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León Lasa | Letrado y escritor

“Sevilla no se ha convertido en la gran urbe que podría ser”

  • Ex consejero del Betis y abogado de la Junta, su gran pasión es la literatura de viajes

León Lasa, durante la entrevista.

León Lasa, durante la entrevista. / Juan Carlos Vázquez

León Lasa tiene algo de Guadiana, de espectro que aparece y desaparece, de hombre en fuga y multipropietario que hoy está en su casa de Molinos de Duero (Soria), mañana en su apartamento de Cádiz y pasado en su piso de Sevilla, su lugar oficial de residencia. De su genealogía guipuzcoana conserva ese aire de chicarrón vascoandaluz, expansivo, convidador, charlador y reidor, aunque no es difícil adivinar en su carácter un fondo melancólico, un regusto amargo que aflora en el sarcasmo de algunos de sus comentarios. De evidente condición bipolar, León Lasa gusta también de la soledad más extrema, de ahí su amor a las geografías invernales, a los paisajes gélidos e inanimados, por los que tanto ha viajado y sobre los que tanto ha escrito. Ahí están como testigos sus libros Por el oeste de Irlanda, En Noruega, Viaje a la Antártida y Al sur del Sur. Alérgico al calor y a las masas, futbolero desengañado, sevillanófobo de baja intensidad, letrado de la Junta por imperativo biológico, León Lasa gusta de los viajes largos y demorados, lejos del populacho playero y del turista estresado. A veces asoma su rostro por estas páginas de Diario de Sevilla y nos muestra en sus artículos su condición de MBA por Deusto. Con mucho de eterno Peter Pan será abuelo en unos meses. Abuelo Lasa.

–La figura del padre, para bien o para mal, es fundamental en cualquier hombre. Su caso no es una excepción. Usted es hijo de León Lasa, un personaje legendario en el fútbol sevillano.

–Tengo una foto en la que estoy en el césped del Villamarín jugando con un balón. Tengo dos o tres años y el Betis estaba entrenando. Entonces, mi padre sería un jugador de unos 30 años y no había ningún problema en que me llevase con él. Mi vinculación al fútbol, el mundo de mi padre, era muy estrecha. Era de lo que se comía en mi casa, primero como jugador y luego como entrenador. Yo he conocido seis o siete colegios: Cádiz, Alicante, Logroño, vuelta a Cádiz y Sevilla… La mudanza era algo que estaba asumido. Desde muy pequeño te sentías, si no ciudadano del mundo, sí al menos de la Península. Esta permanente movilidad seguro que tuvo que ver algo con mi gusto por el viaje y el nomadismo. Siempre he sido un culo de mal asiento que lo mismo estoy en Sevilla que en Soria, Cádiz, San Sebastián...

–Con su padre viviría grandes momentos de euforia. El fútbol, a veces, los da.

–El día más feliz de su vida, que coincidió con el de su muerte 27 años después, fue el del ascenso a primera del Betis en un partido contra el Granada: el 17 de junio de 1979. Fue un partido agónico. El Betis tenía que ganar aquí, en el Villamarín, un día que hacía un calor africano. Empezó perdiendo e, in extremis, como suele hacer el Betis, le dieron la vuelta al marcador. Es la famosa imagen en la que a mi padre lo llevan a hombros Gordillo, Anzarda, García Soriano… los jugadores de la época.

–También días amargos.

–Muchos. Cuando estaba entrenando al Cacereño perdió una eliminatoria de ascenso a segunda, en Pamplona, pese a llegar con un buen resultado. Paramos en Madrid a la vuelta y todo el equipo se agarró una enorme moña en una discoteca. Fue a principios de los ochenta. Yo ya tenía edad legal para beber.

–La cara y la cruz.

–En el fútbol, como le suelo decir a mis hijos, es muy importante no dejarse llevar por la euforia y saber retirarse a tiempo. Ahí está Guardiola, un tipo que en lo personal no me cae muy bien, pero sí fue lo suficientemente inteligente para irse del Barcelona antes de que el equipo hiciese aguas.

El discurso de ‘Viva el Betis manque pierda’ está agotado. No me gusta ese victimismo ni ese drama vital

–En el fútbol y en la vida.

–Por supuesto. Y no vamos a entrar en detalles.

–¿Y qué opina de ese guerracivilismo coñazo entre béticos y sevillistas?

–Ni yo soy antisevillista ni en mi casa hubo nunca un sentimiento parecido. Al contrario, teníamos muy buena relación con gentes como los hermanos Arza, en cuya tienda deportiva yo me solía comprar ropa. Admiro lo bien que lo ha hecho el Sevilla en los últimos tiempos, especialmente la labor de mi amigo Pablo Blanco y Monchi. Me quito el sombrero.

–Su padre era vasco por los cuatro costados. El sur está lleno de familias vascoandaluzas.

–El País Vasco siempre ha estado muy poblado, lo que, unido a cuestiones como el mayorazgo, terminaba expulsando a los varones jóvenes y segundones. Había mucha necesidad de hacer las Américas o las Españas. Hay muchos apellidos norteños vinculados a la historia de la ciudad. En el caso del fútbol esta presencia es brutal. En la época de mi padre, la mitad de la plantilla titular del Betis era vasca o navarra.

–¿Y por qué había tanto vasco en el fútbol nacional?

–No hay que descartar la cuestión alimenticia. El norte era una de las pocas zonas del país donde la gente comía bien, independientemente de su estrato social. Eso del chicarrón del norte tiene una clara base alimenticia. No sólo se comía trigo o mijo.

–Usted llegó a ser futbolista…

–Bueno, de los malos… Jugué en el Betis Deportivo, en algunos de tercera como el Puente Genil… No se me daba mal, pero no tenía vocación ni capacidad de sacrificio. Me aburría. Hoy también me aburro al ver en lo que se ha convertido el fútbol, con partidos en los que los equipos no tiran más de dos veces a puerta. Todo es contención, centrocampismo, tiquitaca… El fútbol de hoy es muy previsible. Tú ves un partido de los mundiales de Alemania o México y eran unas idas y venidas acojonantes. Quizás por eso hay una cierta desafección en la gente joven hacia este deporte. Los chavales apenas pueden mantener la atención en nada, y menos en un evento de 90 minutos con pausas interminables y en el que pasan pocas cosas. El fútbol se tiene que reinventar.

El día más feliz de mi padre fue el del ascenso del Betis en 1979. El mismo que moriría 27 años después

–Sin embargo, llegó a ser consejero del Betis con Guillén como presidente, cuando el equipo estaba intervenido judicialmente. ¿Qué tal la experiencia?

–Hicimos lo que pudimos, porque no teníamos capacidad de decisión prácticamente para nada. Creo que las cosas se hicieron bien: se aminoró la deuda, el concurso administrativo salió adelante… Ahí está el equipo, más o menos estabilizado y en primera división.

–¿Algún rencor?

–No, aunque algunas veces te encontrabas a personas por la calle que te decía cosas que no terminabas de entender... Hay gente, sobre todo de mediana edad, que es muy fanática. Aquello no estaba pagado. Lo hice más que nada en homenaje a mi padre, pero no volvería a repetir. Es una etapa completamente cerrada.

–¿Qué le parece eso de “Viva el Betis manque pierda”?

–Estoy completamente en contra. Es un discurso agotado. No me gusta ese victimismo y ese dramatismo vital. Viva el Betis y que gane.

–Pero más que el fútbol, su gran pasión es la literatura. Usted mismo es un escritor de viajes, con varios títulos publicados. ¿Cuáles son sus referentes en el género?

–Me parecen imprescindibles libros como En Siberia, de Colin Thubron, o En la Patagonia, de Bruce Chatwin, autor al que yo pretendí malamente emular con mi libro Al sur del Sur. Viaje a la Patagonia. Me gustan mucho también escritores como Claudio Magris, Eduardo Jordá o Antonio Rivero Taravillo.

–Todos sus viajes son a países norteños y muy fríos. ¿Alma de esquimal?

–Fundamentalmente me gustan la Antártida, Irlanda, Laponia, Noruega y la Patagonia. A mí el calor me mata, sería incapaz de hacer un viaje de dos o tres meses por el África Tropical. No sobreviviría. Las del norte son geografías que, además de muy bonitas, están muy poco pobladas. La masa me echa para atrás. Allí me siento cómodo. Ahora no descarto hacer un libro sobre la España vacía.

–Precisamente usted tiene una casa en Molinos de Duero (Soria), en la que se suele retirar del mundanal ruido.

–El triángulo formado por Soria, Teruel y Cuenca tiene menos densidad de habitantes que Laponia. Eso me parece un auténtico privilegio, aunque nos vendan lo contrario. En la España vacía se vive muy bien. En 24 horas, hoy en día puedes tener una botella del mejor whisky del mundo o un queso de Idiazábal en la puerta de tu casa gracias a las plataformas que todos conocemos. En la España vacía internet suele ir muy bien y los niveles de educación son estupendos. De hecho Castilla-León está en el número uno del informe PISA en España. Es un lujo ir a un ambulatorio soriano y que no haya cola. En contra de lo que se dice, esta zona está muy bien atendida. Con 1.500 euros en un pueblo del Sistema Ibérico eres capitán general, pero en Vallecas no debe ser muy fácil vivir.

En la España vacía se vive muy bien. Hoy en día puedes tener el mejor whisky en tu puerta en 24 horas

–En cambio hay todo un discurso político que dice que hay que rellenar esa España.

–No entiendo ese discurso. Debe ser por algo que no sale en los telediarios de La Sexta.

–También tiene usted otras querencias por lugares más populosos, como Cádiz, donde tiene otra de sus numerosas viviendas.

–Estoy sentimentalmente muy vinculado a Cádiz, porque viví allí cuando mi padre era entrenador. También pasé muchos veranos. Mi piso está junto a Cortadura y sólo tengo que andar cincuenta metros para disfrutar de una playa salvaje de ocho kilómetros. Eso sí, procuro evitar Cádiz los meses de verano. Demasiada gente.

–¿Sus cuarteles generales en esta ciudad?

–La taberna La Manzanilla y el Atxuri.

–Dos clásicos.

–Aunque voy observando un proceso similar al que ya ocurrió en Sevilla: la llamada “puesta en valor” de los elementos que le pueden interesar al turismo, con la transformación de las tascas de toda la vida en bares enfocados a ese mercado. Comprendo que es el signo de los tiempos, pero a mí me da pena.

–¿Y de Sevilla, no tiene nada bueno que decir?

–Me encanta…

–Mal empezamos.

–Tiene un centro urbano como no hay otro en el mundo. Es una ciudad que hay que saber vivir, aunque quizás se haya sobrepoblado en los últimos tiempos. Hemos dejado de ser una ciudad provinciana y agradable, pero no nos hemos convertido en esa urbe metropolitana de inspiración europea que podríamos ser. Nos hemos quedado a medias. Hay que ser un poco más abiertos. Hay que probar otras cervezas.

–Un lugar en el mundo.

–Friburgo. Pasé allí el mejor año de mi vida, cuando acabé mi etapa de estudiante, dejé de jugar al fútbol y me libré de la mili. Entonces, Centroeuropa era otro mundo en todos los sentidos. Para mí fue un choque positivo tremendo. Volví de allí con una estructura mental totalmente nueva. Era el 84-85 y España todavía seguía anclada en unos valores que luego fueron puestos en cuestión. Era la Alemania de la Guerra Fría, el despliegue de los misiles Pershing, el auge del movimiento verde, cuando los ecologistas tenían ideales y no eran todavía parte del establishment. Petra Kelly era mi ídolo.

Nos llevan por donde quieren. El flautista de Hamelin sigue tocando la flauta

–¿Algún proyecto por ejecutar?

–Ir en tren de Cádiz a Vladivostok, en el lejano oriente ruso. Es decir, hacer el Transiberiano, pero no desde Moscú, sino desde la punta suroccidental del continente. Es un viaje para hacerlo sin prisas, parándome donde quiera, sin planificación alguna, dedicándole tres o cuatro meses.

–¿Viajar es un arte?

–Sí, pero no se practica, porque la mayoría de la gente no tiene tiempo, medios o valentía para hacerlo. Lo que se practica es el turismo, algo que yo no hago desde hace treinta años. Me cuesta salir mucho de mis lugares de confort: el oeste de Irlanda, Friburgo, San Sebastián…

–Muchos están llegando ya a la conclusión de que viajar es una ordinariez.

–Es una ordinariez el turismo. Eso de calzarse con sesenta años unas chanclas, una camiseta de tirantas y unos piratas para ir a un Budapest abarrotado de gente… Nos han convencido de que hay que hacerlo. Lo mismo digo sobre lo de ir a la playa en el mes de agosto… para mí sigue siendo un misterio. Eso se puso de moda hace cien años, cuando sólo iban cuatro… Y encima la gente paga precios estratosféricos por un apartamento. Nos llevan por donde quieren. El flautista de Hamelin sigue tocando la flauta. Es la famosa servidumbre voluntaria de La Boétie. Ahora dicen que no podemos comer carne y dentro de poco estaremos zampando hormigas.

–Como buen vasco será usted de buen comer…

–Y más ahora que mis hijos van tomando el vuelo. Ya no miro la parte derecha de las cartas.

–¿El low cost se está cargando el placer de viajar?

–Pretender hacer turismo low cost y tener un poco de calidad es imposible. Este sistema nos lo han vendido porque es bueno para una élite que es la dueña de todo, incluidos los grandes medios. Necesitan tener a las masas en continuo movimiento. Alguien dijo con mucho acierto que la sociedad de consumo consiste en convencer a las masas de que acceden a unos privilegios que ya no existen. Por ejemplo, en los años sesenta, era un privilegio tener un coche o ir a Chipiona. Ya no. Ahora, en muchas líneas aéreas te tratan peor que al ganado. Hay que viajar menos y hacerlo con más tranquilidad.

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