Vía Crucis de las Hermandades de Sevilla

Un lunes de Salud para los cofrades

  • Medio millar de hermanos y miles de devotos acompañaron al titular de la Hermandad de los Gitanos en el Vía Crucis de las Hermandades

El Cristo de los Gitanos en el convento de las Hermanas de la Cruz / Juan Carlos Muñoz

El silencio se hizo en la calle Verónica cuando salieron las andas. Pequeñas para un Nazareno que se agigantó. Sobresalía media cruz y casi la besaban los prestes, penúltimo tramo de un cortejo que cerraba un mar de penitentes de paisano. Los coches de María Auxiliadora tampoco sonaban cuando el sol daba en el rostro de la bronceada talla.

En cambio, la Escolanía de María Auxiliadora sí. Y la capilla musical, que se llama igual, también. El cuarteto de viento, ayudado por la brisa, llevaba las notas del dintel de la puerta del santuario a la última fila de la calle Mateos, que estaba llena. Junto al fagot, el oboe, el clarinete y la flauta travesera, una representación de la Policía Nacional. Inmediatamente detrás, un sonriente y orgulloso José María Flores, hermano mayor de la corporación.

El Señor de la Salud de la Hermandad de los Gitanos, iluminado por el sol de invierno, estuvo cerca de sus fieles desde el principio. La llamada corta y las filas de hermanos con cirios largas. Los móviles, las cámaras y los ojos puestos en él. Protagonista del primer lunes de cuaresma, que ayer fue de Salud para los cofrades aquejados de impaciencia por una Semana Santa a la que le queda más un mes para empezar. El Vía Crucis del Consejo de Hermandades y Cofradías es un delicioso aperitivo que se toma en silencio. Sin matiscar y con ganas de más.

El Cristo de los Gitanos en el convento de las Hermanas de la Cruz. El Cristo de los Gitanos en el convento de las Hermanas de la Cruz.

El Cristo de los Gitanos en el convento de las Hermanas de la Cruz. / Juan Carlos Muñoz

La parihuela pasaba entre el olor del azahar y el incienso, que formaba nubes en la estrechez de Santa Ángela de la Cruz. El público se adhería a la fachada y el traslado era una hilera de trajes con medallas que cada metro se hacía más larga. Las Hermanas de la Cruz, que cada vez que salen a su puerta a cantar, cuelgan el no hay billetes en la calzada, tuvieron de teloneros a los niños cantores y al póquer de músicos de capilla. Desde la Plaza Mayor de las setas de la Encarnación se asomaban a la calle Alcázares, pasaje entre la Sevilla antigua y la nueva.

Las escaleras de la Encarnación, que cada día parecen más las de la Piazza Spagna de Roma. también esperaban el momento con un ojo puesto en la Anunciación, donde esperaba la junta de gobierno del Valle con el altar montado al fondo del templo. Laraña, Cuna y Salvador hacían un pasillo hacia el destino final: la noche y la Catedral. Los primeros cirios encendidos fueron Entrecárceles y la Plaza de San Francisco, donde la imagen tallada por José Rodríguez Fernández-Andes se encontró con la de Juan de Mesa. Salud sobre el empedrado y Gran Poder proyectado en el Ayuntamiento, frente a la sede de Cajasol, donde se habla de él hasta el ocho de marzo.

La noche, hábitat natural de un Nazareno que suele caminar durante la Madrugada, se apoderó del cortejo, que enfilaba los últimos metros de traslado con la vista en la Giralda y la mente a principios de abril. La Puerta de Palos fue puerta de todos pasadas las ocho de la tarde. Seis ciriales y catorce estaciones para un Vía Crucis en el templo donde caben todos. En el centro del centro. La Catedral fue ayer un congreso de cofrades juntos para rezar. Una hermandad por estación, una cruz de guía por capilla catedralicia. Un recorrido por la Pasión de Cristo y la Semana Santa de Sevilla.

El Señor de la Salud de los Gitanos en el interior de la Catedral. El Señor de la Salud de los Gitanos en el interior de la Catedral.

El Señor de la Salud de los Gitanos en el interior de la Catedral. / Juan Carlos Muñoz

La reflexión final del arzobispo sirve de despedida en el regreso a casa. Al santuario, con un emotivo paso por San Román. Los orígenes no se olvidan. La parihuela continúa su senda nazarena con relevos de besos y abrazos. Las farolas ayudaban a los cirios a alumbrar el camino del Señor. Gitano y brillante, hasta en los bordados de la túnica. Del Señor de la Salud. Muy necesaria en estos días de virus que contagian el espíritu del cristiano y lo alejan del tiempo de conversión, recogimiento y serenidad que vivimos.

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