Domingo de Ramos en Sevilla: el arte de la palma rizada
El Jubileo de la pestaña
Es uno de los estrenos de esta semana huérfana de cofradías en la que, al menos, los balcones lucirán como si en la ciudad todo siguiera igual
Confieso que no fui llamado para las manualidades. El Altísimo no me premió con ese don, para el que se requiere una dosis de paciencia de la que ando bastante escaso. Las clases de Pretecnología (sí, pertenezco a una generación anterior a la Logse que ya peina canas) las pasaba charlando con compañeros o intentando que alguno de ellos hiciera la tarea por mí. Con los años me percaté de aquel craso error que me ha convertido en un negado para cualquier faena doméstica que requiera de un mínimo bricolaje. En definitiva, soy un rotundo torpe sin atisbo de remedio.
Por las razones aquí expuestas, admiro cualquier trabajo que difícilmente pueda salir de mis manos, de ahí que siendo un adolescente siempre me fijara en las palmas rizadas que lucen en los balcones en la mañana con la que la ciudad se viste de punto en blanco cada año. Es quizás de los pocos estrenos de esta Semana Santa, la segunda que quedará huérfana de cofradías. Pero lejos de caer en la pena –para eso ya está la cuenta corriente a final de mes y ciertos carteles que han poblado la cuaresma– quiero que la mirada se regocije en la elaboración de un símbolo de felicidad para los sevillanos.
En la capilla de la Divina Pastora (la primera y más antigua) de la calle Amparo apenas hay resquicio libre para moverse. Todo está colmatado por las palmas traídas de Elche. Andrés Martín y su mujer, Rosa González, se encargan de impartir el décimo cursillo de palmas rizadas que han dirigido esta extraña cuaresma. Las medidas sanitarias por el Covid han provocado que muchas hermandades dejen de encargarles este cometido artesanal que requiere, al menos, de tres días de elaboración.
Este matrimonio lleva 15 años enseñando a rizar la palma, una labor para la que viajaron a la ciudad alicantina con la intención de formarse, un propósito que no les resultó fácil, pues no es una tarea que allí se enseñe, como refiere Rosa. “Además, la palma rizada de Elche es distinta, porque se hace en redondo para las procesiones y no planas, como ocurre aquí para lucirlas en los balcones”, abunda.
Mientras Rosa me cuenta los detalles de esta tradición, observo cómo la meticulosa labor no le impide mantener una perfecta manicura. Uñas elegantemente perfiladas y con esmalte rojo sacramental. “A mí me gusta llevarlas como Rosalía”, comenta ante mi cara atónita a la par que coloca uno de los adornos en una palma de grandes dimensiones que ocupa casi la totalidad de la sala en la que nos encontramos. De estas dependencias saldrán las dos palmas que lucirá el Ayuntamiento de Sevilla. Cada una mide más de cuatro metros.
El tiempo siempre juega en contra. Al tercer día la palma pierde frescura y ya no se pueden acometer ciertas técnicas con ella. De ahí que se trabaje varias horas seguidas. “Esto no es algo dificultoso. Eso sí, requiere concentración y esmero”, explica esta cofrade que cada año se las ingenia para lograr nuevos diseños. “Las palmas hay que tunearlas para que tengan personalidad y sean distintas”, defiende. Algo así como un escudo nobiliario en días de pasión y muerte, pero de factura vegetal.
Los rizos reciben nombres curiosos, como gusanito y trensilla. Éste último lo inventó Rosa, que viene a ser la Coco Chanel de la palma rizada. No hay nada que se le resista. Eso sí, como dictó la diseñadora gala, todo debe condicionarlo la elegancia. “La palma se ha de colocar mirando a oriente, hacia Jerusalén”, sentencia.
Por cierto, hablando de diseño, hubo dos afamados modistos sevillanos que propusieron a Andrés Martín presentar una colección textil usando palmas rizadas de complemento. La dificultad de mantener la frescura dio al traste con este plan que hubiera dado un toque cofradiero a la alta costura. Aunque para costuras, la que se nos abren en el recuerdo cuando desde la calle Amparo se intuye la ojiva de San Juan de la Palma. Hoy es domingo. Prometí no ponerme melancólico. Cuesta no rizar la memoria.
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