–La política de la Junta con la educación concertada es sesgada y sectaria. Nos mantienen para evitar tener que enfrentarse a una buena parte de la población andaluza, pero si por ellos fuera ya habrían acabado con este modelo. La concertada se nutre fundamentalmente del fracaso de la enseñanza pública, que cuenta con muchísimos más fondos. Quiero aclarar que no es una política que dimane de las alturas, de los presidentes y los consejeros. De hecho, con nosotros han estudiado los hijos de siete u ocho consejeros de la Junta.

–¿Entonces quién es el responsable?

–Una serie de cuadros medios de la Consejería que pertenecen al sustrato que mantiene a la izquierda: gentes de los sindicatos colocados en la Delegación de Educación, antiguos militantes de partidos extremistas... Muchos de ellos se hicieron funcionarios, inspectores de educación... Ellos son los que intentan hacer esa política educativa que nos lleva hacia el desastre. He visto cómo se ha ido degradando la educación, cómo se han ido perdiendo los conocimientos y los valores. Se extendió la idea de la escuela Summerhill, donde cada niño hacía lo que le daba la gana y que fue un desastre... Yo he recibido llamadas de la Junta exigiéndome que aprobase a un determinado niño que no estaba en absoluto preparado, que no se lo merecía. Pero, cuidado, que alguna petición venía por presiones de un miembro destacado del PP... Llamaba a la Delegación socialista para que le aprobasen a la niña.

–¿Qué hace falta para dar una buena educación?

–Lo que está claro es que no se requieren grandes inventos. Simplemente buenos profesores a los que les guste su profesión y vayan contentos a las aulas. De esos hay pocos. La mayoría ve como un castigo tener que dar clases.

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