Calle Rioja

De Cantillana a Las Ramblas

  • Se cumplen 35 años de la muerte de Ocaña, un artista transgresor que le dio a Barcelona un aire cosmopolita y pregonó en la Alameda el efímero Carnaval de Sevilla

Homenaje a Ocaña en la Casa de las Sirenas de la Alameda de Hércules.

Homenaje a Ocaña en la Casa de las Sirenas de la Alameda de Hércules. / Antonio Pizarro

DOS sevillanos de pueblo, uno de Castilleja del Campo, otro de Cantillana, revolucionaron Barcelona, le dieron un aire transgresor y cosmopolita y llevaron la alegría y el desenfado a las Ramblas. Uno, Nazario, acaba de publicar el segundo volumen de sus Memorias. Al otro, Ocaña (1947-1983) no le dio tiempo ni a empezar el primero. Hoy se cumplen 35 años de su muerte, a consecuencia de las quemaduras que se produjo una semana antes, el 11 de septiembre de 1983, al salir ardiendo las bengalas del traje que él mismo se había confeccionado para salir vestido de sol en el Carnaval de su pueblo, al que había regresado expresamente de Barcelona.

“Me gusta mucho ser de pueblo, y ser de este pueblo”, me contaba en la entrevista que le hice unos días antes de tan fatídico final y que salió publicada en Diario 16 Andalucía. Un pueblo, añadía el artista, “donde unos me quieren y otros me critican. Cuando vengo, una vieja se acerca y me dice: ‘Pepe, eres lo más lindo del mundo’. Se da la vuelta y comenta con la vecina: ‘Ya ha vuelto el mariconazo ese’”.

En su buhardilla de Barcelona tenía un altar con la imagen de la Virgen de la Asunción, de la que era devoto en este matriarcado de esta villa ribereña en el que las mujeres, como en una película de Fellini, llevan la voz cantante de las devociones en la disyuntiva festiva de la Asunción y la Pastora. Más de uno de los que ya tengan edad habrán recordado el trágico final de Ocaña al escuchar la traca pirotécnica que destrozó varios vehículos durante la procesión de la Pastora.

En mes y medio murieron tres referencias claves de la cultura sevillana, andaluza y por su largo alcance se puede decir que universal. El 5 de septiembre fallecía Antonio Mairena, fundador del festival de su pueblo natal, Mairena del Alcor; el 18, una semana después de su fatídico 11-S, moría Ocaña en la Unidad de Quemados del hospital Virgen del Rocío. El 14 de octubre, víctima de un accidente de tráfico, moría Jesús de la Rosa, solista y alma del grupo Triana cuyo tributo sigue formando parte del patrimonio cultural.Antonio Mairena tiene una plaza junto al puente de Triana, sobre el muelle de la Sal; a Jesús de la Rosa, hijo de la calle Feria, le pusieron una calle sin vecinos en Sevilla Este. Ocaña fue pregonero del Carnaval de Sevilla, una especie de cuadratura del círculo en una ciudad monopolizada por la Semana Santa, la Feria y el Rocío. Pasó su festivo cortejo por la Alameda de Hércules, consulado de Gades en Híspalis, y en la Casa de las Sirenas colocaron una cerámica conmemorativa. Ventura Pons le dedicó la película 'Ocaña, retrato intermitente'.

Hace unos meses, la Sala Atín Aya acogió una antológica de la obra de Ocaña, que sobrevivía en Barcelona como pintor decorativo mientras hacía una obra singular en la que abundan las vírgenes y las mujeres de negro. Una visión ácrata de la vida, de la que dio buena cuenta en las Jornadas Libertarias que tuvieron lugar en el Parque Güell de Barcelona en 1977, cuando Carles Puigdemont y Quim Torra, los últimos presidentes de la Generalitat, nacidos con un día de diferencia en las Navidades de 1962, eran dos adolescentes de catorce años que en su ambiente burgués verían escandalizados estos estallidos de libertad.Unos meses antes de la muerte de Ocaña se casan Isabel Pantoja y Paquirri –el torero encontraría la muerte el septiembre de un año después–, Hipólito Rincón consiguió el Pichichi, el francés Bernard Hinault ganaba la Vuelta Ciclista a España y Manuel del Valle la vuelta municipal a Sevilla. A Ocaña no le dio tiempo a vivir el primer aniversario del Gobierno socialista, el de Felipe y Guerra. Han pasado siete lustros desde su muerte, pero su legado sigue intacto, su irreverencia es sagrada y los asuncionistas lo siguen llevando en su corazón. Como recuerda Miguel Ferrera, diseñador gráfico de Cantillana, “en su entierro, la banda municipal iba detrás del féretro”.

Está muy reciente la muerte de Lindsay Kemp, que revolucionó la estética y la moral de la dramaturgia convencional. Unas coordenadas por las que se movió Ocaña, un artista libre que vino a morir a su pueblo, donde era a la vez querido e incomprendido. Hizo navegable el Guadalquivir que pasa junto a su casa hasta Barcelona, donde fue amigo de Mariscal, aunque se perdió por una década al Cobi olímpico.

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