Sevilla

Código Ictus, la cadena de supervivencia

  • La atención al infarto y al derrame cerebral es hoy aún insuficiente. Sevilla cuenta con dos unidades hospitalarias que suponen diez camas y no cumplen todos los requisitos.

Aún queda lejos el objetivo de que la atención al ictus sea la mejor posible, independientemente de dónde viva el paciente y de la hora en que se produzca. Es la tajante conclusión de la Sociedad Española de Neurología, que define a las unidades de ictus hospitalarias como el recurso más eficaz para evitar las muertes y el coste sociosanitario que provoca este grave problema de salud, primera causa de fallecimiento en mujeres y de discapacidad en la población general. En la comparativa estatal, Andalucía, con tres unidades de ictus en funcionamiento, se encuentra en la cola estatal en esta asistencia y muy lejos de la ratio idónea (una cama en una unidad especializada por cada 100.000 personas). Tras la última inauguración en el Hospital Macarena, Sevilla cuenta con dos unidades de ictus y un total de diez camas, seis en el Macarena y cuatro en el Hospital Virgen del Rocío.

La reciente apertura en el Hospital Universitario, que se ha celebrado tras más de un año de retrasos, no cumple, no obstante, con uno de los requisitos básicos marcados por la Sociedad Española de Neurología (SEN): un neurólogo de guardia las 24 horas. La asistencia especializada en esta área del Macarena termina a las ocho de la tarde, mientras que los fines de semana son los médicos residentes en formación los encargados de estos pacientes agudos. "Durante los últimos años la atención al ictus ha experimentado un cambio positivo, ha mejorado, pero las unidades son aún insuficientes; y requieren estar bien dotadas para que logren los resultados esperados", explica el doctor Jaime Gállego Culleré, coordinador del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la sociedad científica estatal. El especialista incide en que este recurso asistencial es "el mejor para el tratamiento del infarto cerebral"; y además destaca que resulta "rentable", ya que impide situaciones de dependencia a los enfermos. "Pese a que científicamente esto está demostrado, lo cierto es que la implantación de estas unidades aún es insuficiente y desigual", lamenta.

El ictus es también denominado accidente cerebrovascular y tiene dos variantes: el infarto cerebral y el derrame, que suponen dos áreas de tratamiento completamente distintas. El infarto cerebral representa al 80% de los ictus y está causado por una oclusión que impide la circulación correcta de la sangre en el cerebro. Este problema puede tener un desenlace nefasto si el paciente no recibe asistencia especializada en un corto plazo de tiempo. Las neuronas no pueden sobrevivir a la falta de oxígeno. El tiempo juega un papel fundamental para afrontar los infartos cerebrales. Ante la sospecha de un caso en todo el ámbito nacional se sigue un protocolo denominado Código Ictus que implica a toda la cadena asistencial, desde los médicos de familia a los especialistas de Neurología, Medicina Interna, Radiología o Cuidados Intensitivos, entre otras áreas hospitalarias.

Las señales de alerta del ictus: pérdida de fuerza repentina en la cara, brazo y/o pierna; pérdida súbita de la visión; alteración repentina del habla, dificultad para expresarse o ser entendido; y dolor de cabeza súbito de intensidad inhabitual. Ante estos síntomas llegar cuanto antes al hospital es vital para el enfermo. "Las unidades de ictus en los hospitales están preparadas para solucionar hasta el 90% de los casos", precisa el coordinador del Grupo de Enfermedades Cerebrovasculares de la SEN. El tratamiento farmacológico mediante trombolisis intravenosa "ha resultado ser el más eficaz contra los infartos cerebrales agudos", precisa la sociedad de neurólogos, que aclara, no obstante, que esta terapia sólo se puede aplicar a pacientes muy seleccionados por los riesgos que presenta para determinados enfermos. Este fármaco logra eliminar la obstrucción y facilita de nuevo una correcta circulación sanguínea. Pero su eficacia sólo está constatada en las cuatro horas y media siguientes al infarto cerebral. Para los pacientes que no se pueden beneficiar de este tratamiento, como por ejemplo son los anticoagulados, la alternativa consiste en las intervenciones endovasculares. Estas intervenciones requieren localizar la oclusión arterial a través de ultrasonido y otras técnicas avanzadas de neuroimagen, tecnología que resulta imprescindible en las unidades hospitalarias especializadas. A través de un catéter los especialistas eliminan la obstrucción.

La diferencia de llegar a tiempo al hospital y someterse a un tratamiento frente al ictus está en sobrevivir y en evitar una discapacidad para toda la vida. En los últimos 20 años la mortalidad ha disminuido gracias, en gran medida, a la detección precoz y a las terapias. No obstante, la Organización Mundial de la Salud (OMS) prevé un incremento de la incidencia de esta enfermedad de un 27% hasta 2025 debido al progresivo envejecimiento de la población.

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