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María Fidalgo Casares | Historiadora

“Es incómodo decir que España es lo que es gracias a sus batallas”

  • Gallega de nacimiento y acento, esta profesora del Herrera, estrecha colaboradora del pintor Ferrer Dalmau, ha tocado temas tan diversos como la movida, la Pardo Bazán o la historia militar

María Fidalgo.

María Fidalgo. / Juan Carlos Muñoz

Pese a que lleva más de treinta años viviendo en Sevilla, María Fidalgo Casares (Ferrol, 1964) no ha perdido su acento gallego ni la nostalgia por la lluvia. Doctorada en Historia del Arte y habitual de numerosos medios de comunicación y congresos históricos, llegó a la ciudad para opositar a una plaza de instituto y, después de un largo peregrinar (Moguer, Los Palacios y Coria del Río), recaló en el Herrera, donde actualmente enseña. María Fidalgo no deja de sorprender tanto por su entusiasmo como por su capacidad de trabajo. Ha tocado temas tan diversos como la movida gallega de los ochenta (que vivió con intensidad en sus años de estudiante en Santiago de Compostela), la ilustración de Juan Ferrándiz, los abanicos de doña Emilia Pardo Bazán o diferentes temas de historia militar. Es también una estrecha colaboradora del pintor de historia y temas militares Augusto Ferrer-Dalmau, un auténtico fenómeno completamente excéntrico en el mundo del arte actual. Sólo hay que hablar un minuto con ella para darse cuenta de que estamos ante una fuerte personalidad, una mujer con las ideas muy claras que puede llegar a adoptar la voz de mando de un capitán de Caballería. Recientemente ha ingresado en la Academia Andaluza de la Historia.

–¿Qué hace una gallega como usted en una ciudad como esta?

–Acabé la carrera de Geografía e Historia en Santiago de Compostela y tenía intención de ganar dinero. Ese año no había oposiciones para instituto en Galicia y yo tenía aquí un tío coronel, por lo que me vine a probar y saqué el número 1.

–¿Y por qué se quedó?

–Me fascinó la ciudad. Enseguida me compré un abono para los toros y me hice un traje de flamenca. Ya no me fui.

–De familia de científicos y militares.

–Los Casares somos la familia con más catedráticos de España. Mi tatarabuelo Antonio Casares Rodríguez fue pionero de la anestesia y el primero que hizo el experimento del arco voltaico. También investigó con carbono 14 los restos del apóstol Santiago… El Papa le dio el título pontificio de Marqués de Casares. De él salieron muchísimos profesores, entre ellos Carolina Bescansa, de la que soy familiar.

–¿Ah, sí?

–También lo soy de Rocío Monasterio y del ministro Garzón. Casares Quiroga y su hija, la actriz María Quiroga también pertenecen a la familia.

–Desde luego, hay pluralidad política en su familia. ¿Y los militares?

–Principalmente los Fidalgo. Además soy de Ferrol, que es una ciudad militar.

Ferrándiz fue el artífice de la revolución estética de la Navidad de los años sesenta

–Su perfil es muy variopinto. Ha trabajado sobre historia del arte y militar, pero también en la movida de los ochenta, a la que ha dedicado no pocos trabajos.

–Tuve la suerte de vivirla en primera fila. La movida tuvo dos ejes, Madrid y Vigo. En Andalucía apenas tuvo presencia porque el rock sinfónico había sido aplastante. Lo de Vigo fue muy pintoresco. Nadie podía pensar que en una ciudad industrial en decadencia del finisterre peninsular se pudiese dar tal explosión. Santiago de Compostela, una ciudad de estudiantes, sirvió de caja de resonancia del fenómeno. Vivimos aquello como si no hubiera un mañana. Yo no era una groupie, pero estaba en primera fila en todos los conciertos, inauguraba todos los garitos… Bailaba muy bien y me gustaba mucho la música, la vivía de una manera existencial. Me marcó la vida, me hizo así. Tuve la suerte de ser su cronista.

–Fue un momento rompedor y frívolo

–Era pura transgresión. Lo primero fue volver a la música en español. Después, aquellas letras transgresoras y absurdas: “Soy un bote de Colón, soy un bote de Colón”. Y la moda: las hombreras, esos pelos gigantescos. Fue pura vida.

–Y políticamente muy incorrecta.

–Si ahora pones el primer disco de Siniestro Total, te pueden matar las feministas, los musulmanes…

–Pero todo tenía una cierta inocencia. Nadie se sentía insultado.

–Era el placer de cantar cosas absurdas y grotescas que hacían gracia. Y nada más. A mucha gente, sobre todo de la generación anterior, le daba rabia que la Movida fuese un fenómeno despolitizado. Sólo queríamos ser nosotros mismos.

–Me ha sorprendido mucho que haya dedicado algunas de sus investigaciones a Juan Ferrándiz, quizás el mayor ilustrador español de estampas de primera comunión y tarjetas de Navidad.

–Escribí una vez un artículo costumbrista del Ferrol de mi niñez en Navidad. Entonces, recordé que cuando iba a la papelería siempre compraba las tarjetas de Ferrándiz y me pregunté, ¿qué habrá sido de él? Me di cuenta de que nadie había escrito una línea sobre este ilustrador, pese a que en los años sesenta y setenta estaba en todas partes.

–¿Cuál es el gran valor de Ferrándiz?

–Fue el gran artífice de la revolución estética de la Navidad de los años sesenta. Antes, los christmas eran muy serios, de Velázquez, Zurbarán… y de repente aparecieron estos muñecacos de ojos separados, narices diminutas; esos portales de Belén con conejos y pajarillos… Los niños se acercaron mucho a la iconografía navideña gracias a Ferrándiz, quien tuvo decenas de plagiadores. Incluso se registra su influencia en muñecas como la Nancy. Hay una especie de estética moderna de la Navidad que coincide con el Vaticano II. También fue un revolucionario en la estética de las primeras comuniones.

Cuando hablaba su yerno –José Cavalcanti– la Pardo Bazán le decía: “Cállate Pepe, que tú sólo eres un héroe"

–La Pardo Bazán también ha estado en su punto de mira.

–Era una mujer espectacular y tenía una gran colección de abanicos, que entonces se usaban para todo. Los había de día, de noche, para los toros, el teatro, la ópera, de soltera, casada… En sus novelas, muchas veces explicaba sus personajes femeninos a través de los abanicos. Si la mujer era muy arrojada le ponía uno enorme y rojo, pero si era muy recatada le ponía otro de encaje color beige. Tuvo una historia muy trágica. A sus únicos hijo y nieto losmataron los republicanos en la guerra. Su hija se casó con José Cavalcanti, el oficial de Caballería que mandó el sevillano regimiento de Cazadores de Alfonso XII durante la carga de Taxdirt, por la que le dieron la laureada de San Fernando, que se la impuso Alfonso XIII en el Prado de San Sebastián.

–La gran hazaña de la Caballería española durante la llamada Guerra de Melilla (1921-1922).

–Cuando hablaba su yerno, la Pardo Bazán le decía: “Cállate Pepe, que tú sólo eres un héroe”. La viuda de Cavalcanti regaló todos estos abanicos a la iglesia de la Concepción del Barrio de Salamanca, donde está enterrada toda la familia. Menos dos, que los donó al Museo del Ejército.

–¿Cómo son?

–En uno de ellos, que representa la batalla de los Castillejos, tiene como figura central al general Prim, quien aparece montado en su caballo y portando la bandera española, de manera que cuando se mueve el abanico parece que la está tremolando. Sobre esta pieza hice una investigación.

–El general Prim fue un gran general y político liberal del Partido Progresista que combatió sin descanso al carlismo, al que usted también le ha dedicado no pocos artículos.

–Tuve la suerte de ser durante veinte años vicepresidenta de una comunidad de vecinos en el barrio de El Porvenir cuyo otro vicepresidente era don Domingo Fal Conde, hijo del famoso líder carlista sevillano. Fuimos amiguísimos. Él me llevó a conocer el carlismo. Luego llegaría Ferrer-Dalmau, que es el pintor del carlismo.

–Luego hablaremos de Ferrer-Dalmau, tan importante en su carrera. Sigamos con el carlismo y don Domingo Fal Conde.

–No he conocido persona más buena, generosa y altruista. Asesoraba gratis legalmente a muchos indigentes y gorrillas, y los vecinos de Felipe II se quejaban de las pintas que se veían por el edificio.

–El carlismo sevillano fue muy fuerte en los años previos a la Guerra Civil.

–Tanto que a Sevilla la llamaban la Navarra del Sur. Todavía quedan algunos rescoldos en un local muy modesto por la calle Mármoles. Son unos señores muy amables que de vez en cuando me invitan a dar una conferencia.

Ferrer-Dalmau tiene auténticos fans que lo paran por la calle y le piden que pinte ‘su batalla'

–El carlismo sigue siendo un gran desconocido para la gran mayoría. Para colmo lo culpan de ser el origen del nacionalismo vasco y catalán.

–Es increíble la cantidad de descalificaciones que recibe en los manuales de Bachillerato. Más allá de la cuestión dinástica, fueron los grandes defensores de la Iglesia católica, que entonces era también el mayor amparo para los pobres. Yo suelo explicar a mis alumnos que la Guerra Civil fue la cuarta guerra Carlista.

–Llegamos a Ferrer-Dalmau, un pintor fuera del tiempo que tiene hoy un éxito tremendo. Incluso ha sido condecorado por Rusia y Georgia. ¿Cuál es exactamente su relación con él?

–Soy asesora de sus libros, escritora de sus catálogos, comisaria de sus exposiciones y responsable de algunas áreas de su comunicación. También escribo en su revista FD Magazine. Llegué a él de casualidad. Me había doctorado en Historia del Arte y escribía de pintura. De repente un día me encontré en internet con un dibujo suyo de un jinete carlista. Me quedé intrigada, pensando que era un cuadro de museo que no conocía y me sorprendí de que perteneciera a un pintor de Barcelona vivo y que para mí era completamente desconocido. Empecé a colaborar con él, escribiéndole textos o dándole mi opinión sobre asuntos artísticos. Cuando empezó a despuntar y a convertirse en un referente, sobre todo a partir de su cuadro sobre la batalla de Rocroi, siguió contando con todos los que estábamos con él desde el principio. Es todo un caballero español y es un privilegio para una historiadora del arte trabajar a su lado.

–¿De dónde sale Ferrer-Dalmau?

–Es un pintor autodidacta que empezó a pintar en serio con más de cuarenta años. De familia carlista, era un estudiante muy distraído, lo que le llevó a estar en muchos colegios, en uno de los cuales coincidió con Loquillo. Siempre estaba pintando en los cuadernos y el padre, desesperado, decidió que su futuro estaba en la fábrica textil familiar. Tuvo la suerte que pilló el fin de los ochenta, cuando se produjo un boom de las telas. Como él era tan bueno dibujando empezó a hacer diseños de estampados para Italia, Gastón y Daniela, Lienzo de los Gazules, etcétera. Ganó muchísimo dinero y descubrió el óleo.

–¿Pero empezó desde el principio con la pintura de historia y militar?

–Un amigo galerista le dijo que pintase paisajes, y tomó a Antonio López como referente. Se vendían muy bien, porque era muy bueno, y aunque yo creo que como paisajista no tenía una personalidad definida, esta etapa le serviría de bagaje para después construir sus escenarios. Un día hizo una exposición entera dedicada a militares carlistas y la vendió… ¡en Cataluña! Se dio cuenta de que era lo que le gustaba. Se fue un año a Valladolid y visitaba con frecuencia la Academia de Caballería y todos los días iba a pintar caballos. Pronto se hizo amigo de todos los militares de allí, que poco a poco le fueron haciendo encargos. Hasta que un día vio su obra Arturo Pérez-Reverte y se quedó impresionado. Fue él quien le animó a que pintase cosas con más enjundia. En concreto la batalla de Rocroi, que supone un antes y un después en su carrera, muy beneficiada también por el boom de la Historia, de los Tercios y Alatriste.

–Es curioso porque es un autor completamente extravagante en el panorama artístico actual, como si se hubiese escapado del siglo XIX.

–Cultiva un género obsoleto completamente, que había sido totalmente arrinconado desde que la vanguardia llegó como una dictadura. La vanguardia, en su momento, pudo tener algún sentido, pero ahora es una completa tomadura de pelo. Fíjese en la señora que ha ganado el Premio Princesa de Asturias, Marina Abramovic, cuya obra cumbre consiste en sentarse en una banqueta durante siete horas. La vanguardia lo ha aplastado todo a su paso.

Los franceses no fueron a la celebración de Waterloo. Decían que ellos no tenían nada que hacer allí

–Me imagino que Ferrer-Dalmau no tiene ningún apoyo de los poderes públicos.

–Es completamente independiente, nunca le ha apoyado ninguna diputación ni ningún conseil… Parte de su éxito se debe a que hoy en día existe mucha afición a la historia y hay muchos españoles que, de repente, se han encontrado con este autor que pinta sin complejos y con orgullo episodios de nuestro pasado, lo mismo victorias que derrotas… Además, obras con composición, perspectiva, color, que transmiten sentimientos. Ferrer-Dalmau tiene auténticos fans que le tiran de la chaqueta por la calle y le piden que pinte “su batalla”. En Sevilla siempre le proponen que haga un cuadro de San Fernando entrando en la ciudad.

–Se documentará muchísimo, me imagino.

–Antes estaba seis meses leyendo para pintar un cuadro, pero ahora recurre a los grandes especialistas para asesorarse: sobre el contexto histórico, uniformes, armas, botones… En sus cuadros navales siempre es Pérez Reverte quien le aconseja. Ha llegado a pintar cosas que nunca se habían visto, como los Lanceros de Sevilla, que fue la guardia personal de José I Bonaparte.

–¿De Sevilla?

–Sí, fue creado en Sevilla y lo mandaba el coronel Aguado, Marqués de las Marismas del Guadalquivir, que fue edecán de Soult. En el Museo del Romanticismo, en Madrid, hay un cuadro de este señor en el que al fondo se ve el armario abierto con el uniforme y de ahí pudo sacarse el modelo. A la unidad también se la conoció como los Lanceros de Aguado.

–¿Algún proyecto próximo de Ferrer-Dalmau que puedas contar?

–Ahora está volcado en la Fundación Ferrer-Dalmau Arte e Historia. Es un proyecto ilusionante de largo alcance que promoverá la divulgación y puesta en valor de los recursos históricos y artísticos y un master de pintura histórica que forme futuros artistas de este género, en el que yo colaboraré.

–La historia militar, en general, es un género también bastante olvidado.

–Es incómodo decir que España es lo que es gracias a sus batallas. Las naciones modernas se construyeron con guerras. Nuestro pasado, nos guste o no, es un pasado militar.

–Pero siempre estamos obsesionados con nuestras derrotas. Conmemoramos a bombo y platillo nuestras debacles, por nunca las victorias. Lo hemos visto estos días, muchos recuerdos para Annual y ninguno para Lepanto.

–Los franceses no quisieron ir a la conmemoración de Waterloo. Decían con razón que ellos habían perdido y que no tenían nada que hacer allí. De ese derrotismo tiene en parte culpa la Generación del 98 y lo de “echar siete llaves al sepulcro del Cid”. También hay cierto romanticismo en toda derrota.

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