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Antonio José Pérez Castellano | Filólogo y director de la revista ‘Demófilo’

“Las sefarditas han conservado los romances del XV”

  • Pertenece a una generación de investigadores que aún pudieron escuchar de viva voz los últimos romances tradicionales en los pueblos andaluces

Antonio José Pérez Castellano, durante la entrevista. Foto: Juan Carlos Muñoz.

Antonio José Pérez Castellano, durante la entrevista. Foto: Juan Carlos Muñoz.

Antonio José Pérez Castellano (Cantillana, Sevilla, 1958) forma parte de la última generación de investigadores que aún pudieron escuchar de viva voz los viejos romances. Heredero de la tradición científica de Ramón Menéndez Pidal y discípulo de Pedro M. Piñero, Pérez Castellano formó parte de los ‘safaris’ que, durante años, se realizaron en busca de romances por Andalucía, fruto del cual, entre otros, fue el monumental ‘Romancero de la Provincia de Sevilla’. Gracias a aquellos investigadores del Área de Literatura Oral de la Fundación Machado y el grupo de investigación de la Universidad de Sevilla, ‘Romancero de la tradición moderna en Andalucía’, hoy se puede decir que se consiguió salvar un importantísimo patrimonio inmaterial. Filólogo y profesor de instituto ya jubilado, Pérez Castellano es en la actualidad el director de la prestigiosa revista ‘Demófilo’, que edita la Fundación Machado (de la que también es secretario) y es una de las más señeras en los estudios de la cultura tradicional andaluza. Vecino del barrio de El Porvenir y antiguo alumno del Instituto San Isidoro, además de la temática romancística ha investigado y escrito sobre temas tan diversos como la danza del pandero de Encinasola o las relaciones entre el flamenco y la canción española.

–De Cantillana. Dicen que fue la tierra del bandolero Curro Jiménez, alias el Barquero de Cantillana.

–Conservamos muy pocos datos sobre él. La famosa serie de TVE es casi todo invención. Es más, ni siquiera se llamaba Curro Jiménez, sino Andrés López. Hay un antropólogo sevillano, Antonio García Benítez, que es el máximo experto sobre esta figura gracias a sus trabajos en los archivos locales. Él vincula la trayectoria de este bandolero a la crisis social creada por la desamortización. Como curiosidad, Andrés López fue la primera víctima de la Guardia Civil. Murió cerca de Cantillana, en un enfrentamiento armado con el cuerpo.

–Es decir, que la serie de TVE es un tanto camelo.

–Pese a eso, en el momento álgido de su emisión, Sancho Gracia visitó Cantillana y lo pasearon a caballo por el pueblo en olor de multitudes. Hasta hace poco el centro de adultos se llamaba Curro Jiménez. Pero apenas queda memoria oral sobre este personaje.

–Hablemos de la tradición oral (la de los romances, los cuentos y las canciones líricas), ¿podemos considerar que ésta ha sido una de las grandes víctimas de la modernidad, que la sustituyó por los textos impresos?

–Con la aparición de la imprenta en el siglo XV la oralidad no desapareció. El escrito y el oral son dos caminos paralelos que transcurren juntos hasta prácticamente los años 70 del pasado siglo. Estas dos cadenas transmisoras estaban siempre interactuando, una intervenía en la otra y viceversa. Por ejemplo, no se puede estudiar la literatura del Siglo de Oro sin conocer todo el cauce oral que se estaba produciendo en la sociedad en esos momentos. Había lectores que se aprendían de memoria los textos y los introducían en la tradición oral.

Lo de suavizar los cuentos no es una moda nueva. En los años sesenta ya se hacía

–Y entonces, ¿qué acabó con la tradición oral?

–La aparición de la radio, la televisión, el magnetófono... Todos esos medios de transmisión mecánicos y repetitivos que impiden una característica fundamental de la tradición oral: el texto que se transmite es abierto y mutante, de tal manera que el que lo recibe también actúa sobre él, lo transforma según sus necesidades.

–Por eso encontramos tantas variantes de un mismo romance. ¿Algún factor más que haya influido en este final?

–La desaparición de la sociedad tradicional, que era la que generaba los espacios en los que se transmitía esta tradición oral. Por ejemplo, el que los niños no jueguen ya en la calles ha sido decisivo en este proceso, porque la infancia es el último reducto de la tradición oral. También han sido fundamentales los cambios en el mundo laboral. Las canciones de siega o de trilla, por ejemplo, ya no se pueden dar en un tractor en el que el conductor va con unos cascos escuchando la radio. Recuerdo ahora a las aderezadoras de la aceituna en Dos Hermanas, estaban sentadas todo el día y su única manera de entretenerse era cantando. En muchos trabajos, la oralidad ayudaba a marcar los ritmos. La melodía repetitiva de un romance ayudaba.

–Como los cantes de fragua...

–Exacto, aunque hay teóricos del flamenco que dicen que el fragüero cantaría por la tarde, ya en su casa, porque la dureza de su labor lo impedía...

–Además del espacio laboral sería muy importante, en esta transmisión, el ámbito doméstico.

–Claro. Antes de la aparición de la radio y la televisión, los cuentos, las retahílas y los romances ayudaban a mitigar el aburrimiento o a dormir a los niños... La mujer era la principal transmisora de todo este mundo oral. Tenga en cuenta que las labores domésticas son muy pesadas y todos estos romances y canciones les ayudaban a sobrellevarlas. Cuando decimos que ha desaparecido la tradición oral a lo que nos referimos de verdad es al final de la sociedad tradicional.

–Cuando se estudia el mundo judeoconverso parece claro que las más apegadas a las costumbres judaizantes eran, precisamente, las mujeres.

–Es impresionante ver cómo los sefarditas, que se fueron de la Península en el XV, no sólo han conservado durante siglos la lengua, sino también su romancero más antiguo. Hasta los años sesenta había encuestas [grabaciones de romances] que se realizaban en Nueva York o Jerusalén y en las que mujeres de origen sefardí recuerdan piezas antiquísimas.

La abuela de los Machado, Cipriana Álvarez, ya recopilaba cuentos populares

–¿Y los romances de ciegos?

–Era una especie de pre periodismo. El ciego recitaba los pliegos impresos con noticias, normalmente luctuosas, y después los vendía.

–Me imagino que el saber romances daría estatus.

–Cuando nosotros hacíamos encuestas y conseguíamos que una señora nos cantase, nos dábamos cuenta de que el círculo que la rodeaba valoraba mucho que ella supiese eso. Al llegar algún sitio siempre había alguien que hablaba con gran respeto de una abuela ya fallecida que sabía una gran cantidad de romances.

–La recolección de romances tiene una tradición muy antigua, con grandes maestros como Menéndez Pidal y su mujer, María Goyri. Ambos llegaron a hacer su viaje de novios por las rutas del Cid buscando estas piezas.

–Sobre este viaje contaba Menéndez Pidal cómo, estando en un hotel, escucharon a una lanvandera recitando un romance del siglo XIII sin tener ninguna conciencia de ello. Se quedaron impresionados.

–En Sevilla tenemos a Pedro M. Piñero, uno de los grandes expertos en esta materia.

–El maestro.

–¿Ya no siguen buscando romances por los pueblos?

–No, una vez que se editó el Romancero de Sevilla, una obra excepcional, cerramos las encuestas. Además, ahora es muy difícil encontrar a alguien que sepa romances. El último recurso fueron los centros de adultos, pero ya sólo se encontraban versiones muy deterioradas.

–¿El romancero ha muerto?

–Tal como lo entendemos prácticamente sí. Pero hay otras oralidades que desconocemos, como las de los africanos que viven en España.

El romancero andaluz es distinto del castellano, porque es menos arqueológico

–Hablemos de los cuentos.

–Los cuentos andaluces los ha estudiado muy bien José Luis Abúndez, que es otro compañero de la Fundación Machado.

–¿Tienen alguna particularidad con respecto a los castellanos?

–Creo que no. El romancero andaluz es algo distinto del castellano, porque es menos arqueológico. Pero esta diferencia no se da en la cuentística, aunque el buen narrador de un cuento siempre lo está llenando de datos personales y contextuales, además de dramatizarlo.

–Parece que todos los cuentos del mundo pertenecen a un mismo tronco. En este género la humanidad entera bebe de una misma fuente.

–Ya al final del siglo XIX, estudiosos centroeuropeos elaboraron un vademécum universal donde se fijó toda la tipología cuentística. Cualquier investigador que recoge cuentos lo primero que hace es clasificarlos según estos criterios.

–Lo curioso es que estos cuentos, que han perdurado durante siglos, no han conseguido superar la moda de lo políticamente correcto. Ahora se suavizan sus contenidos, se los despoja de sus facetas más oscuras.

–Es verdad que ahora tenemos una actitud más puritana, pero no es algo nuevo. Si ve ediciones de los años sesenta verá que ya se dulcificaban los cuentos con respecto a versiones anteriores. Los románticos, por ejemplo, creían que había que mejorar con la pluma unos cuentos que pertenecían a una cultura subdesarrollada. No será hasta después, con los folcloristas, cuando aparece la idea de que hay que recoger el cuento tal cual lo encuentras. En general, los cuentos de tradición oral pierden cuando se transcriben.

–¿Pasemos a la canción lírica, otra de las patas de la tradición oral?

–Los andaluces fuimos pioneros en su estudio. Ahí están los tomos de Rodríguez Marín en los que se recoge toda la canción lírica andaluza.

–Rodríguez Marín, el gran Bachiller de Osuna.

–Cuando se lee su obra caemos en la cuenta de que las sevillanas y el fandango no son más que consecuencias de la canción lírica.

–Como decía, en Andalucía siempre hubo gente muy implicada en el estudio de la cultura tradicional y popular: Fernán Caballero, Estébanez Calderón, Rodríguez Marín y, sobre todo, Antonio Machado Álvarez, ‘Demófilo’, el padre de los hermanos Machado.

–Precisamente la Fundación Machado va a celebrar este año la fundación en Sevilla, en 1882, de la Revista del Folk-Lore Andaluz, dirigida por Demófilo. Fue un momento muy interesante, porque hasta entonces los estudiosos de la cultura popular, como Fernán Caballero o Estébanez Calderón, tenían una actitud romántica y pretendían darle una forma literaria a lo que recogían. Sin embargo, los folcloristas sevillanos, con la figura de Demófilo a la cabeza, dejan muy claro que hay que respetar de forma estricta el material.

Todo el teatro del Siglo de Oro bebe, entre otras fuentes, del romancero tradicional

–¿De qué sustrato sale una figura como Demófilo?

–La figura de Demófilo no se puede separar de la de su padre, Antonio Machado y Núñez, que fue rector de la Universidad de Sevilla e introductor del darwinismo en España. Eran gentes vinculadas a la cultura europea y muy activas tanto a nivel científico como político. Tenían una enorme comunicación con folcloristas portugueses, italianos, gallegos... Fue aquel un mundo cultural muy rico y desconocido que no se puede desvincular de la Institución Libre de Enseñanza. Cuando Enrique Baltanás editó las obras completas de Demófilo dejó claro que las intenciones de éste no sólo eran científicas o de investigación folclórica, sino que también pensaba que el interés por la cultura popular iba a repercutir políticamente en la nación. El problema fue que Demófilo murió muy joven y todo esto, poco a poco, se fue diluyendo.

–¿Y hasta qué punto Demófilo influyó en la obra de sus hijos?

–Parece evidente que tanto su padre como el ambiente cultural y social de la familia Machado conformó el sustrato de la obra de Antonio y Manuel Machado. La abuela de ambos, Cipriana Álvarez, hija de un militar liberal, ya se dedicaba a la recolección de cuentos populares. Tenga en cuenta que era sobrina de Agustín Durán, el editor del Romancero General, una obra fundamental.

–Bécquer también sintió un vivo interés por la cultura tradicional.

–Su obra no se puede entender sin la cultura popular que debió de mamar durante su niñez en el ámbito doméstico y en la calle. Además, tuvo que recibir del romanticismo su interés por todos estos temas. Lo cierto es que demuestra un gran conocimiento de la lírica y la cuentística popular. En sus leyendas es fundamental el fenómeno de las leyendas orales. En general, en la línea que une a Bécquer, Juan Ramón y Lorca la lírica popular es muy importante.

–Me he quedado con ganas de hablar un poco más de Fernán Caballero.

–Es la precursora que plantea que aquello que el pueblo canta o cuenta tiene un valor poético y lo lleva a su obra. Los primeros datos de muchos romances y cuentos se los debemos a ella. Pero no es una investigadora, sino una escritora en el sentido más romántico de la palabra.

–También se ve muy claramente la influencia de la cultura popular en Cervantes y su Quijote.

–Es raro el autor en lengua española que no beba de ese acervo. El Quijote es una enciclopedia de cultura popular. Cualquiera de sus capítulos está mechado de expresiones, refranes o cuentecillos que Cervantes va integrando en su obra.

–Es esa mezcla de cultura popular y alta cultura que tan bien se supo hacer en el Siglo de Oro.

–Todo el teatro del Siglo de Oro bebe, entre otras fuentes, del romancero. Muchas de estas obras cogen la anécdota de turno que el romance cuenta para expandirla y crear una pieza dramática. Fíjese en estos versos de El Caballero de Olmedo, de Lope de Vega: “Que de noche lo mataron al caballero/ La gala de Medina, la flor de Olmedo”. Está claro que es una cuartetita, una canción lírica.

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