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Juan Luis Manfredi | Periodista

“La universidad está llena de Pablos Iglesias”

  • De agente de los EEUU a crítico de flamenco; de doctor en Historia de América y profesor a miembro fundador de Canal Sur... la vida del entrevistado está plagada de intereses y peripecias

Juan Luis Manfredi, durante la entrevista.

Juan Luis Manfredi, durante la entrevista. / Juan Carlos Vázquez

De Juan Luis Manfredi (Espiel, Córdoba, 1948) siempre se comenta que fue el hombre de la CIA en Sevilla en los años 80, algo que él, divertido, nunca desmiente. Lo que sí confiesa es que, como miembro de la USIA, fue un ‘soldado de la Guerra Fría’ cuya labor era crear un clima de opinión a favor de los EEUU en unos tiempos en que muchos en España apoyaban el comunismo totalitario de la URSS. Aparte, Manfredi ha hecho de todo en los medios y la universidad: doctor en Historia de América, periodista de redacción, crítico flamenco, profesor, escritor, jefe de prensa de la Universidad de Sevilla, miembro de los comités de Radio Televisión de Andalucía y de Tele Expo... Sin embargo, una de las cosas de las que más presume es de su pertenencia a la Asociación de Vecinos de Heliópolis y de su lucha para evitar el deterioro de este histórico enclave de la Exposición del 29. Allí, en su chalet, nos recibe entre libros y objetos variopintos acumulados tras una vida llena de inquietudes y peripecias. Recientemente jubilado, Manfredi ha aprovechado para dar la vuelta la mundo en cien días junto a su mujer y escribir dos libros. El aburrimiento no está en su agenda.

–Esta pregunta ya se la han hecho alguna vez, pero insistiré. Dígame verdadero o falso: ¿fue usted el hombre de la CIA en Sevilla?

–Permítame que lo deje en el aire… En cualquier caso no hubiese sido ni bueno ni malo. Yo trabajaba en una agencia que se llamaba USIA (United States Information Agency). Nuestro trabajo aquí consistía en conectar ámbitos académicos, periodísticos y políticos con instituciones americanas. Cuando los socialistas ganaron en España las elecciones, en 1982, a la embajada americana le pilló por sorpresa, nadie se lo esperaba… Para colmo, los líderes no eran ni de Madrid, sino unos señores de Sevilla a los que nadie conocía. Los americanos se movilizaron inmediatamente y buscaron aquí a gente que pudiera echarles una mano. Ese trabajo lo compartimos Julio Cuesta y yo. Él estaba en la parte institucional y yo más con los universitarios y los periodistas.

–Se trataba, pues, de generar conexiones. Póngame un ejemplo.

–Yo llamaba a un señor que acababa de salir elegido diputado y le invitaba a visitar los EEUU durante un mes, al lugar donde él escogiese (menos Alaska y Hawái). También le preguntaba a quién quería conocer en Norteamérica para intentar arreglarle una cita... Todo el mundo aceptaba.

–¿Hubo alguien que se negase?

–Sólo uno: Alfonso Guerra.

–Siga...

–Muchos de los interesados pedían ir a ver las partes más negativas de EEUU, como alguna de esas prisiones en el Sur donde los negros todavía llevan una bola atada al tobillo… Se lo arreglábamos. No se trataba de persuadirlos de las bondades de EEUU, sino de que comprendiesen que los americanos estaban convencidos de la fortaleza de su democracia y que, como tal democracia nueva, le tendía la mano a la española. Queríamos que estas personas quedasen expuestas a las líneas de pensamiento americano. Aunque parezca imposible, aquí muchos profesores no habían leído a Jefferson, o no sabían quién era Roosevelt, ni que gracias a su New Deal se había conseguido superar pacíficamente la gran crisis del 29, que en Europa se tradujo en la II Guerra Mundial.

Katharine Graham tenía un ‘savoir faire’ impresionante, me enseñó cómo había que abordar a la gente

–¿Alguna vez le pidieron que traicionase a su país?

–No, pero sí me pidieron lealtad. Yo no debía engañar al Gobierno español, pero tampoco a ellos. Sin embargo, alguno de los españoles que traté en aquella época sí me pidieron que les diese información privilegiada sobre las actividades de los americanos…

–Vamos, que espiase para España.

–Podríamos decirlo así.

–¿Cómo eran los americanos con los que trató?

–Gente muy profesional y técnica. En mi formación, por ejemplo, participó Katharine Graham…

–La mítica editora del ‘The Washington Post’ que destapó el ‘watergate’. Confieso que me acaba de impresionar.

–Tenía una scabeza espectacular y un savoir faire impresionante. Me enseñó cómo había que abordar a la gente. Estaba enamorado de ella. Algunos de los cursos los dimos en Washington y otros en la sede que Harvard tiene en Salzburgo.

–¿Qué aprendió de todo esto?

–Que nada es verdad ni mentira, sino que depende del color del cristal con que se mire. Que es posible entenderse hasta con la persona más opuesta a tus ideas. Una obsesión de la política americana y de la USIA en esos momentos era encontrar a los interlocutores adecuados. No importaba el color político del contactado, sino que supiese entender lo que se pretendía tratar con él.

–¿Qué más aprendió?

–La dinámica de la diplomacia pública, un concepto reciente en España y Europa, pero que los americanos llevan practicando desde siempre.

Durante el referéndum de la OTAN llevamos a periodistas a Berlín y Bruselas para que apoyasen el ingreso

–¿En qué consiste?

–En esto que estamos haciendo ahora mismo. Usted ha venido a mi casa a escucharme, y yo lo estoy recibiendo con los brazos abiertos, escuchándole con atención también. A partir de ahí seguro que los dos cambiamos. Esto, hecho de manera sistemática y durante mucho tiempo y por mucha gente, acaba cambiando la opinión pública de un país.

–Lo que dice tiene lecturas contemporáneas en España.

–Efectivamente. Una de las cosas más incomprensibles de la política española es este grado de animadversión que hay entre los partidos. Todo el mundo se cree en posesión de la verdad. Hay que sentarse y escuchar. También, por supuesto, exigir que te dejen plantear tus opiniones.

–Volvamos a aquellos años 80. ¿Qué opinión tenían los americanos de los barbudos socialistas que acababan de llegar al poder?

–Estaban muy sorprendidos. En EEUU decir socialista era decir comunista. Han tardado décadas en comprender que en Europa son cosas diferentes. Tras la guerra pensaban que había que apoyar a los amigos: los conservadores británicos, la democracia cristiana italiana, los gaullistas franceses… Fue muy chocante para ellos ver que, una vez acabada la guerra y recuperadass las libertades, los socialistas ganasen elecciones.

–Sin embargo, EEUU terminó entendiéndose muy bien con el socialismo de González.

–Sí, muy bien. También porque Felipe es uno de los dirigentes más inteligentes que ha tenido España. Por ejemplo, tardó muy poco en comprender que para entrar en Europa había que ser también socio de la OTAN; que era importante comprometerse con la defensa del mundo al que se quería pertenecer. Pero claro, el PSOE había ganado las elecciones con el famoso “OTAN, de entrada no”, por lo que hubo que darle la vuelta.

–Me imagino que la USIA a la que usted pertenecía se emplearía a fondo para lograr el sí en el referéndum de la OTAN.

–Claro. Más que a la opinión pública nos dedicamos a los creadores de la opinión pública. No se puede usted ni imaginar la cantidad de periodistas que llevamos a Berlín y a Bruselas en aquellos tiempos previos al referéndum.

–La gente más joven no lo entenderá, pero en aquellos años muchas personas de izquierda tenían más simpatía por los regímenes comunistas totalitarios que por EEUU. ¿Qué hacían en Berlín?

–Una cosa muy sencilla. Montábamos a los periodistas en un helicóptero que levantaba el vuelo en la parte occidental para que pudiesen comparar las dos zonas. Cinco minutos después aparecía una aeronave rusa que nos encañonaba. Todos volvían convencidos de que era mejor estar dentro de la OTAN.

Como profesional del periodismo, disfruté mucho montando la RTVA, pero creo que me fui a tiempo

–¿Dieron dinero los EEUU para apoyar la campaña del sí a la OTAN?

–Directamente no, lo que sí hicieron es mover a muchos líderes de opinión.

–El profesor José Manuel Macarro fue de los diputados del PSOE que se pateó los pueblos convenciendo a los propios cuadros socialistas de que era necesaria la entrada en la OTAN. Me comentó una vez que las tonterías más grandes sobre el referéndum las escuchó en la Universidad.

–La universidad española está llena de Pablos Iglesias. Son profesores brillantes con dos carreras y dos doctorados, pero se llevan años de cogecosas, llevándole los libros al catedrático. Es lógico que les entre la desesperación y que se radicalicen. Muchos creen hoy que todos son derechos, como si no hubiese obligaciones. Eso, trasladado a la política, da votos.

–Por cierto, dicen que el Grupo 16 fue muy apoyado por EEUU. Su intención era crear una prensa radicalmente democrática, pero ajena a la izquierda.

–No me consta que el gobierno de EEUU aportase fondos directamente, porque eso es muy complicado y está sometido a controles muy estrictos. Pero sí sé que alguien acudió a una conocida fundación del Partido Demócrata para que le asesorase sobre cómo hacer una prensa libre al estilo norteamericano. Esa fundación abrió el grifo generosamente.

–Cambiemos de tercio. Perteneció al equipo fundador de la RTVA, vulgo Canal Sur. Visto lo visto, ¿se arrepiente?

–No. Lo que yo viví valió la pena, pero creo que me fui a tiempo. Como profesional del periodismo disfruté de poder montar una empresa de ese calibre. El director general, Salvador Domínguez, me encargó las relaciones con las productoras y tenía un presupuesto enorme para comprar programas y películas. Conseguí convencer a TV3 y ETB, que iban por el mundo como si fuesen televisiones de estados independientes, de que era más barato comprar en bloque. Por eso se creó la FORTA (Federación de Organismos de Radio y Televisión Autonómicos), que fue liderada por Canal Sur, algo que acabó molestando mucho a los catalanes, quienes ponían muchos palos en la rueda. La FORTA fue un acierto que ha permitido a las autonómicas seguir en el mercado.

–Hoy existe una potente corriente de opinión que ve a las televisiones autonómicas como auténticos sumideros de dinero público. Algo inútil y parasitario.

–La RTVA se fundó en unas circunstancias que ya no se dan. Entonces existía un monopolio estatal y se creó la famosa ley del tercer canal para que pudiesen existir las autonómicas. Por tanto, apenas había competencia. Pero al muy poco tiempo se liberalizó el mercado y aparecieron las privadas, lo que fue el principio del fin, porque hubo que repartir muchísimo la tarta publicitaria. Además, se cometió un profundo error...

–¿Cuál?

–Copiar el modelo organizativo de RTVE. Algunos intentamos que se imitase el sistema del Chanel 4 británico, que se compone de un núcleo duro de no más de cien empleados y casi todo lo compra mediante subasta, desde los bolígrafos hasta los programas. Eso hubiese permitido ser competitivo a Canal Sur. La RTVA se ha visto con una nómina de trabajadores imposible de afrontar cuando los recursos cada vez son menores.

–Una de las justificaciones de Canal Sur era el ser una herramienta vertebradora de Andalucía. ¿Ha contribuido en algo?

–Quiero creer que sí, pero no tengo datos. Creo que ha conseguido esta vertebración por abajo, pero no por arriba. Se dirige a un público excesivamente rural, cuando Andalucía ya es una región fundamentalmente urbana. Lo que empezó como una buena idea ha terminado siendo un problema para Andalucía.

Canal Sur, que empezó siendo una buena idea, se ha convertido en un problema

–¿Qué hacer?

–Es difícil. ¿Cuál es la solución, cerrarlo? Da igual, porque existe una amplia plantilla de funcionarios que hay que recolocar. Se podría reconvertir... Este Gobierno, que ya no es del PSOE, podría hacerlo, pero no está queriendo.

–Entre otras muchas cosas, usted enseñó periodismo gastronómico. Cada vez se ven en los medios menos gastrónomos cultos y más cocineros con poca formación intelectual. Pla no sabía hacerse un huevo frito ...

–Me di cuenta de que a los estudiantes les gustaba comer, pero no entendían de gastronomía. Era un repaso general sobre la comida como parte de la cultura. Una mezcla de historia, antropología, geografía y todas esas cosas que son el fundamento para escribir de cualquier cosa, también de cocina. El problema es que los cocineros se han convertido en estrellas mediáticas y se creen capaces de escribir, cuando lo normal es que no.

–Una de sus facetas desconocidas es la de crítico de flamenco.

–Mi padre, Domingo Manfredi, además de periodista, era flamencólogo, y escribió en 1951 Geografía del cante jondo, el primer libro moderno sobre la materia. Desde mi niñez, siempre escuché y leí flamenco en mi casa. Cuando en el periódico se quedó vacante la plaza de crítico me presenté voluntario, entre otras cosas porque era una manera de conseguir ahorrar para casarme. Además, también hice un programa en RNE que tenía que competir con el de Radio Sevilla, Tertulia flamenca, que era el referente . En esa época todo el mundo estaba muy contagiado del espíritu de don Antonio Mairena, un hombre docto que no dejaba hablar a los artistas... Sólo él y los que él quería, como Rafael Belmonte, un médico gran aficionado. Yo sin embargo les abrí el micrófono a los artistas, les preguntaba cómo habían hecho el disco, de quién habían aprendido una determinada manera de cantar por seguiriyas... Mi director me decía: “Qué sorpresa Manfredi que entienda de esto, usted que se ha doctorado en Historia”... Las cosas han cambiado mucho.

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