FERIA Tiempo Sevilla | Este martes se espera que sea el día más caluroso en la Feria

Eduardo Dávila Miura | Torero

“Las cornadas se asumen, el miedo es al fracaso”

  • Detrás de esta “persona normal”, como a él le gusta definirse, se esconde uno torero de tenaz vocación que nunca rehuyó la pelea y que cuenta con el afecto de la afición

Eduardo Dávila Miura, durante la entrevista.

Eduardo Dávila Miura, durante la entrevista. / José Ángel Camino

Dice que la corrida de Santander el pasado 27 –en la que sufrió una voltereta que heló la sangre al respetable– fue la última, pero hay algo que no cuadra. Eduardo Dávila Miura (Sevilla, 1974) cuando habla de su condición de torero mezcla los tiempos verbales, de manera que uno no sabe si se encuentra en el pasado, el presente o el futuro... Quién sabe... Hijo de una familia bien sevillana, antiguo alumno del colegio Alminar y nieto del legendario ganadero Eduardo Miura, este Ingeniero Técnico Agrícola ha contado siempre con el afecto de la afición. Como él mismo reconoce, no ha sido una de las grandes figuras de su generación, pero sí un hombre que se ha ganado el respeto de todos por su bonhomía y caballerosidad. Es normal verlo por Sevilla paseando sólo o en su moto, saludando a los muchos amigos y admiradores. Dávila Miura, además, ha sabido reinventarse. Actualmente se dedica a numerosas actividades, desde ejercer de ‘coach’ con charlas a ejecutivos sobre sus experiencias como torero, a sentar cátedra como comentarista de corridas. Además, junto a sus socios impulsó el Club de Aficionados Prácticos Taurinos, gracias al cual muchas personas han podido matar el gusanillo del toreo sin tener que exponer su vida ante un morlaco de 500 kilos.

–¿Cómo se dio cuenta de que tenía una vocación tan extrema como la de ser torero?

–A mí siempre me llamó la atención el mundo del toro y el torear. Evidentemente me marcó mucho mi infancia en la finca de mi abuelo Eduardo Miura, Zahariche. De chico sólo tengo recuerdos de jugar al toro y mi primer disfraz fue de torero. Sin embargo llegué a la profesión muy tarde.

–Fue una vocación tardía, por así decirlo.

–En la adolescencia, incluso, descarté dedicarme al toreo, porque lo consideraba tremendamente difícil. Pero hubo un momento clave en mi vida. Yo estaba estudiando en Córdoba y un día, volviendo de la Universidad al piso de estudiantes que teníamos un grupo de sevillanos en la avenida Conde de Vallellano, pasé por el parque Cruz Conde, donde entrenaban los novilleros de Córdoba. Me quedé mirando y me dije: “yo lo que quiero es estar ahí. Tengo que intentarlo”. Me planté delante de mis padres y se lo dije.

–¿Y hubo comprensión familiar?

–Hubo aceptación, pero no comprensión. Era el año 93 y yo tenía ya 19 años. Mi madre me dijo que lo intentase si quería, pero que los estudios no podía dejarlos. A mis tíos Miura tampoco les gustó la decisión. Mi abuelo ya estaba regular y se lo intentamos ocultar, porque sabíamos que para él iba a ser un disgusto.

–Aunque no suene bien decirlo, en las familias llamadas ‘bien’, por muy taurinas que fuesen, no se veía con buenos ojos una profesión como el toreo, tradicionalmente vinculada a estratos sociales más modestos.

–Eso era así. Mis tíos me dijeron que me ayudarían en lo que pudiesen, pero me advirtieron que era muy difícil y que no eran de esas personas que llaman a los empresarios para presionarlos.

–¿Y quién fue su principal aliado?

–Mi tío Sancho Dávila, primo hermano de mi padre (se llaman igual), conde de Villafuente Bermeja e hijo de Sancho Dávila el falangista histórico. Vivía en Madrid y había sido matador de toros, aunque toreó muy poco. Ordóñez le dio la alternativa en Valencia. Entendí que era el aliado fundamental para mí. Me fui a Madrid a verlo y él se vio con la obligación de ayudarme. Acababa de perder a un hijo de mi misma edad y se tomó mi carrera como un reto personal. Se puso a trabajar codo con codo conmigo. Me apoderó durante muchos años, hasta que entendimos que nuestros caminos se tenían que separar para que yo volase. Siempre ha estado ahí.

–¿Qué le aportó?

–Sobre todo fue el encargado de saber si yo tenía condiciones de ser torero.

Vi a los novilleros de Córdoba entrenando en el parque y me dije: "yo lo que quiero es estar ahí”

–¿Y eso cómo se hace?

–Mi tío Sancho, en unión a mis tíos Eduardo y Antonio Miura, fueron en esta cuestión tremendamente exigentes. Me pusieron a torerar en el campo animales fuertes. He tenido la suerte de que mis dos familias, tanto los Dávila como los Miura, han sido ganaderas. También de tener muchos amigos dedicados a la cría del ganado bravo. Esto me ha permitido tener siempre las puertas abiertas para torear en el campo. Empezaron a meterme unas pocas de vacas viejas, dos o tres novillos... Además dio la casualidad que mis tíos tenían ese año un par de toros defectuosos que no se podían lidiar en la plaza y me los echaron... Ahora lo piensas y parece que es una barbaridad... Es cierto que a mí me faltaba entonces experiencia y oficio, pero también que nunca rehuyo la pelea.

–Es decir, que tiene valor.

–Mis tíos se dieron cuenta de que podía ser torero. Yo siempre supe que en el momento que dudase de que tenía condiciones para ponerme delante del toro me iba a retirar. Tenía claro que no perdería el tiempo.

–Antes habló de Zahariche, uno de los sitios míticos de la tauromaquia.

–Siempre fui mucho porque tenía una relación especial con mi abuelo.

–El legendario ganadero don Eduardo Miura.

–Era muy niñero y tuve la suerte de cogerlo con muy buena edad. Con cuatro o cinco años me iba sólo todos los fines de semana con mis abuelos. Él fue una persona importantísima en mi vida.

–La tauromaquia es una estética, pero también una ética. ¿Qué valores se mantienen hoy en el mundo del toro que ya escaseen en la sociedad?

–En el mundo del toro hay muchos valores que no sólo corresponden a los matadores, sino también en los ganaderos. Yo he aplicado a mi profesión valores que había aprendido en mi casa (honestidad, seriedad, responsabilidad...), pero también soy consciente de que muchas cosas me las ha dado el toreo. Gracias al toreo soy una persona mucho más sacrificada y constante; respetuosa y, sobre todo, humilde. En esta profesión un día te crees que has inventado el toreo y al día siguiente parece que no sabes dar un pase. También me ha enseñado a respetar a los compañeros. Yo los admiro, sobre todo desde que me he retirado. Siempre lo digo: considero que soy un torero que ha conseguido cosas importantes, cosas que nunca soñé, pero también que me han quedado muchas cosas por hacer. No conseguí ser figura del toreo y para mí las figuras son como dioses.

Gracias al toreo soy una persona mucho más sacrificada y constante; respetuosa y, sobre todo, humilde

–Pero muchos darían un brazo por llegar a donde usted llegó.

–Soy consciente de que he tenido la suerte de torear bastante, y sobre todo que he sido un torero que ha basado sus temporadas en las plazas importantes. Tengo unos treinta paseíllos en Sevilla, veintitantos en Madrid... Bilbao, Zaragoza... Siempre fui un torero de ferias, que era algo que me obsesionaba.

–Y después tuvo la habilidad y el talento de reinventarse. Entre otras muchas cosas es usted ahora eso que llaman ‘coach’... palabra horrible, por cierto.

–A mí tampoco me gusta. Siempre digo que yo soy torero, no coach. Pero he tenido la capacidad de trasladar lo que he vivido en el toero al día día de un directivo de empresa. Ahora mismo es una de mis ocupaciones principales.

–¿Y da charlas en toda España?

–En toda España. Hoy me han llamado para una conferencia en Oviedo; mañana tengo otra en Sevilla, después en Córdoba... Es un tema que me apasiona y que me permite hablar de mi profesión en ámbitos sorprendentes.

–¿Y qué le impresiona más a su auditorio?

–Que al final todos pasamos por lo mismo. Las cornadas se asumen; a lo que de verdad teme un torero es al fracaso. Ese miedo es el que te empuja a vencer la incertidumbre, a llegar a la corrida en las mejores condiciones posibles para triunfar. Lo que desvelo en estas conferencias es cómo yo lo lograba de una forma intuitiva.

–En su famoso libro sobre Belmonte, Chaves Nogales dedica palabras inolvidables al miedo antes de una corrida.

–El miedo siempre te acompaña, es el compañero del torero desde que empieza hasta que termina su carrera. Es más, mientras más años transcurren más miedo pasas, porque eres más consciente de todo. Cuando era novillero, yo iba a torerar y todo era ilusión e inconsciencia. En todas las profesiones la inconsciencia es muy importante, porque cuando eres consciente de lo que te juegas de verdad es el momento en el que tienes que echar mano de las reservas de valor.

–¿Pero cómo se vence al miedo?

–Creo que en la mayoría de los casos con mentalización. Esto es importantísimo. Es imposible hacer algo importante sin estar mentalizado. Lo peor para un torero son los previos. La mañana de la corrida es durísima y lo único que deseas es ponerte delante del toro. En esos momentos te prometes que no vuelves a torear en tu vida. Los toreros siempre decimos que si tuviéramos que firmar los contratos la mañana de una corrida nunca lo haríamos. Hay un momento en que se ve todo negro. Pero cuando pasa...

–Están esos famosos versos de Rudyard Kipling: “Si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso y tratar a estos dos/ impostores de la misma manera”. Creo que esto es prácticamente imposible. Me imagino que cuando llega el triunfo, la sensación de plenitud debe ser enorme.

–Cuando triunfas no te cambias por nadie. Es una sensación de absoluta plenitud y se te olvida todo: el dinero, la fama... Y como todo lo bueno pasa tan rápido, pese a que llevas meses esperándolo, después te quedas vacío. El mejor consejo que me han dado en mi vida me lo ofreció Pepe Luis Vázquez por whatsapp. Estaba solo en el hotel, en Pamplona, cuando mi reaparición en 2016 con la corrida de los miura. Intentaba dormir la siesta cuando me sonó el móvil. Me decía: “Eduardo, muchísima suerte. Va a salir todo bien. Y recuerda que todo es más fácil de lo que imaginamos”.

–Como torero, ¿tenía muchas manías y supersticiones?

–Sí, y sigo teniendo. Por ejemplo, siempre he empezado a vestirme de torero por el lado derecho y en los patios de cuadrilla siempre me pongo en el mismo sitio. Siempre salgo del burladero por el lado derecho...

–Es un hombre creyente y teniente de hermano mayor de la Macarena. ¿Llevaba muchas estampitas?

–Hubo una época en que sí. Cuando alguien me regalaba una estampita la incorporaba. Pero a la mitad de mi carrera quité la mayoría y dejé sólo cuatro o cinco. Lo que sí tenía era la costumbre de que cada vez que entraba en la capilla de una plaza dejaba una de la Macarena. Siempre he llevado en la furgoneta un taco de fotografías de la Macarena. Hoy en día sigo entrando en algunas de estas capillas y veo que allí sigue la estampa.

La mañana de la corrida es durísima. Hay un momento en que todo es negro. Sólo quieres ponerte delante del toro

–Antes, los maestros iban rodeados de una corte. Sin embargo a usted se le ve solo por la calle, con su moto, tan campante, a su aire.

–Es cierto que los toreros siempre llevaban mucha gente alrededor. En parte se debía a que podían ser muy valientes en el ruedo, pero después tenían problemas para resolver los problemas de la vida cotidiana. Los acompañantes eran como una extensión de la cuadrilla. Yo he crecido en una familia muy normal y vivo la vida de una manera muy parecida a como lo hubiese hecho si no me hubiese dedicado al toreo.

–Una de las cosas que llaman la atención de los mejores toreros es su compostura en unos momentos en los que perderla sería lo normal.

–Ser torero es mucho más que estar dos horas vestido de luces en la plaza. Es una forma de vida. Es importante cuidar las cosas. Como decía el que fue mi apoderado, Roberto Espinosa, “no es sólo ser figura del toreo, sino también parecerlo”: en la ropa, en el trato con la cuadrilla... el torero debe proyectar una imagen. Aunque yo, insisto, siempre he intentado ser muy normal.

–¿Qué sintió en Santander cuando estaba a merced del toro?

–Lo curioso es que en todo momento, cuando estaba debajo del toro, estuve convencido de que no llegaría a herirme, que no me metería el pitón. No sé por qué, pero permanecí muy tranquilo. No siempre ha sido así, pero en Santander sí.

El mejor Dávila Miura se ha podido ver en la plaza de Sevilla y, el peor, en Madrid

–¿Cuáles son sus plazas?

–Sevilla por supuesto. Y después me quedaría con Pamplona, Bilbao y, curiosamente, Gijón. En estas plazas me he sentido casi tan querido como en Sevilla. Sin embargo, tengo la gran espina de no haber estado bien en Madrid. Corté una oreja en mi confirmación, pero siempre he dicho que el mejor Dávila Miura se ha podido ver en Sevilla y el peor en Madrid. Era una plaza que me pesaba mucho. Siempre me he sentido muy atenazado, muy presionado.

–Ya ha dicho que no vuelve a torear más... Pero no es su primera retirada.

–Tengo claro que no me volveré a vestir de torero nunca más en mi vida, pero no por la cogida de Santander, que es algo que entra dentro de lo previsible una tarde de toros. En Santander, pese a todo, disfruté mucho. Estuve muy a gusto con el capote, que siempre me ha costado mucho trabajo. ¿Quién me iba a decir que 25 años después de tomar la alternativa iba a torear con el capote como siempre había buscado? Pero esa tarde, antes de que el toro me cogiese, tuve sensaciones que me decían: “Se acabó. Es la última”.

Tags

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios