Metrópolis | Cuesta del Rosario

Descenso cofrade desde una sinagoga hasta una mezquita

  • Promontorio. Es el punto más alto de la ciudad, la única Cuesta del callejero (junto a la del Bacalao). Equidistante entre el Salvador y la Catedral, tiene una bodega casi centenaria y un tributo a la que fue precursora del voto femenino

Calles Villegas, junto a la iglesia del Salvador, y Cuesta del Rosario.

Calles Villegas, junto a la iglesia del Salvador, y Cuesta del Rosario. / Belén Vargas

UN lateral de la iglesia de San Isidoro da a la Escuela Mercantil de Sevilla, que se fundó en 1936. Comparte edificio con la Fundación Al Nahda para la Alianza de las Civilizaciones. Este concepto retórico cobra realidad en la Cuesta del Rosario, el punto más alto de la ciudad, el Tourmalet de la urbe, el descenso del Sella por el que muchas hermandades buscan el Jordán de la Semana Santa. La Cuesta nace en una antigua mezquita, sobre la que se construyó la iglesia del Salvador, y termina en una antigua sinagoga, de la que da fe la estrella de David que se asoma sobre el arco ojival de la parte trasera de San Isidoro.

Musulmanes, judíos, visigodos evocados en el nombre de San Isidoro de Sevilla, aunque naciera en Cartagena y sus restos están en León. Sus Etimologías fueron precursoras de la Enciclopedia de los ilustrados Diderot y D’Alembert y de la orwelliana Wikipedia. “Aquí está todo, el barrio alto de Sevilla, el templo de Hércules, la estrella de David”, dice José Víctor, el diseñador de Palma del Río que llevó el nombre de Sevilla por todo el mundo. Romana, visigoda, mora, judía... y cristiana en la esquina con Luchana y Jesús de las Tres Caídas.

En septiembre de 1970 nació su hijo Alberto y en enero de 1971 José Jiménez Salcedo abrió la tienda de lámparas y faroles que ilumina la historia de esta calle. La tienda lleva el apellido de su abuela paterna. El nieto que nació unos meses antes lleva ahora las riendas. Entre sus clientes, muchas hermandades, la Casa de Pilatos, el Alcázar, series de televisión, películas, “vi un farol mío en Toy Story 4”, en España y en el extranjero, como el encargo que le hizo el decorador Michael S. Smith, pareja del ex embajador de Estados Unidos y autor de la reforma de la Casa Blanca cuando llegó Obama.

Los Estados Unidos de América no existían cuando la Cuesta del Rosario era el promontorio de la ciudad. En una de sus novelas ejemplares, Coloquio de Cipión y Berganza, Cervantes da cuenta de esta calle y su antiguo nombre, de la Costanilla, como “una de las tres cosas que el Rey tenía por ganar en Sevilla”.Tiene edificios de Aníbal González, uno de ellos para el marqués de Aracena, Vicente Traver, y José Espiau. Es una calle de tramo corto y larguísima historia, con una doble expansión, una abierta a la Plaza de la Pescadería, con bancos que usan turistas y estudiantes en torno al monumento a Clara Campoamor, pionera del voto femenino, obra de la artista Ana Jonsson. La otra ampliación es más misteriosa. Un pasaje que da a un patio en el que conviven diferentes quehaceres.

Allí hay un gimnasio, Cuesta Center, un bufete de abogados, una academia de español para extranjeros, ¡Sevilla Habla!, una empresa de diseño de comunicación que lleva Manolo Romero, una empresa líder mundial de camping de lujo, un bordador de Semana Santa, una diseñadora de trajes de flamenca, un despacho de técnicos de calidad alimentaria, el oficio de moda.

A la hora del Angelus abre la Mina, bodega que data de 1929. La lleva Diego Guerrero, 35 años, yerno de Agapito Gómez, hijo del tabernero que la cogió en una segunda etapa. “Dicen que el nombre es porque desde arriba la calle parecía la boca de una mina”. Acuden clientes de la zona al final de sus respectivas jornadas, comoJesús Spínola, de Cordonería Alba, en la calle Francos, que desemboca en la Cuesta del Rosario en La Despensa de Palacio, consulado de Estepa en Sevilla.

Los bares del desayuno abren antes. Fabiola está donde durante casi una década, de 2001 a 2010, estuvo Compás Flamenco Sur, tienda de discos que llevaba Rafa Cuevas, histórico integrante del grupo Los Comotora, de la movida sevillana, que se recicló en un grupo que se presenta el 1 de noviembre en la Sala Malandar conLos Trogloditas. El bar Alcaiza, “mercado en árabe”, dice un camarero, está en lo que fue Peña Flamenca Niño Ricardo.

Su visión y su oficio son privilegiados. Antonio Pérez, fotógrafo y cocinero, vive en una tercera planta de la Cuesta del Rosario, con vistas a la plaza de la Pescadería. “Aquí se puede oír la respiración de la ciudad, aunque se está perdiendo el sentido de barrio, de pueblo, con tanta marabunta”. Este tarifeño se escapa todos los años a Japón, su patria consorte, el país donde nació su pareja, Yunko Hagiwara, una nipona a la que conoció bailando flamenco en Jamones Badía.

La acera es una cinta transportadora de turistas que van hacia las Setas por la cernudiana plaza del Pan o hacia la Catedral por Francos y Placentines. “Los vecinos nos convertimos en guías naturales”, dice Francisco Yanes, canario de cuna, de Los Realejos, valle de la Orotava, que vino a estudiar Medicina a Sevilla el año del mayo francés y se quedó. Vive en la calle Pajaritos y tiene su despacho de psiquiatra en Manuel Rojas Marcos, cerca de la antigua Gota de Leche y la academia de Cristina Hoyos.

El hormigueo de vehículos es constante en zona de carga y descarga. Como en toda la ciudad, hay un continuo remozado de negocios. No todo se ha perdido. De la tienda de Carlos Schiffer sólo quedan las ilustraciones de dos máquinas de escribir a ambos lados del nombre de la antigua tienda especializada en mecanografía. El nuevo negocio te lleva a imaginar a Álvaro Cunqueiro, el novelista gallego que dirigió el periódico El Faro de Vigo, escribiendo las Crónicas de un sochantre en una Olivetti. El nuevo negocio se llamará Mar de Vigo, “tienda delicatessen & gourmet especializada en manjares gallegos selectos”. El símbolo es una ostra abierta que parece una flamante Underwood.

Luis Castelo, bautizado y casado el Salvador, regenta el estanco que abrió su abuela Joaquina en la acera de enfrente de la calle Villegas, prolongación de la Cuesta del Rosario. Ocupa el lugar que fue un faro de la cultura local, la Librería Internacional Lorenzo Blanco. “Aquí sólo tenemos libros de papel”, bromea el estanquero, que desde el mostrador ve la imagen en cerámica de Laffitte del Cristo del Amor de Juan de Mesa, “el azulejo más grande de Sevilla”, y la Cruz “que le decían de las Culebras, el nombre que tenía la calle”.

Cuando el estanco era librería acudía diariamente un fumador de pipa llamado Ramón Carande Thovar, vecino de la cercana calle de Álvarez Quintero que arrancaba en la librería Antonio Machado de su amigo Alfonso Guerra. De la importancia de esta librería y las tertulias que en ella tenían lugar habla Rafael Pérez Delgado en el prólogo del libro de Carande Galería de Raros.

El penúltimo de sus 17 raros es Francisco de las Barras y Aragón, un catedrático de Historia Natural, discípulo de Antonio Machado Núñez, abuelo de los poetas, que al regreso de su cátedra en Oviedo se reincorporó a las tertulias de Lorenzo Blanco, siempre a mediodía, cuenta Carande. El historiador palentino retrata a algunos de los que acudían: el viejo pintor deslenguado que le afeó que siendo rector presidiera una procesión de Semana Santa; el vasco “socarrón, melómano, incisivo y buen escritor” que además de agente en Sevilla de la naviera Ibarra era “corresponsal de don Miguel de Unamuno”; el capitán de carabineros anticlerical, “para quien la gente de sotana causaba en el país mayores estragos que el contrabando”; el artesano émulo de Fermín Salvochea que les daba lecciones de anarquismo; o el diputado de la Ceda que fue ministro de la República (en referencia a Giménez Fernández). Una tertulia que no era como las soporíferas de ahora, a juzgar por lo que apunta Carande: “Los contertulios apenas coincidíamos en algo que no fuera el local y el momento”.

Calle cofrade donde las haya, con hermandades en San Isidoro y el Salvador, ecos de sinagoga y mezquita. “Subiendo con mi 600 por la Cuesta del Rosario se me ocurrió tarareando la marcha Virgen de las Aguas el tema Swing María que cantaría Silvio”, cuenta Pive Amador. Emilio es policía jubilado. Viene desde Triana con su andador y su pastillero. Se bajó del autobús en la Maestranza, le hizo una foto a la estatua de Curro, “soy currista y mi mujer también”. Se convirtió en guía improvisado cuando una mujer en Francos le preguntó por la sinagoga de San Isidoro. “Si hubiera estudiado sobre Sevilla hoy sería un buen buhonero”.

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