El ''secuestro de la amígdala'': Cuando el miedo se apodera de nuestros pensamientos racionales
Psicología
Durante un secuestro emocional, las personas pueden hacer cosas que no harían normalmente, y de las que salen arrepentirse cuando recuperan la calma, la emoción les ciega y el pensamiento racional parece quedar totalmente desplazado.
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Sentirse abrumado o arrastrado por una emoción, no poder controlar un impulso, reacciones desmedidas, pensamientos poco nítidos e irracionales e incluso respuestas fisiológicas en forma de fiebre, taquicardia o ansiedad. Estos son solo algunos de los síntomas que se experimentan cuando tu amígdala te secuestra, cuando literalmente se apodera de ti.
El secuestro de la amígdala es un término acuñado por el psicólogo Daniel Goleman que describe aquellas respuestas emocionales inmediatas y abrumadoras que no son proporcionales al estímulo real. Goleman, como experto en inteligencia emocional, nos cuenta que el secreto de que nos volvamos irracionales tiene que ver con la falta momentánea e inmediata de control emocional porque la amígdala asume el mando en nuestro cerebro.
¿Qué es la amígdala?
La amígdala, en este caso, es una parte del cerebro localizada en la profundidad de los lóbulos temporales del cerebro, y forma parte del sistema límbico, responsable de todos los aspectos de nuestra psique que tienen que ver con lo afectivo. En concreto, la amígdala juega un papel central en el procesamiento y almacenamiento de información emocional.
El Sistema Límbico regula las respuestas fisiológicas frente a determinados estímulos, es decir, que todas sus estructuras son esenciales para el control emocional de la conducta del ser humano. Pero lo que hace que la amígdala destaque dentro del Sistema Límbico es que es clave para la supervivencia, debido a que su principal función es integrar las emociones con los patrones de respuesta correspondientes a estas, ya sea a nivel fisiológico o a nivel conductual.
Habitualmente, la amígdala recibe a través del tálamo una parte de los estímulos recogidos por los órganos sensoriales, mientras que el resto van a parar al neocórtex, el 'cerebro racional'. Al mismo tiempo, el hipocampo, que realiza funciones relacionadas con la memoria registra la experiencia y la compara con otras previas.
A grandes rasgos, el aspecto clave tiene que ver con las sutiles diferencias en la velocidad de procesamiento entre las tres estructuras, teniendo en cuenta que el neocórtex es la más lenta. Así, si el hipocampo le dice a la amígdala que la experiencia coincide con otra previa de 'lucha, vuelo o congelación', la amígdala activa el eje HPA (hipotálico-hipófisis-suprarrenal) y 'secuestra' el cerebro racional.
Al ser más lento el neocórtex, todo sucede antes de que éste pueda responder al estímulo, lo que puede llevar a que la persona se quede paralizada o, en casos más extremos, que reaccione de forma irracional o descontrolada. Esto puede suceder en situaciones extremas de miedo, ira, celos u otras emociones abrumadoras en las que no somos capaces de reaccionar o lo hacemos de forma desmedida.
La respuesta emocional "puede tomar el control del resto del cerebro en milisegundos si está amenazada",explica Goleman en relación a esto. Asimismo, cuando se produce este proceso eventual cerebral, las personas son incapaces de atender otra cosa, reaccionan posteriormente o le dan un sentido una vez pasado el momento de trance.
¿Por qué ocurre?
Lo cierto es que en todo ello hay un componente evolutivo. Es nuestro cerebro respondiendo a una cuestión que detecta como supervivencia y que se traduce en una amenaza a la estabilidad emocional. En consecuencia, la amígdala, encargada del pensamiento más primitivo, secuestra el otras áreas cerebrales.
"Nos hacen prestar atención en este momento, esto es urgente, y nos da un plan de acción inmediato sin tener que pensarlo dos veces. El componente emocional evolucionó muy temprano: ¿Me como, o me come?",explica Goleman.
Así, nuestro pensamiento lógico queda supeditado al mando de nuestras emociones. Es un mecanismo automático de lucha y huida que actúa instintivamente, sin análisis. En la actualidad, los niveles de estrés, de cargas laborales o de inseguridad desencadenan este tipo de reacciones a través de la liberación de adrenalina y cortisol, que alteran nuestro cuerpo durante, lo que se calcula, unas cuatro horas de secuestro emocional.
En otras ocasiones, la parálisis se convierte en impulso y hace que nuestros instintos primarios nos lleven a una situación agresiva o violenta. Es decir, el secuestro de la amígdala probablemente otorga una ventaja evolutiva, al facilitar la supervivencia en ciertas situaciones. Sin embargo, tampoco hay que olvidar que en otras situaciones puede llevar a una persona a actuar irreflexivamente, por ejemplo con una agresión.
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