“Conseguimos evitar que se llevasen la Virgen de los Mareantes a Madrid”
Isabel de León | Académica de Bellas Artes
La también marquesa de Méritos y miembro del Patronato del Real Alcázar es una persona comprometida con la cultura y el patrimonio histórico-artístico de Sevilla

Isabel de León Borrero, marquesa de Méritos, nos recibe en una amplia galería de su casa de la Palmera. Antes, un miembro del servicio nos ha acompañado a atravesar el amplio jardín con un gran mixtolobo con ganas de merendar periodista. Es una mujer menuda a la que nunca le falta la sonrisa y de un trato y una amabilidad exquisita. Pero que nadie se engañe, como la definió un importante cargo de Patrimonio Nacional, estamos ante “un perro guardián” cuando se trata de defender el patrimonio sevillano. El magnífico trabajo que hizo para la apertura al público de su casa familiar de los Condes de Lebrija, hoy convertida en una visita fundamental para conocer la ciudad, la señaló como una mujer a tener en cuenta. Durante unos quince años ha sido presidenta de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, cuyos orígenes se remontan al siglo XVII y a Murillo. Cogió una Academia arruinada física y económicamente y la puso a funcionar. Gracias a ella se arreglaron sus dependencias en la Casa de los Pinelo y se musealizaron sus contenidos, en especial la colección de arte oriental del sacerdote jesuita y académico Fernando García Gutiérrez. Restauradora de casas, coleccionista de arte y decoradora, actualmente es Presidenta de honor de Bellas Artes y miembro del Patronato del Alcázar. Tiene claro que el título nobiliario que lleva “no es para engrandecerme yo, sino para que yo lo engrandezca a él”.
Pregunta.–Podríamos decir que usted es “la mujer que amaba las casas”. Ha dedicado su vida a rehabilitar, decorar y cuidar casas, desde las familiares hasta la de los Pinelo.
–Es que las casas tienen alma y te hablan. Son algo espiritual. De alguna manera son un reflejo de lo que cada uno es. Hay personas que me han dicho que se notan las casas en las que yo he intervenido. Decorar un salón es como pintar un cuadro, tienes que alternar los colores, los objetos, los muebles... No puedes meter lo primero que se te ocurre o que te sobra.
P.–Ahora estamos en su casa de la Palmera, su residencia habitual.
–La compramos mi marido y yo. Era la época en la que todo el mundo se iba a Los Remedios o a cualquier otro sitio. Mi marido me dijo: “la compramos, pero no quiero ni un solo arquitecto ni un solo decorador”. Lo hice yo todo, absolutamente todo. Decorar es un trabajo que no me cuesta nada.
P.–En cualquier casa con personalidad, independientemente del tamaño y del nivel económico de sus habitantes, siempre hay muchas capas de memoria, de vida familiar.
–De historia: objetos heredados de una abuela, cuadros comprados en un viaje o en una subasta. Pero yo siempre intento comprar en Sevilla, a la gente de aquí. Para mí Sevilla siempre tiene prioridad.
P.–Su casa no es minimalista, desde luego.
–El minimalismo crea ambientes muy fríos. Hay grandes decoradores que me han dicho que ahora no saben qué hacer para calentar esos espacios.
P.–¿Quién fue el arquitecto de la casa?
–Felipe Medina.
P.–Uno de los fundadores de Otaisa, un gran arquitecto.
–Creo recordar que también participó un inglés. La casa tiene una mezcla entre británica e italiana.
P.–En los últimos tiempos La Palmera ha sufrido agresiones importantes con construcciones que han desvirtuado su aire de gran avenida del 29, la belle époque sevillana. Hablando en plata: se la están cargando.
–A mí me parece que lo que han hecho con la Palmera es un auténtico disparate. Arquitectos y abogados intentaron parar las obras de las tres residencias universitarias, pero fue imposible legalmente. A mí me parece un crimen, un crimen. También están haciendo cosas horrorosas en el centro. Lo mismo le digo que el centro se ha rehabilitado muchísimo gracias a los pisos turísticos. Cuando yo rehabilité la casa rosa que hay en San Martín, que fue mi primer trabajo, todo estaba por los suelos. Las casas se caían.
Mi tía abuela la Condesa de Lebrija tuvo que vender dos o tres cortijos para hacer su colección
P.–Usted fue la que musealizó e hizo visitable su casa familiar, la de los Condes de Lebrija, en la calle Cuna.
–Lo decidimos mis hermanos, mis sobrinos y yo cuando murió mi padre. Mantenerla costaba un dineral. Yo me encargué de la rehabilitación y tampoco entró un arquitecto. Mi principal reto fue que la casa no perdiese la identidad. Todas las grandes colecciones que tiene, la de los brocales de pozos árabes, la americana, la de cristales de la Granja o de mosaicos romanos las compró mi tía bisabuela, Regla Manjón, condesa de Lebrija. Es impresionante lo que llegó a atesorar, tuvo que vender dos o tres cortijos para hacerlo. El otro día estuvo allí Antonio López y se quedó admirado. A mí eso me llena de satisfacción. Yo no la conocí, pero era una mujer adelantada para su época y tenía un don especial para escribir. Hacer una colección no es fácil. Lo sé porque yo también soy coleccionista. Hay que tener buenos contactos que te avisen cuando hay piezas que merecen la pena.
P.–Háblenos de su condición de coleccionista.
–Desde muy joven le compraba cuadros a Juana de Aizpuru y el Moro. Me gustaba combinar lo antiguo y lo moderno. Mi línea principal es el siglo XVIII. Me divierte mucho Madrazo y me encanta Carmen Laffón. Juana de Aizpuru me ayudó a empezar la colección, porque daba facilidades para pagar los cuadros.
P.–Dos veces ha dicho “no entró ningún arquitecto”. ¿Tiene algo contra ellos?
–No, al revés, a mí me hubiese gustado sido ser arquitecto, pero me casé muy joven. Tengo muchos amigos arquitectos.
P.–¿Ve cuidada a Sevilla?
–Como miembro de la Academia de Bellas Artes llevo cinco alcaldes a mis espaldas: Monteseirín, Zoido, Espadas, Muñoz y Sanz... todos con lo bueno y con lo malo. El actual veo que no se queda quieto y que está haciendo cosas buenas para la ciudad, como recuperar la Fábrica de Artillería. Lo que me fastidia mucho es cuando oigo decir “todo se lo lleva Málaga”. No se pueden comparar las dos ciudades. Sevilla era capital del mundo cuando Málaga era un pueblo de pescadores. Pero hay cosas que tenemos que cambiar. Fíjese en el Museo Thyssen. Antes de llevárselo a Málaga, Carmen Thyssen estuvo en Sevilla para buscar un lugar donde ubicarlo, pero aquí no le hizo caso nadie. Se fue desesperada. De todas maneras Sevilla no perdió mucho, porque su riqueza patrimonial es impresionante. Solo con darse un paseo por la calle San Luis...
P.–Entre otras muchas cosas es usted miembro del Patronato del Alcázar. Me han dicho que su intervención fue decisiva para evitar que Patrimonio Nacional se llevase ‘La Virgen de los Mareantes’, de Alejo Fernández a Madrid.
–Sí, conseguimos evitar que se llevasen la Virgen de los Mareantes a Madrid y no solo esta obra, sino más cosas, como los tapices de Carlos V. Se lo dije muy claro: “ni se os ocurra, porque la gente va a salir a la calle. No lo vamos a permitir”. Un alto cargo de Patrimonio Nacional, una señora muy bien, agradable y educada, me dijo, “eres como un perro guardián”. Y yo le contesté: “Sí”.
P.–¿Qué tal se lleva con los políticos?
–Bien, siempre me he llevado divinamente con todos los alcaldes y concejales, me da igual del partido que sean. Eso a mí no me importa, porque yo solo miro por la cultura y el arte.
P.–Su trabajo como presidenta de la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría fue muy fructífero. Entre otras cosas rehabilitó la parte que le corresponde de la Casa de los Pinelo.
–Para hacerlo saqué todos los fondos posibles, porque entonces todavía se podía conseguir dinero. No fue normal que las administraciones no nos dieran ni un duro, más cuando estábamos abriendo la casa al público. Sólo el ICAS nos dio un poquito para hacer actividades culturales. Cuando entré, la Academia estaba arruinada y conseguí que Monteseirín nos renovase la concesión de la casa por otros 75 años. Necesitamos más fondos para mantener los tejados o la pintura, pero el Ayuntamiento dice que eso le corresponde a la Junta y viceversa.
Hay muchísimos menos anticuarios en Sevilla que antes. ¿Por qué? Por las subastas
P.–La Casa de los Pinelo se la regaló El Corte Inglés a Sevilla, un poco en compensación por tirar el Palacio de los Sánchez-Dalp.
–Recuerdo un día que me encontré a Areces en Madrid y me dijo: “¿tú sabes que he comprado un solar en la Plaza del Duque de Sevilla para hacer un Corte Inglés?. Yo le contesté: “pues como no la hagas en medio de la plaza, porque allí no hay sitio”. “Ya –dijo él–, pero voy a tirar los dos palacios”. Me quedé helada. “Qué barbaridad, Ramón,”, le reproché. “Sí, pero voy a regalar otro restaurado, la Casa de los Pinelo”. Se lo entregó a Florentino Pérez Embid, que fue el que se lo dio a Buenas Letras y Bellas Artes.
P.–¿Y la de Medicina?
–Aunque está junto a las otras dos, es un edificio posterior que hizo sobre un solar Manzano.
P.–Hablábamos antes de sus tiempos en los que compraba cuadros a Aizpuru, pero sobre todo ha sido una buena clienta de los anticuarios.
–Me encanta visitar anticuarios sin aviso previo y descubrir algo que no me esperaba. El otro día fui a un rastrillo que había en Higuera de la Sierra y todo era maravilloso. Muchas cosas portuguesas. No hace falta irse a la calle Serrano de Madrid. Soy amiga de todos los buenos anticuarios de Sevilla.
P.–¿Hay menos anticuarios en Sevilla que antes?
–Muchísimo menos. Se está perdiendo casi. ¿Por qué? Por las subastas. Antes habían unos anticuarios magníficos: el Moro, Plata... De niña fui con mi madre al Moro. Nunca olvidaré ese almacén repleto de antigüedades. Me preguntó: “Hija mía ¿qué te gustaría más tener?” Y yo, sin dudarlo, elegí tres piezas. “Hay que ver la niña, se ha querido quedar con todo lo del XVIII”, dijo. Venía mucha gente de fuera a comprar al Moro, entre ellos Pedro Toledo, el presidente del BBV. Compraba, compraba y compraba.
P.–Ya comentó antes que el XVIII es una de sus fijaciones.
–Es algo muy particular, con una finura especial.
P.–El otro día me comentaba Rafael Sánchez Saus que el siglo XVIII es el más español.
–Es un periodo muy bonito, no solo en España, sino en Inglaterra, Francia, Italia. Me gusta mucho lo italiano y las casas portuguesas, que son muy inglesas con un toque oriental. El oriente es la guinda del pastel.
P.–Debe ser por su imperio asiático.
–Lo oriental siempre es muy fino y elegante.
P.–Le leí en una entrevista publicada por la revista Escaparate que admiraba, además de a Regla Manjón, a Santa Teresa y a Escarlata O`Hara. Menuda mezcla.
–Son dos mujeres fuertes. Cuando llevas una empresa o una institución, la fortaleza es importante. La que era delegada de Cultura en el Ayuntamiento me dijo que en su concejalía me llamaban Escarlata. Después de todo lo que tuvimos que hacer para reflotar la Academia dijimos: “nunca volveremos a pasar hambre”... Porque aquello era de hambre. Ahora todas las semanas se dan dos o tres conferencias.
Cuando me muera, si voy al cielo, me encontraré con algo parecido a la Capillita de San José
P.–También ha manifestado su debilidad por la Capillita de San José.
–Para mí lo más parecido al cielo es la capillita de San José. Todo es bonito. Cuando yo entro pienso que cuando me muera, si voy al cielo, me encontraré con algo parecido. Los capuchinos siempre han tenido cosas maravillosas. Cuando planteé que había que restaurarla alguien me dijo que la restaurasen los capuchinos, que era como si yo pidiese para restaurar mi casa. Yo le respondí que la capillita de San José es de todos los sevillanos y que los capuchinos han pasado hambre para que esté en pie. Siempre hay un artista en los capuchinos. Recuerdo uno en Sanlúcar de Barrameda que hacía unos nacimientos que no eran corrientes. Cuando yo iba con mi abuela a misa a su convento me quedaba maravillada. Ni en Florencia. Todo era una profusión de flores rojas y unos dorados... barroquísimo, una maravilla. Gracias a la Iglesia se ha salvado mucho patrimonio. Soy de misa, aunque no de hermandades, pero hay que reconocer que las cofradías han hecho muchísimo por el patrimonio histórico de Sevilla.
P.–No podemos acabar la entrevista sin preguntarte por tu tío segundo Rafael de León, el gran poeta sevillano y letrista de coplas inmortales como ‘Ojos verdes’, ‘Romance de valentía’, ‘Pena mora’, ‘La Parrala’... Ahora la editorial Cántico ha editado su poesía completa.
–A tío Rafael yo lo viví muy poco, porque era homosexual y esas cosas entonces... Fíjese la tontería. Pero un día mi padre, cinco o seis años antes de morir, decidió invitarlo a comer el día que le pusieron una glorieta en el parque de María Luisa. Estuvo simpatiquísimo y le regaló a papá una vajilla de la Cartuja con cosas de Lebrija. Estábamos todos embelesados. Le pregunté quién era para él la mejor intérprete de copla y me dijo: “la mejor para mí era Concha Piquer; la mejor voz, Rocío Jurado; la más señora en el escenario, Juana Reina; y la más artista paseando, la Pantoja”. Fuimos en coche de caballos al parque a la inauguración y allí había una niña con el pelo muy largo que cantó divinamente Ojos verdes. Era Isabel Pantoja. Dicen que fue tío Rafael el que le enseñó personalmente cómo se tenía que mover por el escenario, el que la refinó. Le enseñó a empoderarse. Pero eso me lo han contado, no lo vi.
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