Una Cruz
El Cayado
A lo largo del Miércoles Santo brilla el madero en la estampa de sus nueve cofradías

En la cima del Monte Calvario, orlada de nubes brillaba una cruz”. Fue el descubrimiento del año pasado para muchos. Otros ya sabíamos la letra de la marcha Pasan los Campanilleros y la cantábamos, para nuestros fueros, cada vez que una banda la interpretaba. Este Miércoles Santo parece haberse detenido en la escena a la que pusieron voz, por vez primera, los campanilleros de la Plaza de Castilleja de la Cuesta. A las Siete Palabras se la cantaron, porque allí, como en la mayoría de los pasos de misterio de la jornada, sigue brillando la cruz, y en ella la figura portentosa del Cristo de las Siete Palabras, que hoy, si lo permite el tiempo, volverá por la calle Hernando Colón, antigua vía del zoco almohade de Isbilya que conserva en sus adarves rincones para el beso furtivo y la inmortal picaresca.
De aquellas alcaicerías morunas, receptoras de maravillas del Próximo Oriente para ser objeto de consumo en el palacio del cadí, parece haberse escapado el manto de Santa María de Consolación, Madre de la Iglesia, que desde hace días viene atrayendo todas las miradas, con esa excelencia materializada que permitirá que, por unos años, no pueda elevarse la aguja y hundirse contra el bastidor con similar y admirador resultado. Hoy la cara de sorpresa más llamativa la tiene el romano Longinos en San Martín. La cofradía, que será testigo de honor de la Coronación de la Pastora de Santa Marina, lleva 85 saliendo desde la iglesia tardo-mudéjar en la que se cobijó la Santa Espina que hoy custodia la Hermandad del Valle en su sede de la Anunciación. La Lanzada es neogótica porque su Mayordomo le hizo un paso en 1877, y neogótica se armonizó y neogótica quedó hasta nuestros días, siendo ejemplo de pervivencia de un estilo del que también gozó el día muestras tan interesantes como el paso de misterio del Baratillo. La Cofradía del Arenal procesiona este año con la curiosa dualidad de sus dos imágenes marianas coronadas, circunstancia inédita en Sevilla que sí se daba ya desde unos años atrás en Cádiz, donde la Cofradía de la Misericordia La Palma venera a dos Vírgenes Coronadas.
De Cádiz, y más concretamente de San Fernando, ciudad del Carmen, viene la devoción al Santo Escapulario que floreció en Omnium Sanctorum al establecerse allí definitivamente la Hermandad del Carmen, que contempla unas Negaciones de San Pedro que no están en su título y sí en la nomenclatura del Cristo de Burgos. Caprichos de la heráldica. En torno al Crucifijo burgalés pocos caprichos más caben: todo está medido y sellado, y su Hermandad asume las marejadas en el silencio interior al que le obligan el ruán y el esparto de su penitente hábito. Este año, Madre de Dios derrocha luminosidad con la saya blanca con la que ha sido entronizada en su paso de palio. Es una fuerza centrífuga la de su rostro, que talló en 1884 aquel Mayordomo de la Lanzada del paso gótico que dijimos antes, que ya podemos ver que fue un influyente creador para las cofradías de aquella época.
Fueron unos años de continua revisión estética premodernista. La Hermandad de los Panaderos encontró nuevos aires en el torbellino (de sedas) de colores que ejecutó para ellos Rodríguez Ojeda, que se mantuvo más de treinta años en diversos cargos de responsabilidad. De aquellos años proviene el terno de salida que hoy posee la Patrona de Cantillana, Nuestra Señora de la Soledad. Todo se asentó considerablemente cuando esta Cofradía, fusionada con la de los albañiles o alarifes, se estableció en la capilla de la Calle Orfila. En aquellos inicios de siglo, me imagino yo un arrabal de San Bernardo bien distinto. La silueta de su Parroquia y la de la Maestranza de Artillería como elementos permanentes, y en torno a ellas la humildad de unas casas bajas de las que brotaba un centenar escaso de túnicas de nazareno en morado y negro. Hoy son varios miles, y las casas bajas se han convertido en bloques ultramodernos. Pero la esencia de San Bernardo permanece en el Cristo de la Salud y la Virgen del Refugio. Fue por 1909 cuando el Buen Fin recuperó su imagen titular, ese crucificado que nos ayuda a comprender de nuevo lo que canta la coplilla de campanilleros: “Brillaba una cruz”.
En la calle San Vicente cabe la luz del Calvario del Miércoles Santo. La de las Siete Palabras y el Buen Fin. La primera le brindó a la segunda las andas procesionales del Misterio del Sagrado Corazón, tristemente malogrado. La de San Antonio de Padua hizo de la Virgen de la Palma un referente del atuendo y la magnificencia procesional. Hoy los cofrades franciscanos hacen brillar la cruz en mitad del Calvario de las familias que buscan recursos para atender a sus niños con necesidades especiales, en los que El Buen Fin desentraña un Misterio mucho más hermoso que el de Darío Fernández, que sigue deslumbrando y atrayendo las miradas. Y los ojos que ven el bien que hacen los de Foronda y Marvizón entiende por qué, a lo largo del Miércoles Santo, brilla el madero en la estampa de sus nueve cofradías. Salgamos a buscarlas.
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