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Jesús Beades | Poeta

“En los malos amores también latía algo que estaba bien”

  • Fue uno de los jóvenes talentos de ‘Númenor,‘ la revista que surgio como un milagro en el colegio Altair

  • Ahora, en su nuevo poemario, nos habla de los amores tóxicos y el desamor

Jesús Beades, en el Círculo de Labradores.

Jesús Beades, en el Círculo de Labradores. / José Ángel García

La cita es en el muy hospitalario Círculo de Labradores, donde Jesús Beades (Sevilla, 1978) presentó el pasado miércoles su nuevo poemario ‘Orden de alejamiento’ (Visor), que ha merecido un accésit en el XXXII premio Jaime Gil de Biedma. “Una vez le escuché a Paco Umbral que si se pone cara de enfadado en las fotos de las entrevistas se venden más libros”, comenta mientras endurece un rostro al que la barba le da un aire mefistofélico. Después se sienta y se pone a hablar con verbosidad y abundancia de gestos. Empiezan a salir los temas: la condición católica del grupo poético Númenor –del que fue uno de sus jóvenes miembros-, el amor-desamor-poliamor, los autores que le han influido (Chesterton, Tolkien, C. S. Lewis, Miguel d’Ors), su condición de músico y showman, Ratzinger... Todo con buen humor y rematado con un whisky “red label” acompañado por “solo un hielo”. Por no hacerle el feo, el periodista le acompaña, aunque opta por un Dewar’s. Quien quiera saber más de Jesús Beades puede leer: ‘Tierra Firme’, ‘Centinelas’, ‘Tibidabo 10’, ‘La ciudad dormida’ o su antología ‘Resumiendo’ (“los poetas ganamos mucho antologados”, dice). También oír el disco de su grupo The Flying Inn, ‘The songs of the old ship’, o su espectáculo de humor ‘Bic naranja escribe fino’.

–Nacido en 1978, el año de la Constitución.

–Pero en enero, antes de la Constitución.

–Es, pues, preconstitucional.

–Pero democrático. También, según mi novia, soy alto. Tengo un gran concepto de mi persona y soy demasiado vanidoso. Nací en Sevilla pero viví unos años en Cataluña, donde mi padre estuvo destinado como ferroviario. Por eso hablo rarito. Entiendo el catalán en la intimidad, pero no lo hablo.

–¿Y los estudios?

–La EGB y el BUP, en Altair. Fue fundamental para mi vocación, porque el profesor de Literatura, Fidel Villegas, nos condujo a unos cuantos a leer libros buenos y a escribir en revistas como Númenor. También nos presentó a señores mayores, a poetas y escritores. Gracias a este profesor muchos escribimos y publicamos. Trabajé en mil cosas, pero hice el Magisterio de Música y ahora soy maestro en un colegio público de Utrera. Siempre he tenido grupos de rock.

–Usted perteneció a ese grupo de jóvenes poetas católicos que se reunió en torno a la revista ‘Númenor’.

–Nos pusieron esa etiqueta porque estudiamos en un colegio del Opus Dei de clases medias y trabajadoras.

El poliamor es un Mediterráneo que está descubierto hace muchos años

–¿Pero se siente identificado en esa etiqueta?

–Ya Antonio Rivero Taravillo, cuando aún era muy joven, tituló su reseña en Clarín sobre mi primer libro, Tierra Firme, como “Nueva poesía católica”. A mí esas cosas polémicas me encantaban. Desde luego, las raíces culturales de nuestro grupo eran y son católicas, pero como las de mucha gente de mi generación para atrás. Para nosotros, el humanismo cristiano era fundamental. Cuando era más joven hice más poemas obviamente confesionales. Eso parece que llamó la atención de alguna gente.

–El toque católico era parte de vuestro encanto. ¿Habéis pagado algún precio por vuestra confesionalidad?

–Imagino que habrá premios y editoriales que no nos tuvieron en cuenta por eso. Pero también es cierto que ha habido un grupo de lectores católicos fervientes que nos leyó también por eso. Probablemente fueron las gallinas que entraron por las que salieron.

–Su flamante y distinguido poemario ‘Orden de alejamiento’, sin embargo, es desolador. Nos muestra la cara más oscura del amor. Se nota que la madurez ha pagado un peaje.

–Cuando yo escribía con 20 años sobre Dios, la muerte, la eternidad y todas esas cosas no conocía nada. No se me había muerto nadie relevante, no había pasado grandes desamores –aunque creía que sí–, no había tenido hijos... Mucho tiempo después me acuerdo de esos versos de Gil de Biedma: “Que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde”. Tanto mi poemario anterior, Tibidabo 10, sobre la muerte de mi padre, como este de ahora, que es sobre un duelo amoroso, van de cosas malas. Espero no tener más desgracias y poder escribir libros más luminosos.

–Son tiempos en los que se pone en solfa el amor romántico. Sin embargo, en el poemario el desamor se vive como una auténtica agonía.

–En ese sentido el libro es muy clásico. Sobre el amor que ya no es, que se murió, se ha hecho mucha literatura. El poemario va de lo que se llama ahora un “amor tóxico”, que es lo que antes se denominaba como un “amor dañino” o “nocivo”. Esas relaciones “ni contigo ni sin ti” son, sencillamente, horribles. Espero que estos versos le sirvan a algún lector de consuelo o alimento. A mí me ha servido de terapia.

–El último poema, el magnífico ‘Piedad’, sin embargo, es una celebración del amor, incluso en sus aspectos más siniestros: “benditos sobre todo/ los amores malditos”.

–Los malos amores, los podridos, viciados, cercenados, envenenados o torcidos, también son amores. En ellos también latía algo que estaba bien. Este libro va de eso.

–¿Y el poliamor?

–Es un Mediterráneo que está descubierto hace ya mucho tiempo. Según mi experiencia, no se puede estar enamorado de más de una persona. Sí se puede querer, pero no estar enamorado. Que cada uno se organice como quiera.

Estuve años fumando en pipa por culpa de Tolkien. Ya me he quitado, pero de la cerveza no

–Hablemos de ese grupo de poetas que se reunió, y aún se sigue reuniendo, en torno a la revista ‘Númenor’.

–Algunos creen que es una sociedad secreta que se mete en una cripta a rezar el Credo en latín, y luego conspiramos para dirigir la poesía hacia el catolicismo. Númenor es una revista de muchísima calidad para ser producida en un colegio de enseñanza media, maquetada por un profesor con un PC de los antiguos. Lo sorprendente es que allí escribíamos alumnos junto a gente muy consagrada como Carlos Bousoño, Fernando Lázaro Carreter, Miguel d’Ors, José Julio Cabanillas, Julio Martínez Mesanza... De alguna forma aquello ya pasó, aunque la revista sigue viva como concepto y Fidel Villegas continúa con proyectos. Próximamente presentaremos en la Carbonería un libro precioso de Luis María Rufino.

–¿A quíenes destacaría del grupo?

–Alejandro Martín Navarro, Joaquín Moreno y Rocío Arana.

–La influencia de Chesterton en ustedes ha sido muy importante. No se podía esperar otra cosa de poetas católicos.

–Cuando todos sus contemporáneos se habían vuelto locos o posaban, como él decía, de “miembros del club de los suicidas”, Chesterton se volvió hacia la ortodoxia y hacia nociones muy antiguas a las que dio vida nueva: la fe en Dios, la defensa del humanismo cristiano, la creencia en una Europa unida por su catolicismo... Lo mejor es que Chesterton hizo todo esto de manera gozosa y divertida. Supo aplicar el aliento poético a su prosa, de manera que leerlo es un festín con el que nos regocijamos muchos lectores, no sólo los católicos. Es un autor de todos y para todos. Yo lo tengo enmarcado en casa, junto a C. S. Lewis y Tolkien. Éramos como una sociedad de amantes de estos tres autores.

–Pues hablemos también de C. S. Lewis y Tolkien. Empecemos por Lewis, quizás el más desconocido de los tres para el gran público.

–C. S. Lewis fue un famoso converso al cristianismo (anglicano) y durante muchos años amigo de Tolkien. Sus obras de apología cristiana fueron tan celebres como sus libros de ficción, algunos para niños como Las Crónicas de Narnia. Para mí fue decisivo, como después lo fue Chesterton, en la conciliación de la fe y la razón. Y la comprensión del hecho estético y poético en relación a la vida eterna.

–Tolkien... nunca me resultaron atractivas sus mitologías. Explíqueme su grandeza.

–De su libro El señor de los anillos se ha dicho que trata de la bomba atómica o del poder y su fuerza corruptora. Y algo de todo eso hay. Pero, como él dijo, la clave de la potencia poética de la obra está en que trata de la condición mortal del ser humano y de la melancolía que eso arroja a la contemplación de una belleza que nos exulta y nos conmueve, pero que, a la vez, nos produce esa sensación de estar siempre despidiéndonos. Eso lo vemos en el pueblo de los elfos, continuamente marchándose de la Tierra Media. En el centro de la poesía moderna está el paso del tiempo y la muerte, el gran misterio que eso supone y el hecho de que no nos resignemos a que las cosas bellas y los seres queridos desaparezcan. Más allá de enanos y batallitas, eso es lo que hay detrás de este autor. Estuve años fumando en pipa por culpa de Tolkien. Ya me he quitado, pero no de la cerveza.

En ‘Númenor’ pudimos escribir alumnos junto a grandes figuras de la literatura

–Eso nunca, por Dios. Por hablar de una influencia viva podemos detenernos en Miguel d’Ors.

–Miguel d’Ors es el gran maestro de la poesía de la experiencia, de aquello que fue lo contrario de los Novísimos. En esa línea se encuentran otros poetas como Luis Alberto de Cuenca o Luis García Montero, que está en las antípodas ideológicas y del tono vital de Miguel d’Ors, aunque la poética es similar. Esta poesía se basa en la experiencia cotidiana, en los elementos biográficos; es discursiva y coloquial, incluso anecdótica. Creo que Miguel d’Ors, en técnica y fuerza expresiva, es el mejor de todos. Ha influido incluso a los que no le han leído a través de otros poetas como Víctor Botas, Enrique García-Máiquez o cualquiera de nosotros.

–Cuando he leído a D’ors percibo un cierto hedonismo católico. ¿No sé si está usted de acuerdo?

–Lo cierto es que cuando lo conoces en persona es el hombre más ascético del mundo, un señor muy severo. Pero es verdad que su poesía tiene alegría de vivir, esa joie de vivre que está en Chesterton. Es el goce católico frente a la cosa mustia calvinista, por irnos al extremo del protestantismo. Es una poesía que celebra los goces de la vida cotidiana del hombre común, como es la cerveza, el vino, la carne, la música y el compadreo. Miguel d’Ors transmite una teología del cuerpo y de los sentidos, pero no es hedonismo, sino un catolicismo mediterráneo muy ortodoxo que identifica también a alemanes del sur como Ratzinger, que es casi italiano.

–¿Pertenece a la legión de admiradores de Ratzinger?

–Totalmente. Desde antes de que fuese papa, cuando era cardinale y yo leía teología. Hubo un tiempo en que me interesó mucho la teología. Hoy, menos. En esa época, Ratzinger era considerado un teólogo progre.

–Otra de sus muchas y sorprendentes facetas es la de ‘showman’ y músico popular. Entre otros grupos ha tocado en Los Escarabajos, famoso por sus versiones de los Beatles.

–Es curioso, porque en Los Escarabajos, por el que ha pasado mucha gente, toqué solo un año, pero todo el mundo se acuerda. Es cierto que en ese año sacamos un disco muy chulo y tocamos por primera vez en The Cavern, el club que catapultó al conjunto. Siempre he tenido grupos, o bien de canciones propias, como es The Flying Inn, o bien de versiones, como Los Pagafantas, que es con el que actualmente toco.

–Personalmente el que más me interesa es The Flying Inn, que toma el nombre de una novela de Chesterton (’La taberna errante’ en español). Con él sacó el ‘The songs of The Old Ship’, donde canta poemas del escritor inglés.

–Es una banda de folk-rock que fusiona influencias musicales de muy diversa procedencia: blues, folk americano, música tradicional irlandesa, rock, indie-pop, grunge… Empezó siendo un dúo con una violinista y después pasó a ser un cuarteto. Ahora está un poco parado. Tenemos otro disco por sacar no sólo con canciones de Chesterton, sino también de otros poetas anglosajones como Poe, Kipling, Yeats, Stevenson...

No me apetece viajar, pero sí me gusta haber viajado. No creo que los viajes sean una especial fuente de sabiduría

–¿Pero lo de las versiones lo hace por dinero?

–Lo hago por dinero, pero me lo paso muy bien. Me pasa lo mismo con los artículos, las reseñas o mi trabajo como maestro... Lo hago por dinero pero me lo paso muy bien. Soy muy aficionado al escenario, que es muy divertido. De hecho, si pudiera tocar sin cobrar lo haría, solo por gusto. Uno de mis sueños es ser armonicista en una banda de blues. También tengo un disco de canciones en español escritas para un espectáculo de comedia que yo hacía y que se llamaba Bic naranja escribe fino. Me lo he pasado en grande escribiendo e interpretando canciones cómicas. Una es un soneto al tanga.

–De manera elogiosa, espero.

–Sí, por supuesto, aunque protesto un poco por lo que distraían. Se titula Bosoneto, porque es una bosanova.

–¿Es usted viajero?

–No especialmente. No me apetece viajar, pero sí me gusta haber viajado. No creo que los viajes sean especiales fuentes de sabiduría. El que es tonto lo es en Berlín y en Coria.

–¿Y la política?

–Me han ofrecido afiliarme con bastante interés a tres partidos políticos: PSOE (hace muchísimo tiempo), Ciudadanos y Vox. Incluso uno me ofreció un buen cargo técnico. Pero yo soy muy perezoso y lo que me gusta es leer, escribir, estar con los amigos y tocar la guitarra. Además, digo muchas tonterías y, como todo santo, tengo un pasado.

–¿Ha dicho que es perezoso?

–Sí, la pereza es el vicio más virtuoso que existe y que más ayuda a evitar problemas en la vida, como el adulterio. Lo dice también Enrique García-Máiquez en su Elogio a la Pereza.

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